El deportista que corría con ventaja
Llegaron a creer que hacía trampa. Incluso pensaron que la naturaleza le había dotado de alguna ventaja física y le obligaron a someterse a un exhaustivo examen médico en Cleveland (Ohio).El doctor realizó varias radiografías de sus piernas, midió sus brazos, su tórax.... "Caballeros", parece que dijo el galeno, "este muchacho tiene un cuerpo normal, goza de gran salud y, si tiene alguna ventaja con respecto a resto de deportistas, la habrá alcanzado por medio del entrenamiento y valores superiores. La verdad es que yo lo encuentro perfecto". Y es que ¡era perfecto!
Lawson Robertson, entrenador del equipo de atletismo de Estados Unidos durante muchos años, intentó explicar la razón de la fenomenal velocidad de Jesse Owens: "Como todos los grandes velocistas, tiene abundancia de energía nerviosa y posee el par de piernas más excelentes que he visto en mi vida. Los músculos son simétricos y no se anudan. Son perfectas para la rapidez y el esfuerzo explosivo". Lo dicho, perfecto
Le llamaron 'Jesse'
Nació el 2 de septiembre de 1913, en Oakville (Ohio), en el seno de una familia de humildes campesinos. Murió el 31 de marzo de 1980, en Tucson (Arizona), ,en una habitación de un hospital, víctima de un cáncer de pulmón. Cuentan sus biógrafos que desde pequeño trabajó en el algodón y ahí aprendió a sufrir en solitario. Nadie podía suponer, por aquel entonces, que iba a convertirse en uno de los mejores atletas de siempre, máxime por su carácter enfermizo, que a punto estuvo de costarle la vida a los siete años a consecuencia de una neumonía. La vida deportiva de Owens comenzó cuando sus padres se trasladaron a Cleveland (Ohio). Dejó de trabajar de sol a sol e ingresó en la escuela. Su cuerpo, de todas formas, seguía siendo raquítico, hasta el punto de que sus compañeros de clase le apartaban de los juegos. Curiosamente, fue allí, en la escuela, donde ya desde el primer día le cambiaron el nombre. Un profesor le preguntó cómo se llamaba; él dio solamente sus dos primeras iniciales (J. C.), y el profesor entendió Jesse.Un día uno de los profesores de la escuela secundaria de Cleveland le sugirió que hiciera ejercicio, que fuera a la pista de atletismo. Jesse trotaba por la pista sin demasiada ilusión; únicamente con la sana intención de entretenerse. De pronto, el entrenador creyó adivinar en él algo especial. "Muchacho", le dijo, "hazme el favor de correr 100 metros. Quiero cronometrártelos". Jesse, que no entendió nada cuando le examinó aquel doctor, tampoco pidió explicaciones en esta ocasión.
Y corrió, corrió con naturalidad, a tope. Cuando cruzó la línea de llegada, el instructor miró su reloj y pensó: "Este cronómetro no puede estar bien". Y al día siguiente llevó el reloj a arreglar y el joyero se lo devolvió al cabo de cuatro horas diciéndole: "Caballero, su reloj va perfecto". Otra vez perfecto. Owens había corrido, sin darse cuenta, alrededor de la marca mundial.
Un día histórico
En la historia de Owens hay un día de días. Un día histórico, vamos. El 25 de mayo de 1935, defendiendo los colores de la Ohio State University frente a las otras nueve grandes universidades del medio Oeste, aquel muchacho de 62 kilos y medio fue tan asombroso en su superioridad y rompió tantas marcas, que los 10.000 espectadores que llenaron las tribunas de madera de Ann Arbor apenas podían creer lo que veían. Esto es lo que hizo Jesse. Y deben creérselo porque ya es historia.
A las 15.15 horas voló por la pista para ganar la carrera de 100 yardas (algo más de 91 metros) e igualó la marca mundial de 9.4 segundos.
A las 15.25 horas ejecutó su primer y único salto en longitud, alcanzando los 8,135 metros y triturando por más de 15 centímetros la marca mundial, que poseía el japonés Chuhei Nambu.
A las 15.45 horas no corrió, cruzó como un relámpago la meta en la carrera de 220 yardas (algo más de 201 metros), nueve metros delante del segundo y con una marca de 20.3 segundos, tres décimas de segundo inferior a la marca mundial. Y a las cuatro de la tarde voló sobre las vallas, posándose de vez en cuando sobre la pista y superando en cuatro décimas de segundo la marca mundial en las 220 yardas, con un tiempo de 22.6. En 45 minutos demolió tres marcas mundiales e igualó una cuarta.
El historiador olímpico norteamericano John Durant escribe: "Las marcas que trituró Jesse esa tarde representaban los esfuerzos de los mejores atletas de todo el mundo. En una hora gloriosa, Owens borró sus nombres de los libros de plusmarcas. ¿Qué hacía que Jesse corriera tan velozmente, con ese estilo fluido y maravilloso, tan terso como la seda, se decía, que hubiera podido correr con una taza de agua sobre su cabeza sin derramar ni una sola gota?".
Ganar a un caballo
Jesse Owens sumó cuatro medallas de oro en Berlín. Solamente Paavo Nurmi y Alvin Kraenzlein habían ganado tantas en unos Juegos. Pero en aquellos años ganar significaba la gloria, pero no proporcionaba ningún dinero. Y Jesse regresó a Estados Unidos, donde recibió una bienvenida de héroe, con lluvia de serpentinas y confeti. Pero nadie le iba a regalar nada y tuvo que ingeniárselas para mantener a su familia, ya casado y con una hija. Dejó las pistas de atletismo para ofrecer espectáculos made in USA.
Y empezó a correr contra camiones, perros, jugadores de béisbol con ventaja y hasta contra caballos. Y Jesse Owens siempre ganaba, pero no porque fuera más veloz que el caballo; eso era imposible. Simplemente, el disparo de salida se efectuaba lo más cerca posible del caballo, por lo que, cuando éste se recuperaba del susto, Jesse Owens ya había recorrido media pista. Este negocio le duró dos años. Después, la guerra y una nueva lucha para sobrevivir.
Pero en 1951, seis años después de concluir la contienda, Owens visitó nuevamente el estadio Olímpico de Berlín. Era un día gris de agosto. Vestía su traje de pista, como parte de un espectáculo organizado por la United States High Commission. Más de 75.000 ciudadanos alemanes acudieron a verlo.
En su discurso, Jesse les apremió a "permanecer firmes con nosotros en la lucha por la libertad y la democracia, bajo la protección de Dios Todopoderoso". El público se levantó para aclamarle. Muchos de los que le ovacionaron aquel día le habían aclamado en 1936.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.