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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Aprendiza de bruja

INDIRA GANDHI, la primera ministra de la Unión India, ha demostrado ser especialmente experta en desencadenar tempestades a largo plazo por razones relativamente coyunturales a corto. La rebelión de una minoría extremista del pueblo sij en el Punjab y la devastación del Templo Dorado de Amristar, en el que se habían refugiado unos cientos de militantes, con la terrible carnicería allí originada, es únicamente el último ejemplo de esa estrategia de la emperatriz de la India, como la llaman sus adversarios.El sijismo es una religión, a medias sincrética y escisionista, aparecida en el siglo XVII, que se sitúa a un singular medio camino entre el islamismo y el hinduismo. Del primero toma su carácter monoteísta y una parte de sus ritos y diarias muestras de plegaria, pero el elemento humano, la cultura ancestral y el estar en el mundo de sus practicantes sigue siendo fundamentalmente hindú. Los sijs asisten a las grandes fiestas religiosas de los hindúes, incineran los cadáveres como éstos en vez de enterrarlos a la manera musulmana, el fenómeno de los matrimonios entre miembros de las dos creencias ha sido común hasta hace pocos años y era tradición en las mejores familias hindúes del Punjab reservar al segundo hijo para el casamiento con un miembro del pueblo sij, sin que repugnara la conversión que ello llevaba aparejada en la mayoría de los casos.

El problema sij, pueblo muy minoritario en el país, aunque forme algo más de la mitad de la población del Punjab, no existía, por tanto, hasta fechas muy recientes. Cabe de la misma forma suponer que las reivindicaciones esenciales del sijismo político de hace unos años eran perfectamente reconducibles dentro del tira y afloja del reparto de poderes autonómicos en el seno del gran Estado federal que es la Unión. En estas circunstancias, Indira, deseosa de garantizar el gobierno estable de su partido -el Congreso (I), con I de Indira- en el Estado mayoritariamente sij, utilizó a su hijo mayor, Sanjay, entonces presunto heredero de la primera ministra, y posteriormente fallecido, como intermediario para alentar la formación de una fuerza escisionaria y extremista del partido mayoritario de los sijs -el Akali Dal-, que abanderaba la reivindicación de su pueblo. Esa escisión, dirigida por Sant Jamail Singh Bhindranwale -que murió con sus fieles en la defensa de uno de los monumentos del Templo Dorado-, debía permitir al partido de Indira mantenerse en el poder en el Punjab, al dividir las fuerzas de sus oponentes, en especial habida cuenta de que una parte del pueblo sij seguía votando a partidos mayoritariamente hindúes como el Congreso (I).

La jugada a corto plazo pudo tener sentido, pero, como el monstruo de Frankenstein, el extremismo de Bhindrariwale evolucionó hasta convertirse en una tentativa apenas veladamente secesionista y, como se ha visto con el episodio de Amristar, en una amenaza potencial para la estabilidad de la Unión, que ni mucho menos puede considerarse desaparecida por el exterminio de los defensores del recinto sagrado.

Al mismo tiempo, la decisión de invadir el templo, con toda la carga que de profanación de lugares santos acarrea para el sijismo, tiene de nuevo ese carácter coyuntural de quien juega osadamente con fuego. Es probablemente cierto que, llegadas las cosas a donde estaban, no quedara otro remedio que invadir el templo, como ocurrió el pasado 6 de junio, pero no lo es menos que la decisión tenía un claro componente de oportunismo político ante la convocatoria de elecciones en todo el país, que se producirá, según las previsiones, a principios del año próximo. La oposición sijismo-hinduismo, con el corolario de la intervención militar en el Punjab, se ha transformado en un recogevotos para la primera mínistra entre la gran mayoría de población hindú, aunque nuevamente, a trueque de alienar, quizá irreparablemente, a la minoría sij del Gobierno de Delhi.

Esa alienación, por otra parte, no va a traducirse únicamente en el probable mantenimiento de la insurgencia sij con su componente terrorista, sino principalmente en un plano en el que atañe a los pilares mismos de la constitución de la Unión India. Los síjs que ahora se reclamen seguidores del mártir Bhindranwale extremarán sus acciones para forzar el reconocimiento del Punjab como un Estado teocrático, aun en el caso de que se admita su mantenimiento dentro de la federación, lo que atenta a la misma concepción laica del Estado, barullo de razas, babel de lenguas y comunión de religiones, que es la India. Mientras tanto, Indira aprovecha todos los viajes: el Punjab se halla prácticamente en estado de guerra, los extranjeros no pueden visitar el territorio, que se encuentra igualmente vedado a los periodistas indios. Toda la informacion está sometida a censura militar y la situación real se desconoce por todas estas razones. Experta en represiones, Indira Gandhi se encuentra ahora, como el aprendiz de brujo, ante la necesidad de combatir a sangre y fuego los demonios desintegradores que ella y su hijo contribuyeron, en no poca medida, a armar.

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