El fútbol de los sábados
El fin de las vacaciones se justifica, en el subconsciente colectivo del español sentado, por la perspectiva lisonjera de las tardes de sábado junto al televisor, frente al fútbol. La exigencia económica de los clubes y la ambición autárquica de la televisión del Estado han arrojado sobre la cabeza soleada del ciudadano colérico la noticia fría de que muy probablemente la caja no contendrá este año la lenta parsimonia de las imágenes del fútbol español.Sonarán iras extraordinarias, y los sábados tendrán un color diferente, un sonido distinto y una cadencia que hoy existe sólo gracias al estío. Ese ritmo cardiaco del país se rompe durante el verano, vuelve a su normalidad con el Trofeo Ramón de Carranza o con el acontecimiento coruñés del Teresa Herrera, y se prolonga ya de modo incesante cada sábado como una monótona confirmación de la vida nacional.
Pero ahora ha venido el jarro de agua fría: los clubes pretenden vender cara su mercancía de goles y linimento, y la televisión pretende dejar de ocupar el lugar del masajista visual de los españoles. Quieren, los responsables de la caja nacional, controlar la ganancia publicitaria que genera este deporte, que en un tiempo fue también el deporte del Estado.
Ahora ya no lo es, o lo es muy poco, y esa baraja es la que juega TVE cuando se sienta en la mesa de negociaciones para contemplar el rostro ávido de dólares de Vega Arango y sus colegas.
Es un forcejeo habitual, de todas las temporadas. El Estado sabe que todavía no puede dejar de emitir fútbol los sábados por las tardes, porque los hábitos de los países resultan los países mismos, y del mismo modo que hay que interrumpir el cricket para tomar el té en los países de la Commonwealth, aquí hay que interrumpir los ritos semanales para dejar que el ojo camine por el estadio de la mano de la cámara controlada desde la larga distancia de las gradas por los muchachos de Ramón Díez.
No pasaría nada dramático, por otra parte, si a este país se le somete a la tortura leve de despojarle del fútbol; lo que deja de verse por la televisión deja de existir, y así, por ejemplo Truman Capote sólo se murió levemente para el telediario del domingo último, porque el hecho del fallecimiento del autor de A sangre fría ocupó una sola línea del informativo. No dejará de existir el fútbol, pero existirá más ligeramente, situado entre el sudor y la grada, sin la proyección coloreada que hoy lo convierte en el protagonista obsesivo de dos horas de vida semanal, encerrado como un solo juguete en el despacho de Vega Arango, transmitido en circuito cerrado y melancólico al televisor privado del director de la tele. Ramón Díez va a sentirlo, pero sonreirá detrás de la cámara, porque él ya ha oído esta historia otras veces y sabe que todo es cuestión de dinero.
La semana que viene tendremos fútbol, y todo el forcejeo de estos días será como el experimento que hizo PavIov con sus perros. Nosotros somos los perros. Pavlov son todos ellos.
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