Reaccionarios
Están poniendo muy difícil el derecho a ser reaccionario, con todo este ajetreo de los intelectuales afines, las universidades conservadoras del verano y la metafísica pesada de esa nueva derecha europea. Antes, para ejercer de reaccionario, bastaban pocas cosas: una mediana herencia rural, la misa de una de los domingos, un par de cuentas corrientes sin números rojos, los artículos de Pemán en la tercera de Abc y la edición de la BAC de Los heterodoxos españoles en el severo aparador de alcornoque.Ahora les obligan a escuchar conferencias politeístas de Alain de Benoist, matricularse en universidades calurosas y recitar de memoria las siete razones bioquímicas que demuestran la hegemonía de lo innato sobre lo adquirido. Y lo que es peor: les exigen proclamarse en público como derechistas, a pecho descubierto.
Se rompe así la sólida tradición occidental del anonimato de la derecha. El truco genial de las ideologías conservadoras estaba precisamente en aquel encantador empeño que ponían en negarse como ideologías, con el fin de analogar sibilinamente unas pequeñas verdades domésticas que olían a piso de renta antigua recién encerado con la verdad de la madre naturaleza, el sereno divagar del padre cosmos y la lógica mayúscula y mayestática de la historia universal. Las ideologías que aparecían, en público como tales eran siempre las otras, las crepusculares.
Son ganas de liar las cosas. No sólo es que nuestros reaccionarios, jaleados por tipos como Benoist, hayan abandonado alegremente el privilegio del anonimato que tanto les benefició durante siglos; es que la izquierda oficial española parece adoptar últimamente la astucia del enemigo: la autonegación ideológica, el silencio de clase, la ocultación filosófica tras esa célebre ética de raza suiza, la lógica de la sociedad anónima y el entusiasmo por unos honrados literatos, españoles (Unamuno y Ortega, por ejemplo) que, para acabar de embarullar las cosas, son precisamente el alimento espiritual de esa nueva derecha europea, junto con Pareto, Le Von, Mosca, Carl Schmitt, Jünger, Von Hayek y demás formidables reaccionarios.
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