La carrera truncada de Claudio Guerín
Hace unos meses, Televisión emitió La campana del infierno, último filme de Claudio Guerín, un joven cineasta español que murió trágicamente el 16 de febrero de 1973, cuando preparaba una torna del último plano de esta película.Cuando murió, la fama de Guerin -adelantado de su gene ración, que es la que hoy comprende a los más interesantes nombres de cine españoles, como Victor Erice, Manuel Gutiérrez Aragón, Pilar Miró, Josefina Molina, Iván Zulueta, Francisco Betriu, José Luis García Sánchez, entre otros- era extraordinaria para su edad y, sobre todo, para su parca filmografía, que se limitaba a dos o tres cortometrajes documentales, alguno muy riguroso de composición, dos mediometrajes de ficción: Luciano, con el que se licenció en la Escuela Oficial de Cinematografía, y uno de los tres que compusieron Los desafíos. Finalmente, rodó dos largometrajes: el antes citado y La casa de las palomas, que esta noche emite TVE.
La campana del infierno, cuya realización costó la vida a Guerin, decepcionó. Era, en efecto, un filme decepcionante, cuya recepción multitudinaria por los espectadores de TVE a palo seco, fuera del lugar, el tiempo y las circunstancias personales que condujeron a ella, erosionó la fama del cineasta, cuyo origen hay que buscar en otras zonas de su obra, especialmente en sus montajes de espacios dramáticos para la propia televisión, sobre todo un ambicioso y notabilísimo, para las calidades medias de estos programas de TVE, Ricardo III, de Shakespeare, que es probablemente su trabajo de puesta en escena más afinado y donde dio algunas de las notas más nítidas de su casi inédito talento truncado.
Voluntad de estilo
En su primer largometraje, La casa de las palomas, sí dio muestras, aunque ciertamente no las prodigó, de ese talento. El filme, para ser un primer largometraje, está realizado con mucha solvencia y oficio, pero parte de un guión algo confuso y no bien desarrollado, que se confunde aún más en la pantalla a causa de algún que otro preciosismo de imagen, lógico en un cineasta con aguda voluntad de estilo, necesitado de imprimir su sello personal, su signo de distinción, sobre una materia fílmica aún algo desordenada.
Algunas secuencias de La casa de las palomas están diseñadas con tiralíneas, mientras otras, con trazo impreciso. De ahí la irregularidad del relato y una especie de arritmia en él. Por otra parte, el ambicioso y, sobre todo, escabroso asunto, debió ser planeado en el guión, y más tarde rodado sin la franqueza y libertad que necesitaba.
La película es de 1971, y la censura franquista, aunque debilitada, todavía estaba allí, con la espada enarbolada, detrás de cualquier proyecto con riesgo, y éste lo tenía. Guerin probablemente confió en transmitir el enrarecido clima moral del relato con métodos narrativos indirectos, lo que a la postre se manifestó como un exceso de confianza en sí mismo. Aún le faltaba experiencia de rodaje y, sobre todo, de dirección de actores. para al canzar ese dominio de lo indirecto que es la marca de los más experimentados realizadores de filmes. De esta manera, y por doble razón, Guerin eligió en La casa de las palomas, un asunto que, en aquel momento político y en aquel prematuro estadio de su carrera, exigía más recursos que los que él podía esgrimir con tan pocas horas de vuelo a sus es paldas.
Véase, por ello, La casa de las palomas en su condición de ópera prima y en relación con sus alrededores en aquel instante de España. Los valores parciales -el filme como totalidad no acaba de funcionar- del trabajo de Guerín podrán así discernirse con mayor facilidad y justeza.
La casa de las palomas se emite hoy a las 22.00 por la primera cadena.
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