La supervivencia en el mar
El naufragio del Islamar III ha puesto de actualidad el grave problema de la seguridad de las gentes del mar. Los trabajadores de este sector encabezan las listas de siniestralidad y mortalidad del mundo laboral y, sin embargo, carecen de la adecuada instrucción en las técnicas que les permitirían sobrevivir en caso de accidente. Baste decir que muchos de los trabajadores del mar españoles no saben ni nadar.
En el mar, los riesgos que se corren son de lo más diverso: tormentas, colisiones, incendios, implicaciones en situaciones bélicas, piratería, etcétera, y, en definitiva, el naufragio y la tragedia, por la sencilla razón de que, a diferencia de lo que sucede en tierra, el medio que rodea a la embarcación primero y, al náufrago después es hostil. La conservación de la vida en esas circunstancias, después de un plazo de tiempo, nos lleva a introducirnos en el concepto de supervivencia, que, cuando tiene un final feliz para el actor principal, va precedida de toda una odisea protagonizada por ese ser excepcional que es el hombre.Situaciones así se pueden ver hoy plasmadas en algunos libros como Vivir o morir en el mar, donde el inglés Dougal Roberston describe cómo logró en 1972 sobrevivir con su esposa, un hijo mayor, dos hermanos gemelos de 12 años y un amigo durante 38 días aislados en un bote, o el relato de un náufrago colombiano que estuvo 10 días ala deriva en una balsa, plasmado en una pequeña óbrita por la fluida prosa del premio Nobel Gabriel García Márquez.
Pero es sin duda el relato descrito por el capitán de la Marina inglesa William Bligh, en 1789, al mando del buque Bounty, el de mayor difusión, en uña prueba más de lo que puede ser un ejemplo de supervivencia. Bligh resultó víctima de un motín a bordo y fue abandonado a su suerte con otros 18 tripulantes en un bote cerca del archipiélago de Tonga, en el océano Pacífico, y con provisiones solamente para ocho días: cruzaron todo el océano, y navegando más de 5.000 millas, después de dos meses alcanzaron lo que hoy es Yakarta, tras subsistir únicamente con los recursos que les proporcionó el mar y tras sufrir infinidad de penalidades.
Todavía está en la mente de los españoles el hundimiento, el verano de 1983, frente a las costas de África del Sur, a causa de un incendió, del, petrolero español Castillo de Béllver, con la muerte de dos tripulantes y el rescate del resto; o la reciente colisión frente a las costas gallegas de un carguero polaco con el español Dauka, que corrió con la peor parte, pues se hundió arrastrando consigo a toda su tripulación, de la que sobrevivió solamente uno de sus componentes, que pudo ser rescatado pronto aun a pesar de la niebla. Y todavía estamos viviendo la tragedia del pesquero Islamar III, que se hundió el pasado día 10 de agosto en aguas del banco canario-saharia no por un accidente provocado por el corrimiento de la pesca estibada, con escoración de la embarcación y abandono precipitado de sus tripulantes en unas condiciones poco propicias para poder sobrevivir mucho tiempo. Corno ya es suficientemente sabido, fue rescatado un superviviente de 29 años de edad cerca de las 80 horas siguientes al naufragio y un segundo tripulante superadas ya las 100.
Que la superviviencia ha interesado a los estudiosos, y mucho, lo demuestran las experiencias llevadas a cabo por el noruego Heyerdal o por el médico francés Alain Bombard, que en un experimento en solitario de náufrago voluntario en el año 1952 sobrevivió durante 65 días, demostrando con ello las posibilidades del hombre que aprovecha los recursos del mar, experiencia que hizo cambiar muchos de los conceptos que en materia de supervivencia hasta entonces se tenían.
Desde el principio
Realmente, la supervivencia se inicia en el mismo instante del abandono del barco. Algunas veces se puede hacer de una manera más o menos organizada, pero en otras es del todo imposible, puesto que hasta incluso puede ser como consecuencia de un golpe de mar el que un tripulante se vea lanzado al agua y pierda todo contacto con su embarcación.
En, el primer caso se pueden tomar muchas medidas que harán el que las posibilidades de rescate sean muchas, al igual que el de supervivencia, pero en el del naufragio rápido, y por tanto imprevisible, las cosas serán bien diferentes, porque no se habrán dado posiciones de situación, circunstancias ambientales, quizá no se disponga de flotabilidad por cualquiera de los medios previstos, desde el bote o balsa salvavidas debidamente equipados para estas circunstancias hasta el aro y el chaleco salvavidas, ni se tienen alimentos, medicinas, radiotransmisor, bengalas... y, lo que es peor, tampoco la ropa de protección con la que poder permanecer mucho tiempo en el agua. Además, en esta situación, las posibilidades de un pronto rescate van a deperider de otros factores, como el lugar del naufragio, la distancia a la costa, el estado de la mar el clima y el encontrarse en rutas de navegación, entre otros. Sin duda alguna, si el náufrago es conocedor de estos datos y de su importancia, puede verse afectado en su estado de ánimo, tan preciso y tiecesario para optar a una larga supervivencia, con lo que ya estamos enirando en otros factores y aspectos a considerar y ligados íntimamente con el individuo: los de tipo psicológico, así como los de tipo fisiológico y los educativos.
El náufrago tiene que superar, en primer lugar, el problema de su flotabilidad, y es posible que incluso en un principio se vea obligado a tener que nadar, lo que me da pie para destacar la gran sorpresa que me llevé cuando descubrí que entre los trabajadores del mar españoles había muchos que no sabían nadar. Creo que esto, ya de por sí, es muy significativo.
