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Adam Schaff

Tanto en Santander como en Madrid, Adam Schaff ha disertado o va a disertar sobre el impacto de la nueva tecnología, de lo que él llama la segunda revolución industrial, en la organización económica, social y política del futuro. Schaff asume el desario tecnológico, no lo rechaza desde un reaccionarismo primario, sino que lo implica dentro de un proceso de emancipación humana. Y para elló hay que situarse ante fenómenos como reconversión industrial y revolución tecnológica armados no sólo con la ley moral del mal menor, sino con un proyecto social que convierte el sufrimiento individual y colectivo en una esperanzada inversión en el cambio futuro.Según se comporten las fuerzas sociales, el gran cambio estructural ya iniciado puede conducir a una hegemonía feroz del más feroz capitalismo o a transformaciones de raíz que acerquen a la humanidad futura a horizontes igualitarios y justos. El mensaje del profesor Schaff, polaco por más señas y autor de un trascendental estudio sobre la alienación (en el que figuran unas páginas sobre la alienación militante de obligada lectura para cualquier militante, se crea alienado o no), llega a España en un momento oportuno en el que coincidían la nada y la poquedad sobre el asunto de esa revolución tecnológica y de la destrucción de los cimientos de la antigua cultura del trabajo. La nada de una perspectiva socialdemócrata del asunto, basada exclusivamente en la comprensión racional del tema y en crear un cauce para su devenir espontáneo. El poco de las posiciones de la izquierda, comunistas incluidos, que hasta ahora sólo han opuesto un rarnillete de viejas violetas ideológicas, en la carencia de un saber real sobre la naturaleza del cambio tecnológico y en la desconfianza de poder asumirlo desde un proyecto revolucionario. Hasta ahora, el encauzamiento socialdemócrata de la cuestión se ha perpetrado con nocturnidad de lenguaje y alevosía positivista, y frente a eso, nuestra izquierda realmente existente se ha puesto a cantar La Internacional o el himno de los tejedores de Lyon. El debate no ha hecho más que empezar. La palabra de Schaff aporta esperanza democrática y no la separa de esperanza revolucionaria. Los viejos rockeros no mueren nunca.

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