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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El camino de un utopismo realista

La utopía socialista se ha derrumbado estrepitosamente, dice el autor de este trabajo, tanto en su inminencia histórica como en los medios para alcanzarla. Los oportunistas prácticos han triunfado siempre sobre los utopistas creyentes, en su opinión. Hay que crear, por tanto, un nuevo modelo de partido, que se salga de los moldes clásicos, que sea un instrumento de participación para los militantes y un vehículo de movilización de las fuerzas populares y sociales.

Es manifiesto que estamos asistiendo, en teoría política de la izquierda, a una crisis que pudiéramos llamar epistemológica, a una crisis de seguridades y certidumbres. La gran utopía político-social -el socialismo- se nos ha convertido en algo casi irrealizable en la práctica. Pocas ideas nos pueden parecer hoy tan ilusorias como aquella de creer que se estaba a punto de alcanzar "la verdadera solución del antagonismo entre el hombre y la naturaleza, entre existencia y esencia, entre objetivación y afirmación de uno, entre libertad y necesidad, entre individuo y género". Es decir, como si la solución de la historia estuviese ya detrás de la puerta. Y nos resulta también muy lejana aquella meta de Marx a que aspirar: "Hombres libres asociados, actuando consecuentemente y dueños de su propio movimiento social". Toda esta utopía político-social se nos ha venido abajo estrepitosamente, al menos en dos de sus postulados principales: en cuanto a los mecanismos para alcanzarla y en cuanto a la inminencia de su proximidad histórica.Y es que, ante todo, hay que permanecer abiertos a la realidad. Una realidad siempre cambiable, que nos obliga a no mantenernos anclados en planteamientos de otros tiempos. Porque, como dijo Ortega, la realidad siempre acaba por vengarse. Hoy debemos partir del dato de que nada es absoluto ni, por supuesto, definitivo, por lo que no podemos aferrarnos a estereotipos ya superados, ni seguridades tan prematuras. Hay que hermanar utopía con realidad, para que no sigamos tropezando indefinidamente en el mismo obstáculo.

Teoría y acción

Y sin embargo, las experiencias pasadas, así como -sobre todo- los fracasos sufridos, han de suministrarnos un riquísimo material de enseñanzas que no podemos echar en saco roto. Hoy estamos en condiciones de valorar algo más correctamente en dónde estuvo el fallo de proyectos anteriores, y cuáles son los caminos errados que no debemos de nuevo recorrer. Con lo que podemos extraer algunas conclusiones.

En primer lugar, habría que constatar el gran desfase que la historia se ha encargado de repetir, una y mil veces, como existente entre el mundo del pensamiento, el mundo de las teorías, con el mundo de la acción, el mundo de la práctica política. Es decir, entre lo que se dice y después se hace; entre lo que se pretende y después se consigue. Hay una idea fundamental, que constituye el eje de un reciente libro de Régis Debray: en este libro se intenta "confrontar lo que hay de irrealizable en la teoría con lo que hay de inconfesable en la práctica política". Y de esta confrontación no puede sino resultar una gran decepción cuando nos atenemos a la experiencia de la historia. Por un lado han marchado los utópicos creyentes, y por otro, los oportunistas prácticos. Y siempre con el triunfo de estos últimos, que sabían adaptarse realistamente a las concreciones fácticas que tenían delante. El político puro ha sido una figura esencialmente oportunista, que originaba verdaderos estragos en el mundo de las teorías políticas.

Pues bien, esta dicotomía entre teoría y acción habría que superarla mediante un cambio en el modelo de organización -la forma de partido, el instrumento de transformación- que hasta aquí se ha venido utilizando. Un modelo de partido que se salga de los módulos clásicos, y no se limite a ser proveedor de cargos institucionales, ni esté burocratizado con la finalidad de ser un aparato para conseguir votos. Ahora se trataría de convertirlo en un instrumento de participación para los militantes y en un vehículo de movilización para todo un conjunto de fuerzas populares y sociales. Posiblemente el gran reto que la izquierda tiene hoy por delante es el de encontrar el nuevo modelo de organización que sea apto para incidir y transformar la realidad social. Un nuevo modelo de partido en el que la creatividad individual tenga fácil acogida y encuentre unas cómodas posibilidades de expresión.

En segundo lugar, habría que ser conscientes de que la vía política por sí sola es insuficiente para transformar la sociedad. También hoy sabemos, por ejemplo, que con sólo abolir "la propiedad privada de los medios de producción", apenas se consigue sino caer en otras relaciones, quizá más férreas, de dominación. La realidad del hombre es bastante más compleja y exige actuar sobre la multitud de factores que constituyen el ecosistema cultural, social y económico del mismo. Quizá el principal fallo de todos los movimientos mesiánicos o salvadores que en el mundo han sido, radique en su reduccionismo, o sea, en su tendencia a enfocar muy unidimensionalmente el proyecto de transformar al hombre. Ni el hombre nuevo se consigue intentando convertirlo uno a uno, individualmente, en su sistema de creencias y valores (cristianismo), cuando tiene que vivir en una sociedad estructurada egoístamente como competitiva e insolidaria; ni tampoco, por supuesto, con utilizar el sufragio universal para elegir a sus dirigentes (democratismo); ni mucho menos mediante la estatalización de todo su sistema económico (marxismo realmente existente). Las aberraciones y fanatismos a que todo reduccionismo conduce jalonan el curso de la historia.

