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Kulturcamp

No han engañado a nadie. Han ofrecido al mundo lo mejor de la conciencia que tienen de sí mismos y por eso estos Juegos Olímpicos son tan americanos de la costa Oeste. Ya el acto de inauguración fue una declaración de principios: Cecil B. De Mille, Ziegfield Girls y la cultura musical más nueva de la historia. Entre Gershwin y Michel Jackson, 50 años de hegemonía cultural de masas nos contemplan.Colosal plataforma propagandística, los Juegos Olímpicos son en definitiva un instrumento dependiente de la memoria y creador de memoria. Los norteamericanos han aprovechado la ocasión para ofrecernos todo lo que nos obliga a amarles y para proponernos una memoria futura amable que contrarrestre su función de centinelas y dueños de Occidente. Un país lo suficientemente rico, en todos los aspectos, como para hacer contemporáneos al siniestro McCarthy y al casi angélico Dashiel Hammet o para poder subvencionar al mismo tiempo unos Juegos Olímpicos en pantalla gigante a todo color y la despiadada contrarrevolución en América Central.

Un envejecidísimo Andy Williams, secundado al piano . por el inevitable Mancini, ponía de esmoquin y concierto unos Juegos olímpicos que tienen sello de entreguerras. Esfuerzo inútil saber de qué guerras se trata, pero tal vez la piedad hacia nosotros mismos nos lleve a la convicción de que se trata del período situado entre la primera y la segunda guerra mundial. Casi todas las revoluciones pendientes se pensaron en ese período y casi toda la mitología norteamericana fue diseñada por entonces: Fred Astaire, la Coca-Cola, Bogart, Roosevelt, Henry Ford, la hamburguesa , el jazz, el Far West y los romanos de De Mille, romanos de inequívoco sabor norteamericano. Hasta el agua de las piscinas olímpicas es un agua mitológica que está pidiendo el gorgorito acuático de Esther Williams. Y además hay que contar con Reagan que es del oficio y chupa olimpiada como los ciclistas chupan rueda o los militares argentinos chuparon galopadas de Mario Kempes. Luego es posible que todo se complique. Pero que nos quiten lo bailado. Y nunca mejor dicho.

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