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Entrevista:Mis queridos monstruos

Gutiérrez Mellado

Clase media bien del barrio de Zurbarán. El giro moscardoneante del ventilador, que esparce sosiego, como el dickensiano grillo del hogar, más que frescor. "Si a usted le molesta lo quitamos, Umbral". Algunos cuadros pequeños por las paredes, el sol graduable de la persiana, un interior de héroe pequeñoburgués, como son siempre los héroes españoles, y, en una foto en color, la boda de la chica.-El miIrayas ya no se lleva, mi general.

-Es sólo para estar en casa.

-¿Ese bigote un poco diabólico, se lo cuida usted o se lo hace el barbero?

-Nada, yo solo.

-Ahora, en el verano, tendrá usted más tiempo para leer.

-Sí, claro, estoy con las memorias de Azaña.

-¿Qué piensa usted de la reforma militar de Azaña?

Nos traen cafés, ginebras, hielos, cosas. El general duerme "como un niño" (se lo he oído decir varias veces) pese al mucho café que toma.

-La reforma de Azaña me parece buena para su momento. Quizá se equivocó cerrando Zaragoza. En Zaragoza, en la Academia, habíamos asimilado la República y todo iba bien.

-El discurso de Franco, despidiéndose de los cadetes, ¿es un poco duro, no, mi general?

-Pero usted me había dicho por teléfono, Umbral, que esto iba a ser una entrevista más humana que política.

-Perdón, se trataba sólo de calentar motores.

-Azaña, en general, lo que pasa es que no caía muy bien a la gente. Él es un poco despectivo con todo el mundo. Incluso con sus compañeros.

-Felipe González me decía una vez, mi general, que el error de Azaña no fue su reforma militar, sino los comentarios que él mismo hacía a la reforma.

- Sí, claro, eso siempre molesta. Luego, hay que tener en cuenta que entre todos fueron deteriorando la República. Los españoles tenían ganas de pelearse. Aquello fue el delirium tremens. Ahora me parece que, afortunadamente, es todo lo contrario. Se ha escrito muchísimo sobre la guerra civil, ya sé que el tema sigue vigente, pero yo no soy partidario, por ejemplo, de que la televisión dé tanta guerra civil. Eso ya está en la Historia y lo que hay que hacer es superarlo.

-En su familia no hay militares, mi general.

-Es cierto, no tengo geneálogí a militar. Pero la cosa vino así. Yo he vivido, de joven, un Madrid que a usted le gusta mucho, Umbral, las pensiones de Antón Martín y todo eso. Fue una época casi feliz. Todo costaba treinta céntimos: el cine, las variedades, los pasteles. De modo que yo tenía un día completo por muy poco dinero. Era feliz yendo a ver Las Leandras, por ejemplo. Encuentro que, ahora, la continuación de eso puede ser Lina Morgan, en La Latina.

-¿Su mujer fue su primera novia?

-Sí, en efecto. Claro, que antes había caminado detrás de las chicas que me gustaban, sin decirles nunca nada.

-¿Y cómo lleva hoy su esposa el tener un mito en casa?

-Lo lleva todo muy bien. Pienso que tanto Suárez, como Calvo Sotelo, como Felipe González, o yo mismo, hemos tenido la gran suerte de contar con unas esposas que, cada una en su estilo, nos han ayudado, siquiera con la discreción. Una esposa no adecuada puede hundir a un político. Y al contrario.

-¿Cómo vivía un joven militar de entonces la dictadura del general Primo?

-No teníamos un juicio político. Yo vivía algo así como dentro de La verbena de la Paloma. Y ya le digo, Umbral, perseguía mucho a las chicas en los tranvías.

-Me parece que fuma usted menos. Hablemos de sus vicios.

-Los he tenido todos.

-¿Hay una estética de la guerra, un humanismo de la guerra?

-El humanismo de la guerra termina con la desaparición del caballo. El caballo fue el elemento épico y lírico de todas las guerras, hasta Napoleón.

-Las pequeñas guerras convencionales que andan sueltas por el mundo.

-Cada bloque trata de impedir que se juegue en su campo.

-Las actuales guerrillas suramericanas, ¿cómo son técnicamente?

-No las conozco bien, pero no me parecen nada improvisadas. Y suelen responder al movimiento pendular de la justicia / injusticia. Eso es lo que quisimos evitar en España, cuando la transición. O, más bien, lo que quizá hemos conseguido: que el péndulo se pare en su sitio, sin bandazos.

-¿Nunca pensó usted en ser marino?

-No. Soy de Madrid. El mar me queda lejos. Aunque veraneo todos los años, últimamente, en Cadaqués. El año pasado, los pintores de la zona, que son muchos, me regalaron un cuadro cada uno. Por ahí los tiene usted. Y luego está la señora, en la playa, que me manda un mensaje por su niño pequeño: "Gracias a usted estamos aquí". Eso compensa de momentos muy malos que he pasado.

-Aparte de Azaña, ¿qué lee usted en verano?