Por el contrario, son muchos los factores sobre los que actuar, y muy complejos los ecosistemas que deben simultáneamente modificarse. El paradigma de la complejidad ecosistémica debe presidir el conjunto de las actuaciones. Se trata, en definitiva, de un camino ampliamente multidimensional.

No existen panaceas

No existen, por tanto, panaceas. Tampoco existen propósitos absolutos. Por el contrario, hay que dotarse de un gran relativismo y ser conscientes de que hay que marchar por la vía del ensayo, los tanteos y la vuelta a empezar. Cada actuación ha de ajustarse a las posibilidades existentes en cada momento, y en relación también con los antagonismos y contradicciones que en cada coyuntura se den. Nada, pues, de unos programas muy definidos de actividades político-sociales, ya que éstas han de venir dadas, en cada lugar y hora, por los medios con que se cuente y los conflictos que se generen.

En conclusión, nada de dogmatismos simplistas que piensen que con tal o cual medida se va a conseguir la salvación de la humanidad. Se trata, más bien, de elaborar planes muy flexibles y revisables periódicamente, hasta el punto de que consigan una permanente adecuación a los fines propuestos, una continua corrección. Aparte de que las soluciones han de ser locales, y para problemas concretos, y, sin embargo, con planteamientos generales, incluso diríamos que planetarios.

Entre este ir por tanteos hay, no obstante, unas cuantas líneas de actuación que pueden servir de guía. Por ejemplo:

a) Una progresiva democratización de la vida pública mediante procedimientos de autogestión a niveles cada vez más bajos (comunidades autónomas, diputaciones, ayuntamientos, barrios). O sea, mediante la diversificación descendente de los órganos de decisión.

b) Unas colectivizaciones parciales a todos los niveles de la vida económico-social, con una alta cota también de autogestión.

c) Una incidencia en la vida social, inclinando en un sentido progresista los muchos miles de antagonismos, conflictos y contradicciones en que ésta se desenvuelve.

d) Un aumento progresivo de las posibilidades que se ofrezca a toda creatividad, tanto individual como colectiva.

Junto a todo esto, es evidente que la utopía nos es necesaria, en el sentido de una fuerza que sea capaz de comprometer a muchos en esta empresa de transformación social. El actual modelo de sociedad -el capitalismo, en una palabra- no puede satisfacer a cualquier persona con el suficiente nivel de sensibilidad ética. Son muy conocidos sus fallos: hay explotación del hombre, está montado sobre el lucro, conduce al egoísmo competitivo e insolidario, evoluciona hacia una concentración del poder económico, aumenta las desigualdades entre los hombres. Ahora bien, es más fácil luchar contra esto cuando existe un modelo sencillo de recambio.

Por otra parte, una ideología sólo será fuerza social cuando se convierte en creencia, fe, mito. Hasta ahora no se han podido difundir ideas entre las masas -y que éstas hagan suyas- sin que al mismo tiempo se transformen en mitología y, sobre todo, en creencias. El problema radica en qué condiciones debe satisfacer una idea para convertirse en fuerza social. Pero, además, lo cierto es que aunque muchas de esas ideas resulten indemostrables, contribuyen a cambiar la sociedad. Lo que no ocurre en la físico-química, sí sucede en la realidad político-social: ésta se modifica según las representaciones mentales que nos hagamos de ella. Lo importante es que se tengan por verdaderas, aunque en realidad no lo sean.

Precisamente todo aquello que no está fundado en la razón -la opinión pública, la creencia, la fe- es sobre lo que se funda la fuerza política. De sobra es conocido cómo nadie se deja degollar por un teorema geométrico y sí por una ideología política. Pues bien, conscientes de este dato es como hay que empezar a ser racionalmente utópicos. Esto quiere decir que aunque las fuerzas políticas necesiten nutrirse de elementos irracionales, afectivos, míticos, también éstos estén controlados por aquellos otros factores verdaderamente científicos y racionales.

Hasta ahora los combates por la paz, la justicia, la libertad y la fraternidad entre los hombres han sido combates perdidos de antemano. ¿Acaso estamos condenados a ello? ¿No es posible que algún día se conviertan en proyectos posibles y, por tanto, realizables? ¿Acaso es la política aquella actividad que, tiene como objetivo unos problemas que son insolubles?

Pienso que la utopía hoy consiste en saber que estamos construyendo el futuro, y que este futuro será mucho mejor que el presente. Pero más modestamente que antaño, no pensamos que el hombre nuevo y la sociedad nueva estén ya detrás de la puerta. Es un camino largo y, como he dicho anteriormente, recorrido con tanteos, marchas atrás y vuelta a empezar. Aunque sí se necesita esta confianza final -esta utopía social, esta irracionalidad- para que puedan movilizarse los hombres, y engrandecerlos en la tarea de construir un mundo mejor. En conclusión, hay que ser utópicamente realistas. Se trata de transmitir unos valores a los grupos humanos para que éstos, pasional y creativamente usen la ciencia y la razón, sabiendo, muy realistamente, el terreno que pisan.

José Aumente es doctor en Neurologiá y Psiquiatría.

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