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Modernidad y posmodernidad

La oposición entre lo absoluto y lo relativo no es tan definitiva ni tajante como se formuló originariamente, y tampoco la de moderno y posmoderno. "El gran discurso de la razón histórica" define, para Engels, el concepto de modernidad. La posmodernidad es la racionalidad relativa, el discurso cauteloso, prudente, sin esperanza ni sentido finalista, de Lyotard. Comprenderemos mejor la diferencia entre ambos conceptos comparando la concepción absoluta del poder de Leviatán (Hobbes) con las micrologías del poder de Foucault. Igualmente, mídase la distancia que separa la pasión absoluta, única, que viven los. personajes de Balzac con las micropsicologías sentimentales de las criaturas de Nathalie Sarraute. En la ciencia física moderna, Einstein sustituyó lo absoluto por lo relativo cosmológico, y conceptos como tiempo, espacio, extensión, que eran absolutos para Newton, se relativizan, pasando a depender del "movimiento de los observadores". Pero esta relatividad no significa disolver el tiempo en tiempos, como mal interpretó Bergson en Duración y simultaneidad, sino que el descubrimiento tiempo-espacio salvaguarda la unidad del Universo. Este relativismo de lo absoluto no significa la descomposición del mundo en parcelas de un subjetivismo placentero. En 1905, Einstein se preocupó por encontrar los medios para que dos observadores en movimiento pudieran hacer coincidir sus relojes, lo que equivale a pedir que llegasen a una inteligencia conjunta del universo. Sin embargo, Vinstein, en diversas ocasiones, reconoció su deuda con el empiriocriticismo de Mach y Avenarius. Estos filósofos comenzaron a relativizar las concepciones absolutistas de la ciencia física, a través de las percepciones y sanci,ones subjetivas. La duda metódica del positivismo crítico contribuyó a destruir el dogmatismo básico de una ciencia nacida del sueño de absoluto. Pero el subjetivismo empirista diluyó en sensaciones específicas y particulares las grandiosas concepciones absolutistas del mundo y de la historia. Einstein se esforzó siempre en su lucha contra una interpretación subjetiva de la teoría atómica, como la de la Escuela de Copenhague, para salvaguardar la objetividad del mundo, y dijo: "Yo no creo que el buen Dios juegue a los dados".Lo absoluto se relativiza al convertirse en verdad objetiva. A este respecto, Bridgman, en La lógica de la física moderna, afirma que los conceptos científicos son verdaderas operaciones que se corresponden. La acción es así base del conocimiento, porque es verificación de la teoría. El operacionalismo de" Brigdman es, a la vez, absoluto y relativo, ya que solamente conocemos el mundo por actos y manipulación de objetos. También Jean Piaget demostró que el niño, al manejar los objetos que le rodean, conoce y se forma mediante definiciones operacionales, hasta tal punto que llega a creer, que los construye. Puede creerlo así, pues hay momentos en que la frontera entre la acción subjetiva y la realidad objetiva se interpretan y conjugan: lo absoluto de la verdad se relativiza por el acto subjetivo, que nos hace críticos y desconfiados ante ella. Sin embargo, no podemos negar que las definiciones operacionales activas llevan siempre a una nueva concepción de lo absoluto. Es decir, el conocimiento implica una diferenciación de operaciones, de distintas prácticas conceptuales, que llegan, mediante la comunicación intersubjetiva, a la formulación de una teoría unitaria. Por ello, todo nuevo descubrimiento es relativo con respecto a los anteriores. Cada verdad objetiva no es absoluta, sino relativa, como dijo Althusser.

La fe en la verdad absoluta comienza a disiparse. Pero lo extraño y curioso aparece cuando se asocia relativismo con subjetivismo. Creemos, equivocadamente, que el desencanto ideoló-

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gico se corresponde con el pluralismo, con la libre discusión de individualidades, olvidando que la subjetividad es el absoluto cuando se afirma en su verdad única y solitaria. La verdad objetiva no puede ser más que resultado del diálogo, como dijo Habermas, de la palabra armoniosa, del entendimiento de múltiples y diversas individualidades, lo que exige una relativización del subjetivismo, de las experiencias personales.

Max Born, en su libro Teoría de la relatividad de Einstein, afirma que lo absoluto se suprime por un sistema de objetivaciones equivalentes de conocimientos, mediante una convergencia de los sujetos cognoscentes. Lo que quiere decir que, si buscamos el absoluto, perdemos todo contacto con la realidad, y si aspiramos a lo relativo nos orientaremos hacia los otros hombres, uniéndonos a ellos en un esfuerzo de objetividad. En consecuencia, lo absoluto, esa infinitud de la verdad, aparece relativizado, y lo relativo, a través de lo subjetivo sensible-sensorial, llega a la verdad absoluta, que siempre es relativa porque es aproximativa, temporal, finita.

Lo que convierte en cenizas el dogmatismo de origen religioso y el racionalismo crítico. Pero es muy fácil caer en los extremos: entrega de sí mismo al dogma del absoluto ideal que caracteriza la modernidad, desintengrándose como personas; o afirmar su individualidad en la privatización del placer que caracteriza a la posmodernidad, lo que valatiliza la verdadera realidad objetiva del sujeto. Así, pues, la pérdida de fe en las ideologías lleva a no creer en la realidad de nuestro yo, en su objetivación concreta, y estamos disolviéndonos al dejar de convivir, al no comunicarnos, al aislarnos.

Si la posmodernidad contribuyó a descubrir la faz relativa, histórica, de lo absoluto ideológico, cayó en un relativismo escéptico o inmoralismo esteticista. Por el contrario, el absolutismo de la razón, relativizado o dialectizado, abre nuevos caminos a la esperanza de una transformación real y efectiva del hombre.

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