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Genuinamente americano

Sin quitar ni añadir una sola palabra al texto del protocolo, Ronald Reagan declaró abiertos los Juegos de la XXIII Olimpiada desde su burbuja a prueba de bombas instalada allá, en lo más alto del coliseo de Los Ángeles. Poco antes, Juan Antonio Samaranch, en el terreno de juego, le había cedido el uso de la palabra al presidente estadounidense después de cerrar su parlamento con un "Dios bendiga a América" de interpretaciones varias. Todo esto sucedía en pleno festival olímpico, que muchos españoles tuvieron la paciencia de seguir hasta eso de las cinco de la mañana del domingo. Tres horas y media de ceremonia inaugural que constituyeron un espectáculo genuinamente norteamericano.Pero, probablemente, lo más espontáneo del espectáculo se produjo al final, ya casi fuera del programa, cuando los atletas dejaron a un lado el protocolo y empezaron a mover sus musculosos cuerpos al son de la música. Fue el distraído cierre de todo un montaje perfectamente controlado y con ese especial gusto norteamericano que a los europeos suele chocarnos, aunque nos divierta.

30 de julio

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