Fernández Ordóñez
"He tenido, Umbral, la suerte de ser uno de los pocos políticos que hacen algo concreto y el pueblo se lo agradece: me refiero a la ley de divorcio. Continuamente se me presentan mujeres que me cuentan su historia y me dicen que les he resuelto la vida. El otro día, una, en televisión, que fui a eso de La clave. Es una compensación. En cambio, cuando estaba luchando por sacar adelante la ley, a Mari Paz, ¿eh, Mari Paz?, la llamaban sus amigas para decirle que si estábamos trayendo el divorcio para divorciarnos nosotros".-Eso te pasa, Mari Paz, por tener amigas tan de derechas -le digo a Mari Paz.
-Tienes razón. Llamaban más las de derechas.
Fernández Ordóñez vive en un chalet de Puerta de Hierro, donde antes había maderos y perros policía, cuando él era líder de cosas, y donde ahora se respira como una pacífica clandestinidad de lluvia, domingo, árboles altísimos y casas cerradas. Paco vive entre la computadora de Mari Paz, la ternura del perro viejo, que con los años se va volviendo un poco oso, la última foto de Machado, ésa donde parece un entrañable zapatero de portal, y el retrato gigante que le hizo Gomila, como a mí, sólo que, a él, Gomila se lo ha dado, y a mí no. Paco, muy político, me adivina el pensamiento: "No creas, a mí me lo compraron y regalaron unos amigos. Por cierto que Fraga no aguantó las largas sesiones de Gomila, que tú conoces, y se le marchó del estudio".
-¿Quién te agradece más la cosa del divorcio: los hombres o las mujeres?
-Las mujeres. Se conoce que eran las más perjudicadas por la legislación anterior.
-También puede ocurrir que las mujeres sean más expresivas, más efusivas que los hombres. Y quién te lo agradece más, ¿los jóvenes o los viejos?
-La gente de mediana edad. Me parece que los jóvenes pasan de todo eso, han resuelto las cosas a su manera y les da como igual. En Pola, donde estoy más localizable, y la gente no tiene más que empujar la puerta de casa, aparecen continuamente matrimonios nuevos, parejas, gente separada o vuelta a casar, que llegan a decirme que me deben su felicidad. Aquí en Madrid me invitan a muchas bodas nacidas de esa Ley (el que se separa, casi siempre vuelve a casarse), pero, naturalmente, no me es posible ir. Ya te digo que es una suerte, y una casualidad, haber hecho algo concreto que la gente le agradece a uno por la calle, porque eso no le suele pasar al político.
-¿Qué incidencia sexual ha tenido, vista ya hoy, tu ley de divorcio?
Paco está de domingo progre, con camisa de cuadros, rebequita Pierre Cardin, pantalón de pana y botas de fieltro, que se le han empapado esperándonos.
-Poca incidencia sexual. Yo diría que la gente que utiliza el divorcio legal, lo hace por motivos económicos. Los problemas sexuales, el español acostumbra a resolverlos en privado, como sabes, desde los tiempos de La Celestina. Se separan los que ya estaban prácticamente separados. Ahora, los problemas que se crean son los del incumplimiento de sentencia, o sea, que muchos maridos no pagan o se cansan de pagar.
-Tu gran batalla fue con la Iglesia. ¿Tu Ley sigue luchando con la Iglesia?
-La Iglesia se oponía, sobre todo, al divorcio de mutuo acuerdo, que parece lo más natural y obvio, lo más fácil de resolver. Pero eso supone, claro, que se trata de un lazo humano, voluntario, en todos los sentidos: eso desacraliza el sacramento. Ellos preferían encontrar siempre un culpable. Así, en La Rota se puede alegar no consumación del matrimonio, aunque ese matrimonio tenga ya cinco hijos. Siempre hay alguna fórmula legal para resolverlo. Lo que pasa es que es caro. La Iglesia, en fin, no admite la disolución del vínculo, sino su anulación por no realizado el sacramento en algún sentido. Esto es una argucia como cualquier otra. Carmen Sevilla lo ha dicho hace poco: "Yo no me divorcio, que soy católica; yo me anulo". Los católicos españoles, hoy, siguen exigiendo a la Iglesia que les diga la mentira. Con un divorcio civil no se quedan tranquilos. Y luego hay una especie numerosa de falsos católicos que, después de haberse casado en un juzgado, encuentran que eso es frío y feo, y se casan por la Iglesia, de blanco y de Rala, sólo por el órgano y las flores. Es más fácil cambiar las leyes que las mentalidades y las inercias. José Luis Sampedro me ha contado que, ante el desfase, trasantaño, entre la realidad y la Ley de Aduanas, salió un decreto diciendo que había que adecuar la realidad a la Ley de Aduanas. Los españoles nos hemos pasado la vida tratando de adecuar la realidad a la Ley de Aduanas, o a cualquier otra ley, en vez de hacerlo a la inversa, y esto me parece curiosamente hegeliano: la realidad tiene que coincidir con mi pensamiento.
-¿Los cuerpos jurídicos colaboran en el cumplimiento de tu ley de divorcio?
-Me parece que lo están haciendo muy bien, aunque, al principio, hubo algún juez, creo, que se divertía apilando expedientes de divorcio en su mesa, sin tramitarlos, hasta que le tapaban.
-¿Ha terminado con el divorcio y la Ley Fiscal tu carrera política?.
