Inválidos y mansos para el aburrimiento
Cuando los toros salen con la anatomía averiada por la misteriosa invalidez que viene siendo habitual y, por añadidura, carecen de casta, el espectáculo taurino se convierte en uno de los más aburridos que pueden ofrecerse y los turistas, que forman mayoría en estas corridas agosteñas, abandonan la plaza desconcertados, porque todo lo que han visto en el ruedo se parece muy poco a las alegrías torearas que les cuentan los folletos explicativos que adquieren a la puerta del coso.Los toros del Marqués de Ruchena, además de flojitos de patas, tuvieron una conducta más propia del buey doméstico que del toro de lidia. El primero tomó tres varas quitándose el palo y quedó con media arrancada; al tercero le taparon la salida para picarlo y terminó hecho un marmolillo. El cuarto y el quinto se refugiaron en tablas y, por si fuera poco, ofrecieron peligro. Con semejante género, los de afuera se hacían un lío y los de casa se pasaron la tarde palmeando en son de tango y con cara fosca.
Plaza de Las Ventas
5 de agosto.Cuatro toros del Marqués de Ruchena, mansos,flojos. Segundo, de Murteira, manso. Sexto, de Fernández Palacios, mansurrón. Manolo Cortés: algunos pitos. Ovación. Nimeño II: palmas y algún pito. Silencio. Pedro Castillo: silencio. Vuelta.
De los tres matadores, fue Manolo Cortés el que demostró más torería. Entendió bien al primero, que se quedaba corto, y se adornó con ayudados, para sacar al final de la faena, muletazos con coraje. Si no hubiera abusado del cite con el pico, hubiera quedado mejor. Con el cuarto se salió muy torero al tercio, hasta que el toro se refugió de nuevo en tablas. Allí le plantó pelea y resultó cogido, volviendo a la cara del bicho con mayor decisión, para matarlo de dos pinchazos y media bien puesta.
Nimeño II estuvo tan vulgar como acostumbra y tampoco es cosa de exigirle exquisitas esencias. Pero tiene oficio y se defiende bien de los problemas que le plantean los toros. Su faena al Morteira fue perfilera, con pases muy rápidos. En el quinto anduvo habilidoso para librarse del peligro del morlaco, que le buscaba a la salida de los muletazos. Con las banderillas, no pasa de clavar al cuarteo y siempre por el mismo pitón, en tanto la cuadrilla le trae y le lleva el toro de allá para acá. Así no debe nunca banderillear un matador.
Lo mismo hay que decir de Pedro Castillo, que es también rehiletero por un solo pitón. El par al sesgo que puso, lo clavó con apuros y, junto con Nimeño equivocó los terrenos en el quinto. El toro tenía peligro en el tercio y ambos se empeñaron en cuartear en ese terreno, sin salirse con él a los medios. Con la tela roja, Castillo porfió, terco y encimista, al inválido tercer toro. Y vió, ya al final del trasteo, que el sexto tenía un pitón izquierdo aprovechable. Lo toreó sobre esa mano, con la postura forzada y con aspavientos y treatalidad en los cites. El número culminó con el alarde que se marcó al entrar a matar. Tras un pinchazo, se arrojó sin muleta, en la suerte contraria y consiguió clavar el estoque a cambio de un palotazo en su zona varonil. El desconcierto cundió por los tendidos, pués las buenas gentes que a esas horas quedaban en las gradas, no sabían si aquello tenía mérito o era una fantasmada.
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