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Tribuna
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Y 2

Rosa Montero

La semana pasada se me ocurrió escribir una columna sobre el despiste verbal que nos embarga cuando intentamos referirnos al otro u otra. Y decía yo que no sabemos denominar a la pareja, que nos perdemos en torpes farfulleos del tipo de mi chico, mi novia, mi rollo o la tía con la que estoy viviendo. Pues bien, hete aquí que mis compañeros de EL PAÍS se sintieron tentados por el tema, sin duda por efectos del estío, que produce una sudorosa lasitud de ánimo en la que los problemas importantes pierden contenido y las menudencias se hacen ley. El caso es que fijaron un folio en el tablón de anuncios y apuntaron allí sus sugerencias: a fin de cuentas son profesionales de la sustantivación, de la palabra.Hubo, por ejemplo, propuestas con hondo sabor barrial y castizo, como el pariente/a, o la perpetua/o. Que no sirven para la cuestión que nos ocupa, porque ahora ya no hay nada perdurable y porque pariente, evoca demasiado la relación tradicional de la familia. Otros abundaron, curiosamente, en la envoltura física, con sugerencias como mi gorda, mi gordito, la gordi, mi flaco o la flaquita, poniendo el énfasis de la ternura en la abundancia carnal o el puro hueso, dependiendo. Hubo quien se tomó el asunto muy en serio, sugiriendo el uso de mi amigo/a y documentando la voz en las Cantigas de Alfonso X el Sabio; una bonita palabra, desde luego, pero que se presta a confusiones. Otros, más innovadores, propusieron términos como el temporero, mi medio, mi ilegítima, mi bis, e, incluso, aquí, mi apaño. Quedan registrados, para lo que puedan servir. La aportación que más me conmovió fue la de un compañero andaluz, que rescató una palabra muy usada en las canciones populares de su tierra, mi contraria/contrario: un sustantivo profundo que define el abismo y el misterio que media entre los sexos. Y hubo aún otro, en fin, que presentó una enmienda a la totalidad del artículo, aduciendo que lo mejor que nos puede suceder es esta ausencia de palabras, porque al nombrar limitamos la pasión, la institucionalizamos, la convertimos en un sucedáneo rutinario de lo conyugal. Que quede constancia de todo ello como contribución a este debate abierto y estival de lo privado.

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