Casi al mismo tiempo, el naúftago ha de superar el miedo que le mantiene atenazado y le imposibilita para reaccionar, hasta el extremo de que se ha podido demostrar que ésta suele ser una de las causas más importantes de muerte rápida de los hombres que caen al mar. El pánico tras las colisiones en los grandes buques con pasajeros ha sido una de las causas de mayor numero de víctimas.
El frío y la sed
Pero el problema capital contra el que hay que luchar más y mejor es contra el frío y su consecuencia, la hipotermia, ya que cuando la temperatura interna corporal está por debajo de los 25 grados la vida, se hace incompatible. Como nuestra temperatura corporal es superior a la de los mares más calientes, antes o después el náufrago va a sufrir los efectos del frío, sobre todo si no es portador de protección contra el mismo, pasando primero por una fase defensiva, posteriormente a otra de fatiga y luego ya a la parálisis y a la muerte. Al mismo tiempo que esto está sucediendo, se comienza a ir perdiendo energía, por lo que hay que tener mucho cuidado en hacer el mínimo consumo de ella. El aislamiento, el hambre, la sed, la humedad los rayos solares, el mareo y hasta los animales marinos son factores que poco a poco van minando la resistencia del superviviente. El hambre puede superarse, pues se puede estar perfectamente sin ingerir. alimentos bastantes días pero la sed ya es bien diferente. El doctor Bombard pudo demostrar que el primer día podía pasarse sin beber y luego, si se ingería a pequeños sorbos cada tres horas, agua de mar, y, sin sobrepasar el medio litro cada 24 horas, se podía sobrevivir cinco o seis días más. Hay además otras maneras de conseguirla, como el segundo superviviente del Islamar III, que la obtuvo del rocío nocturno. Pero se puede lograr también exprimiendo peces, de la sangre de tortugas, de la.lluvía o incluso con un alambique solar aprovechando la energía del Sol.
Si se puede, hay que combatir el mareo, pues va a producir, entre otras cosas, vómitos que nos harán aumentar la sed; hay que protegerse de la acción solar, que nos producirá oftalmias y, naturalmente, quemaduras; el agua del mar nos macerará la piel y producirá irritaciones en la misma. Igualmente, habrá que cuidarse de los animales marinos como los tiburones, de los que se habla mucho pero que realmente pueden ser muy peligrosos, al igual que de las aves cuando nuestra flotabilidad dependa de botes o salvavidas neumáticos, pues con el pico o las garras podrían resultarnos nefastos.
El caso del 'Elma lll'
Un resumen de lo son los numerosos factores y peligros que influyen en la lucha y capacidad para sobrevivir, se refleja magníficamente en lo acaecido al buque Elma III el 26 de noviembre de 1981, cuando transportaba contenedores desde Brasil hasta Boston. A unas 215 millas de las islas Bermudas le sorprendió un fuerte temporal, un huracán con vientos superiores a los 100 nudos de velocidad, lo que provocó un corrimiento de la carta y el que la nave escorase primero y se hundiese después, todo ello muy rápidamente.
Al comienzo de la escora ya toda la tripulación estaba en la cubierta portando su chaleco salvavidas y dispuestos para abandonar el buque si no se podía desprender la carga y la situación empeoraba, como así sucedió. Los 25 tripulantes fueron arrojados al mar y cada. uno tuvo que buscarse su sistema para flotar entre olas de 13 a 20 metros de altura, con una temperatur.a del agua de 21 grados y del aire de 18 grados, que luego durante la noche bajó hasta 12 grados. únicamente pudo sobrevivir el primer oficial, un hombre sano, deportista, aficionado a la pesca submarina y a la inmersión libre, de 30 años, 90 kilos de peso y 1,79 centímetros de altura. A pesar de que sólo estuvo 26 horas, tuvo que nadar hasta hacerse con un bote salvavidas que flotaba invertido, afianzarse en el mismo y sujetarse con una cuerda, subirse y sentarse encima de la quilla, observar el movimiento de las olas para que no le barrieran e intentar rescatar a un compañero que estaba vivo debajo del bote y que al final acabó muriendo. No ingírió alimentos ni agua, se orinaba con frecuencia por el frío -con, lo que se podía calentar un poco las piernas- y se rompió dos dientes como consecuencia de las contracciones debidas a la hipotermia. Además, tuvo que superar el ver pasar en tres ocasiones sobre su cabeza un avión de reconocimiento que no le vio. Al ser rescatado presentaba hipotermia, lesiones en la piel y contusiones en el tórax. Actualmente se encuentra trabajando en tierra y sometido a tratamiento psicoterápico.
Este caso es una clara demostración de que la supervivencia no es una pura casualidad ni una lotería. Se sabe que las razones por las que algunos náufragos han sobrevivido a los agentes marinos sin la adecuada protección han sido la mayor capacidad mental y emotiva, el conocimiento de las técnicas de supervivencia, la fuerza de voluntad, una experiencia anterior de exposición a los elementos, el uso de los medios de protección y las mejores condiciones fisicas de los supervivientes. Por ello es muy importante la formación de las tripulaciones en estas materias porque, de haber sido así en el caso del Islamar III, ahora habría más supervivientes.
Juan Ángel Bartolomé Martín es médico del Instituto Social de la Marina.
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