-Historia. Me gustan mucho las biografías.

-El héroe en invierno.

Sonríe a lo de "héroe".

-Juego al bridge. Me gusta mucho. Gano o pierdo. Siempre poco dinero.

-El juego ¿nó es la guerra por otros caminos?

-Quizá. Es una guerra estilizada, es una estrategia. Pero me sosiega mucho la cabeza.

-El fútbol.

-Me gusta que gane el Madrid.

-¿Vio usted por televisión la final España / Francia?

-Sí. Me hubiese gustado que ganase España. Pero tampoco sufro por eso.

-General, me consta que le invitan a los estrenos oficiales de teatro. Pero casi nunca le veo en ellos.

-Bueno, van mis hijos. Pero claro que me gusta el teatro. últimamente he visto a La Trinca, ¿no se llama La Trinca?, y me ha gustado mucho.

-¿Qué sentía usted después dl vídeo / golpe?

- Ganas de irme de España. Me hubiese evitado muchas amarguras. Pero me gusta estar entre españoles.

-Los objetores de conciencia.

-Creo que hay una objeción respetable, atendible, que puede ser compensada, en su abstención, con otro tipo de tareas, como hay unas gentes que, sin ningún prejuicio ni ideología, lo único que quieren es no hacer el servicio militar.

-Quedamos en que usted no tiene genealogía militar. ¿Es usted un militar atípico?

-Me parece que no. Soy un militar medio.

-¿Y no le han salido militares en la familia?

Hace rato que se han ido María y Verdes. El general trae por sí mismo otra bandeja con bebidas, baja la persiana y se cambia de sitio. Ahora estamos en ángulo recto.

-Sí, el yerno.

-¿Qué tal padre ha sido usted?

-He procurado comportarme según lo que les predicaba a mis hijos, para que no advirtiesen desacuerdo. En cuanto al dinero, por ejemplo, si yo tenía quinientas pesetas, les ofrecía doscientas, mostrándoles la cartera, y siempre se daban por satisfechos.

-¿Se mantiene usted tan ejemplarmente delgado porque hace mucho deporte o porque no come?

-No como, y deporte, he hecho mucho.

Lo poco que fuma, lo fuma bien, como ya tiene uno escrito alguna vez. Hay en este hombre un dandismo militar e involuntario que se manifiesta también en la manera de hablar, ni lacónica ni retórica.

-Su actual relación con el Ejército.

-Una vez al año me reúno con mis compañeros más entrañables.

-El libro de Picatoste.

-Lo primero que le advertí a Picatoste es que sólo quería citar a personas a quienes pudiera elogiar. Nada de citar a gente para criticarla.

-¿Cómo funcionó de ventas?

-En unos grandes almace-

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nes firmé hasta seis mil ejemplares. Claro que vino el señor inevitable a decirme: "Ha firmado usted seis mil, pero somos cuarenta millones de españoles".

-El mito en su laberinto.

-Me llaman de muchos sitios de España para dar conferencias, pregones, cosas, y la gente se muestra siempre cariñosa y generosa. Le aseguro a usted que no paro, Umbral. Por cierto, que la próxima entrevista se la quiero hacer yo a usted.

-Ya comprendo que estoy abusando, mi general. Pero podemos probar eso que dice y verá como es un éxito periodístico.

(Me ha parecido una manera elegantísima de decirme que está ya harto de tanto preguntorio. Sale un momento y fisgo el living.

Aparte de lo ya anotado, veo una foto del Rey, juvenil y con una gran bandera española al fondo -debe ser una foto al aire libre- En la dedicatoria alcanzo a leer las palabras "fiel" y "Guti".)

-Mi general, ¿por qué tomó usted posesión como consejero de Estado vestido de paisano?

-Porque yo he sido nombrado en función de que fui ministro. No como militar.

-¿Qué es el Consejo de Estado?

-Un organismo técnico y consultivo en el que me alegra que haya gente de distintas ideologías. Yo ahora tengo que aprender a funcionar allí dentro.

-¿Puede decirse que son ustedes, los consejeros, los depositarios de las esencias: Corona, democracia, Constitución, todo eso?

-Todo eso, efectivamente, es lo que tenemos presente a la hora de dictaminar o asesorar. Todo eso es lo que nos rige, por encima de partidos o ideologías.

-¿Cuál es la relación intelectual de usted con el Ejército?

-Sospecho que hay una minoría que me comprende, una minoría que no me comprende y una gran mayoría que me va comprendiendo.

-El pueblo español.

-Si lo pregunta usted respecto a mí, le diré que me tienen abrumado y muy honrado con las continuas muestras de simpatía.

-¿Es usted creyente?

-Sí. Pero respeto todo tipo de creencias y de no creencias.

-El Ejército ¿es democrático?

-Yo, como mero observador, diría que sí, sin duda, aunque los hostigadores y los que han matado generales vienen retardando la democratización del Ejército. Pero eso es precisamente lo que se proponen, y en los manuales más sencillos se advierte que nunca hay que hacer lo que quiere el enemigo que hagamos.

