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Francisco Luis Clar

Capitán de Manina y uno de los supervivientes españoles del ataque contra el superpetrolero 'Tiburón'

Francisco Luis Clar decidió estudiar la carrera naútica porque no se sentía con ánimo de sentarse ante una mesa de despacho y por que esta profesión le ofrecía la oportunidad de viajar en una época en que era difícil salir de España. Pero antes de poder salir al mar tuvo que trabajar, para mantener a su mujer y a su hijo, en ocupaciones tan dispares como la de vendedor de libros o la de representante de una empresa fabricante de chocolates. En los numerosos viajes en tren que le llevaban por toda España aprovechaba para estudiar por libre las asignaturas de una de las carreras que nunca tienen fin porque "cada barco es una historia nueva".Cuando los ahorros llegan a la reserva, necesaria para asegurar la supervivencia de su familia durante su ausencia, Clar comienza la búsqueda de un nuevo contrato, que le mantendrá alejado de su casa seis o más meses. Normalmente lo logra tras numerosas llamadas telefónicas a todo el mundo o por una agencia. "Es un medio mucho más eficaz y digno que el de ir mendigando por las oficinas de empleo que abundan en nuestro país". Clar, ojos oscuros y numerosas canas en las sienes, a pesar de tener un físico que le permite practicar la pesca submarina a 25 metros de profundidad, recuerda con disgusto cómo, en una de estas oficinas, un empleado le negó el puesto, correspondiente a una categoría inferior, porque "ya esta bablanqueando".

Para Clar, el episodio del Tiburón es trágico, pero en su memoria han quedado grabadas circunstancias en las que sintió el peligro de forma mucho más palpable. "En una ocasión navegaba por el estrecho de Drake, entre Argentina y la Antártida, en un barco cargado a full. Durante un temporal tuvimos una avería hidráulica que dejó sin gobierno el timón. Nos hallábamos a cuatro millas de la costa y avanzábamos a una velocidad de una milla cada 20 minutos entre hielos y olas horripilantes. Sabíamos que cada minuto nos llevaba hacia las rocas y el desastre". Clar y su tripulación lograron salvarse cuando sólo faltaban cien metros para que se estrellaran contra la costa gracias a la habilidad del electricista que consiguió reparar la avería.

Para Clar, cada contrato supone una aventura porque "el marino se juega la vida lo mismo en el golfo Pérsico que en el golfo de Vizcaya". Sin embargo, no reniega de su trabajo: "Si existe una profesión en la que uno se sienta realmente rodeado por la belleza, esa es la mía".

"Yo he viajado a bordo de verdaderas bombas andantes cargadas con 42.000 toneladas de gases líquidos donde un sólo disparo de pistola sería suficiente para que no hubiera salvación, he visto enloquecer y morir a marineros españoles en la pesca del bacalao en Terranova; pero también he gozado de las delicias de las islas Pago Pago, en el Pacífico, o de los puertos de Hong Kong y Malaisia".

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