_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mendigos

Rosa Montero

Leo en la prensa que, según informes municipales, la mayoría de los que piden limosna en Madrid han profesionalizado la mendicidad. "¡Ya lo decía yo!", exclamarán los miles de ciudadanos que opinan que los pobres no son de verdad pobres, sino unos canallitas que se enriquecen despampanantemente a golpe de limosna y desparpajo.Esto me recuerda un suceso de hará cosa de un mes. A una anciana mendiga le robaron sus ahorros: más de dos millones de pesetas. Unos dineros que la mujer había reunido fácilmente en el año y pico que llevaba viviendo de la caridad urbana. Antes había sido una simple ama de casa, mujer de un barrendero. Luego su marido murió, y ella se echó a la calle. Seguramente jamás había logrado reunir en su vida una suma tan grande. Nunca debió ser tan rica como cuando ejerció de pobre. Quizá todo empezara como una vulgar rutina de miseria. Es probable qué, al enviudar, la mujer se viera, obligada a pedir limosna para sobrevivir. La sorpresa fue descubrir que así ganaba mucho más que su difunto marido barriendo las porquerías del asfalto. Y así siguió, andrajosa y paupérrima como buena mendiga, durmiendo en los bancos, comiendo mendrugos, guardando sus pesetas en una bolsa de trapo, palpando su creciente tesoro, sus ganancias intactas. Hasta que un día se las robaron, Las llevaba siempre encima, porque carecía de casa.

Hubiera podido vivir muy bien con esos dos millones, no necesitaba maldormir al frío en un portal. Oh, sí, la mendicidad le reportaba unos ingresos fuertes, en eso tienen razón los suspicaces. Pero ella metía todo en su bolsón. Quizá estuviera ahorrando para comprarse un piso, o para entrar en un asilo. Pero lo más probable es que guardara el dinero por puro miedo, como previsión ante un futuro tenebroso. Anciana y mendiga como era, no sé qué mayor calamidad podía depararle el porvenir. Pero la entiendo. Es un miedo ancestral, una indefensión de siglos marcada como un tatuaje en la memoria. Es el miedo del pobre en quien la pobreza ha hecho costumbre. Qué importan los supuestamente pingües beneficios, qué importan los dos millones de pesetas: hay muchas formas de miseria.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_