Pornografitos
De la profunda garganta del Linda Lovelace, la indiscutible heroína del sexo duro de los duros setenta, ya no salen aquellos falsetes orgásmicos que estremecieron la moral espectadora de varias generaciones, sino radicales pareados feministas contra los estragos de la pornografía.En la que se ha dado en llamar batalla de Indianápolis para erradicar la obsesión sexual de América -es decir, del Occidente-, Linda Marciano, ex Lovelace, se manifiesta estos días en primera línea contra las leyes que hace apenas una década permitieron la exhibición pública de sus sorprendentes amígdalas clitoridianas; una hazaña del género que todavía figura entre las mercancías más solicitadas en los videoclubes piratas del mundo entero.
Linda es una desconcertante paradoja, pero no está sola en la nueva guerra que se nos viene encima.
Noticias procedentes del exterior confirman la ola de puritanismo que nos invade. Las autoridades de Amsterdam parecen dispuestas a eliminar de su asfalto todo rastro pornográfico, a pesar de que el comercio sexual sea uno de sus grandes negocios turísticos, y los movimientos feministas más radicales se alían momentáneamente con Reagan, Juan Pablo II y Jomeini en la lucha contra la obscenidad callejera.
Acaso esta reacción violenta y políticamente promiscua tenga su lógica pendular en otros- países , al cabo del hartazgo.Pero es que aquí todavía seguimos analogando aquellas leyes que permiten la exhibición de las prodigiosas amígdalas de Linda con las libertades propiamente dichas.
Me preocupa otra clase de pornografía en esta singular batalla de Indianápolis que ha logrado la herejía de mezclar en un mismo saco el espíritu de la División Azul y la moral del nuevo feminismo: ya nunca sabremos a ciencia cierta si ese spray airado que emborrona un desnudo comercial lascivo, clama por la pureza de las costumbres en los muros periféricos de la ciudad y tacha una cartelera X es un spray de derechas o de izquierdas. Eso es etimológicamente pornografía: la prostitución de los graffiti.
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