-¿Qué ha perdido al ganar la gloria?

-No sé lo que he ganado, pero noto que he perdido la intimidad. No puedo pasar inadvertido en una cafetería.

En un pasillo de la casa tiene puestas, con chinchetas, la foto de Tejero con la pistola, en las Cortes, y la foto en que está él de espalda y varios guardias tratan de derribarle. Así, sencillamente, muy vulgarmente, en un pasillo de paso, perpetúa este hombre, con chinchetas, dos momentos de su vida y de la Historia de España que quedarán para siempre en las enciclopedias como los fusilamientos del 3 de mayo o los bombardeos de Madrid.

-¿Se es consejero de Estado para siempre?

-Algunos, sí, somos para siempre.

El general don Manuel Gutiérrez Mellado es un hombre de media voz, de pensamiento sereno y circulante, delgado y sin nervios, sereno y cortés, de modo que hay que adivinarle al fondo, muy entre todo eso, la fijeza, la firmeza, la entereza. Nunca pretende ser brillante, pero siempre es exacto, preciso y personal. "Yo, Umbral, soy un hombre que aún no se atreve a salir a la calle sin chaqueta y corbata". La otra tarde coincidimos en la terraza de Vilallonga, por sobre la Castellana. El general pidió "un whisky ligerito", fumó, bebió y conversó de pie, sosegadamente, hasta que nos dijo a los del grupo: "Bueno, me voy con las señoras". Y cambió de sitio. Parece lo suyo, en un cóctel como en un golpe, una suerte de delgada firmeza, de elegante decisión. Ahora, sentados en ángulo, como he dicho, y a solas, me parece que me mira a los ojos menos que antes, cuando éramos cuatro. Aquí puede haber una timidez de hombre que se asusta ya de su propio mito.

-Como usted sabe, Umbral, yo perdí a mis padres muy pronto, y eso, quizá, le hace a uno más duro. Por otra parte, he disfrutado mucho pudiendo dar a los míos lo que yo no tuve.

El invierno pasado nos veíamos alguna tarde en el bar del Palace, sólo por charlar y tomar una copa. Él aprovechaba para fumar un poco más de lo consentido: "¿Otro cigarro, papá?". "Dejadme, que estoy charlando con mi amigo Umbral".

-Y el Ejército, mi general, ¿es clase media o es otra forma de aristocracia?

El ventilador se mueve, discreto, repartiendo un verano fresco y clandestino por el living.

-El Ejército, efectivamente, fue una aristocracia. Hoy es clase media. Incluso yo he tenido compañeros que eran título, y no lo he sabido hasta muy tarde, porque en las modernas Academias eso no cuenta.

-¿Qué es lo que irrita al Ejército?

-Los separatismos, naturalmente.

-¿Cómo se puede avanzar en el entendimiento Ejército sociedad civil?

-Entre otras cosas, explicando en los colegios, no sólo nuestras victorias, sino también nuestras derrotas. Eso no se ha hecho nunca, y sería muy beneficioso para conocer la verdadera naturaleza de nuestra Historia y para enmendar fallos o mejorar sistemas.

El gin / tonic sabe a hecho en casa. Quiero decir que sabe más íntimo y cordial que en los bares. De vez en cuando entra un familiar, me saluda y se va.

-Usted tiene fama de haber sido un gran conocedor de los hombres, general. ¿Cómo hace usted para conocer a la gente?

-Por la sonrisa. Una sonrisa revela, de pronto, en una cara inexpresiva, a un canalla o a un hombre honrado.

-¿Nos queda algo por hacer en la América de habla española?

-Nos queda ayudar, comprender, estar con ellos. La lengua, y por tanto la mentalidad, es una ventaja que llevamos a cualquier otro pueblo para entendernos con América.

-Un pecado oculto.

-El mus.

Las gafas gruesas, el perfil de general antiguo, el bigote cuidado, el milrayas y el tabaco. No parece la casa de un militar. O quizá sí. Hay un delgado enigma en este hombre. El pelo blanco, que le deja ya mucha frente libre, peinado hacia atrás. Los héroes españoles nunca pasan del ventilador, casi como en el XIX, y nuestros premios Nobel, a la tarde siguiente vuelven al Café, como si nada. Cuando yo llamaba a casa de Gutiérrez Mellado, para concertar esta visita, su esposa me decía al teléfono: "Manolo estará al llegar". Y él me puso una sola objeción: "Ahora estoy saliendo demasiado, Umbral, con esto de la toma de posesión, pero, en fin, a usted no puedo negarme". Un retrato vestido de militar. Las caricaturas cariñosas que le han hecho Peridis, Forges y otros. Las fotos históricas que ya he citado, sujetando a Tejero con chinchetas. Hemos conversado toda la mañana. Y me lo vuelve a recordar al despedirnos:

-Ya lo sabe: que la próxima entrevista se la hago yo a usted, Umbral.

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