De punta
Aquellos pulcros intelectuales del otro fin de siglo español también estaban seriamente escandalizados por las nuevas tecnologías deshumanizadoras. Y como ahora, con idéntico desgarro y firmeza, discutían acaloradamente de los enormes peligros fisicos y metafisiéos que para el país implicaría la electri ficación doméstica, la red ferroviaria, la máquina de escribir, el fonógrafo, la seda artificial, el teléfono, la máquina sumadora-registradora Burroughs o los hornos Siemens. Como consta en la literatura apocalíptica de la época, nuestros intelectuales habían descubierto que el ojo español no podía soportar exposiciones continuadas a la luz incandescente que surgía de las ampollas de cristal, que el cerebro humano no era capaz de resistir velocidades superiores a los 50 kilómetros por hora y que las cacharrerías diabólicas de Marconí, Edison, Bell, Hertz y Lumiére acabarían irremediablemente con las facultades versificadoras y prosadoras del tradicional genio español, que también veía por entonces otra seria conspiración antihumanística en aquella exótica moda literaria del estilo indirecto libre.Fue una patriótica resistencia intelectual que tuvo sus efectos. La prueba es que todavía existen pueblos españoles sin luz eléctrica, sin ferrocarril, sin teléfono, sin máquinas de escribir, sin medias de seda artificial, sin hornos Siemens y sin estilo indirecto libre. Lo curioso del caso es que los humanistas solían oponerse con argumentos de enorme peso moral a las nuevas tecnologías antes, mucho antes de que llegara la máquina al jardín.
Gracias al ingente esfuerzo medular de los herederos legítimos de aquellos intelectuales patrióticos, los españoles ya conocemos al dedillo las porinenorizadas desdichas espirituales y materiales que se derivan naturalmente de la robótica, la inteligencia artificial, la ingeniería genética, los ordenadores de la quinta generación, los satélites geoestacionarios o las biotecnologías de alímentación antes, mucho antes de que hayamos sido capaces de tramar por estos alrededores un solo chip decente, o cualquier cosa que se parezca de lejos a esas nuevas cacharrerías que ponen los pelos intelectuales y políticos de punta; que precisamente por eso les dicen tecnologías de punta.
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