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José Begarmín

Hoy hace exactamente un año que fallecía en San Sebastián, rodeado de su familia y de sus amigos vascos, José Bergamín, una de las cumbres de la poesía y del pensamiento español del siglo XX. Ejemplar fue su vida, de complejas fidelidades últimas, en su zigzageante discontinuidad aparencial, porque siempre nos ofreció una imagen de continuidad pura y absolutamente ética. Pese a que es todavía prematuro hacer un balance de su vasta y plural creación literaria y filosófica, intentaremos seleccionar aquellas obras más significativas.De su teatro elegimos esta obra: Melusina y el espejo o una mujer con tres almas y por qué tiene cuernos el diablo, el primer drama romántico alemán en español. Decía Bergamín que esta obra es puro teatro, máscara transparente en que cada espectador puede hallar la significación que él quiera. Mi interpretación es la siguiente: Melusina es una mujer con tres almas, pomo el personaje del novelista alemán Jean-Paul Richter, que el diablo propone a Arlequín reunir en una sola. En esto consisten el juego y a la vez la, prueba dramática de la obra.

Sabemos que la multiplicidad de almas puede crear la dispersión aterradora del yo, lo que a los amantes nos acongoja y desconcierta. El alma es morada platónica, angélica, agustiniana-tomísta. El yo roca de piedra es una invención cartesiana, una rebelión secreta contra la omnipotencia de Dios, hasta que Bergson descubre que es tiempo puro que fluye y se sucede. Así, con tres almas, Melusina puede ser fiel a Conrado, su marido, hombre que es pura cabeza, sólo pensamiento. Si se dispersa en tres mujeres distintas, se unifica por su amor único y verdadero a su marido. Todos se enamoran de una Melusina distinta de la que otro ama. "Me asusta, porque parece una mujer sin alma; a mí me parece lo contrario, tiene muchas almas, una para cada uno de los que la ven". Conrado muere víctima de su desconcierto amoroso, pero sobrevive su cabeza pensante. Solos, siguen amándose mental y fríamente, hasta que Melusina, cumplida su venganza contra los asesinos de Conrado, se refugia en un convento. Encerrarse, decía Kierkegaard, es endemoniarse, porque el secreto del demonio es la incomunicación, el retiro en sí. ¿Al encontrarse Melusina sola consigo misma logra reunir en una sus tres almas? No lo sabemos, pero nos inclinamos a pensar que Bergamín creía que el amor real exige una multiplicidad diabólica de sentires, de almas recias de sensibilidad plural.

El 'Pozo de la angustia'

De sus ensayos -filosóficos escogemos el Pozo de la angustia, obra comparable con la Agonía del cristianismo, de Unamuno, por su dramatismo metafísico. Es la cifra y suma, el cogollo de todo su pensamiento. El antagonismo unamunesco entre la inmortalidad del alma y la resurrección de los cuerpos se convierte aquí en esperanza cristiana de salvación individual en lucha con el compromiso de transformación revolucionaria del mundo. En otras palabras, es el drama o diálogo que opone y a la vez concierta cristianismo íntimo y, marxismo revolucionario. "¿Se puede hablar exactamente de un pensar cristiano que no sea un sentir y un vivir, una actuación veraz del hombre en el mundo?", se pregunta Bergamín en el Pozo de la angustia. El salir fuera de sí del alma recogida, cuidadosa de su propia salvación eterna, único negocio que le preocupa, para actuar, decir y luchar, constituye la forma de ser del cristiano revolucionario.

Merleau-Ponty, en su obra Sens et non sens, sostiene que el cristianismo, como mira siempre hacia la repetición del pasado y la revolución, es un proyecto de futuro, dedujo que la postura de Bergamín era contradictoria, porque el cristiano no puede ser nunca un revolucionario. A lo que le replicó Bergamín en su Pozo de la angustia. "¿Cómo resolver este drama?". Manteniéndolo "como el toque extremo de esta dramática dualidad que plavó para siempre en el corazón de los hombres la dialéctica de san Pablo". Este combatir por la justicia en el mundo y estar fuera de él al mismo tiempo constituye la ambigüedad del cristiano revolucionario. A esta objeción, Bergamín responde: el pensar y el sentir cristiano se expresaron siempre de este modo dramáticamente paradójico.

En esta obra, el Pozo de la angustia, Bergamín intenta la más audaz y atrevida de las conjunciones, la de la dialéctica de san Pablo y Pascal con la de Marx y la de Lenin. Sin embargo, sostiene que la razón es siempre materialista, y la dialéctica, espiritualista. De esta forma, no se puede concebir un materialismo dialéclico. En consecuencia, tenemos una dialéctica materialista que es en realidad un espiritualismo maternalista, unidad de los opuestos, lo que significa, en el fondo, una cristianización de la dialéctica por obra, gracia e ingenio de Bergamín. El Pozo de la angustia termina con la afirmación de la tesis de la unidad de razón y pasión, de cuerpo y alma, espíritu y materia. Pero esta unidad es inestable y no se resuelve nunca en una síntesis superior conciliadora. Se cumple así con la exigencia de Bloch: la de una dialéctica siempre abierta y esperanzada.

La poesía de Bergamín puede definirse como una lírica meditativa. Su obra poética evolucionó desde los fuegos barrocos de Sonetos al Cristo crucificado, que tanto entusiasmaron a Machado, hasta la serena armonía clásica de Velado desvelo, cuyo tema dominante es el amor y la muerte. El amor es, como la muerte, congoja, desvelo que nos hace velar, preocupar, ahondar en su misterio. Es una negación que nos separa. "Tu, en tu sueño, yo, en mi sueño". Sin embargo, separados, estamos queriéndonos, afirma el poeta.

Bergamín siente el amor como un desearse en la separación; los amantes no se separan ni tampoco se unen totalmente. Pero el amor se acaba, porque es hijo del tiempo, del suceder, "porque todas las verdades / para serlo de verdad, / tienen que arder y quemarse". Amor y muerte se aproximan y se unen por este sentimiento común de la finitud. La muerte no es para Bergamín ese accidente imprevisible y fortuito que pensaba Sartre. Presintió su muerte, al sentirla dentro de sí germinar. "Yo me moriré una noche cerca de la madrugada", exclama en un poema de Velado desvelo. Es la muerte, "un despertar del alma que dormía". Yo le imagino siempre despierto, vivo, dialéctico. Y estas líneas que escribo son una respuesta al mensaje que me envía, que nos está enviando siempre, desde sus obras. Así, José Bergamín, así, muerto inmortal.

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