-Pienso que sí. Dionisio Ridruejo decía que la política es una tarea penúltima, y yo estoy ya en las tareas últimas, en los problemas fundamentales, en la herencia de Unamuno y Ortega, en el lirismo de Juan Ramón. Guillén, tu amigo, me dijo poco antes de morir una cosa muy generosa: "Dios nació dos veces, una en Belén y otra en Moguer". Cuando yo ejercía mi carrera en Huelva, de muy joven, me metía en el mundo de Juan Ramón, en su casa, que no era aún el museo frío que es ahora, y ante aquellos descubrimientos asombrosos decidí que no se podía seguir haciendo poemas. Mira qué edición de El zaratán, que me regaló mi hermano José, con el que tengo una relación mucho más que de hermano.
Y releemos juntos El zaratán, con hermosas ilustraciones de Gregorio Prieto, quizá la prosa más impresionante del inmenso JRJ, de quien se han olvidado, por cierto, en ese ridículo ranking de escritores que acaba de hacerse, y que es como el Mercado Común de los muertos. Luego, Paco me trae libros de Merleau-Ponty, de Octavio Paz, de Cernuda.
-Tú eres un escritor frustrado, Paco.
-Claro, Umbral, y te admiro a ti en el sentido de que eres uno de los pocos escritores puros que hay en España, y digo puro en el sentido de que seguramente no habrías podido ni querido hacer otra cosa en la vida que escribir. Quienes optamos, primero, por una carrera segura, hemos frustrado un poco nuestra vida. Mi verdadera y primera profesión es la literatura, Umbral: la economía, la política, la hacienda, todo eso lo hago en ratos perdidos. Rompí los poemas, rompí las prosas, lo rompí todo.
-Pero tú sigues escribiendo, Paco, se te nota.
-Sí, a veces, después de pasearme por ahí por lo verde, con Iván, el perro, vuelvo a casa y me pongo a escribir cosas que se me ocurren.En la tarde primaveral y agalernada, en el hogar socialdemócrata de los Fernández Ordóñez con un vodka de hipermercado en las manos, entre perros viejos como osos cantabroastures y Ministerios de Hacienda pintados por Amalia Avia, me propongo hostigar un poco la herida secreta y bien llevada de este hombre inteligente, culto, correcto, medido, cordial, bueno y conversador. Hay que hacer víctimas cuando se escribe.
-Tú, tan socialdemócrata de alma, tan equilibrado, tú vives un profundo desgarro, Paco.
-Sí, vivo el desgarro de no haber sido el escritor que quería ser, pero me purgo de eso mediante los números, me voy al Banco y allí me salvo en las realidades concretas y objetivas que me reclaman. Por otra parte, pienso que la vida nos lleva, a veces, adonde no queríamos ir.
-¿Qué clase de versos hacías tú, Paco?
-Bueno, estuve muy influido por Juan Ramón y por Machado. Sí, ya sé que a Machado nos lo han estropeado los machadianos. Juan Ramón era un poeta inmenso. Pero, hoy, para tener una conversación tranquila, preferiría a don Antonio. Me parece más humano. En cuanto a otros poetas, mi decepción fue visitar Alejandría y comprobar que nos habían mentido tanto Kavafis como Lawrence Durrell. Allí no hay nada de eso.
-Tus maestros políticos.
-No.sé si te lo he dicho ya. Tuve una época en que me arrebató Unamuno. Pero fue una cosa pasajera. Ha sido perdura-Pasa a la página 14 Viene de la página 13
ble, en mí, la presencia de Ortega. Azaña es, efectivamente, quizá el hombre de pensamiento político que ha conseguido más vigencia a lo largo del siglo. Lo he leído mucho, pero no es exactamente mi maestro. El día que aparecía en el Ministerio el retrato de Prieto, que lo tenían escondido y lo sacaron como para halagarme, volví a plantearme el problema de cómo un taquígrafo/periodista llegó donde llegó. Me parece, en general, que el mundo se ha quedado sin grandes cabezas políticas, y que algo está muriendo en algún sitio.
-¿Qué es la socialdemocracia?
-Obviamente, un pacto entre el capital y el trabajo.
-¿Tú sigues siendo un socialdemócrata?
-Supongo que sí, aunque todo esto se ha movido mucho y hoy Europa hace pragmatismo hace lo que puede. Me parece que en España estamos disputando todavía problemas que el mundo ya ha resuelto. El debate está en otra parte. Creo, en general, que el humo de la bomba de neutrones puede ser, casi, el humo de la pipa de la paz. La brutalidad es tan brutalidad que dudo de que sobrevenga. A Europa le espera más paro, eso sí, y España tiene que entrar en el Mercado Común, porque no hay otra opción y la soledad es espantosa. Ni tú ni yo lo veremos, pero la sociedad va a cambiar, la 'tecnología va a modificar las estructuras sociales. Los japoneses están fabricando ya los guantes de béisbol norteamericanos. Y los coches los hacen en mitad de tiempo que los occidentales. Las diversas piezas de un mismo coche se hacen hoy en distintos países. El milenio, o lo que sea, va a cambiar ' el mundo.
-¿No crees que la tecnología va a realizar un socialismo irónico y clandestino, sin quererlo, igualándolo todo un poco o un mucho?
-Sin duda. El riesgo de todo esto es la cantidad de Estado que podamos soportar.
-Es que la tecnología, Paco, nace de manera natural en manos del Estado. ¿No crees, Paco, que somos un fin de raza, un finde-siglo, en efecto, y que si algo está muriendo en el mundo, como decías antes, somos precisamente nosotros? ¿No vives o sufres la crisis de los cincuenta años?
- -Sí, y ya te digo que me curo con los números. Sueño, a veces, con una gran reforma de la Administración, eso que en el mundo han hecho ya todos los países.
Vuelve la tentación política, vuelve la tentación de actuar. Es interesante seguir, en la tarde circunspecta de lluvia, el pez difílcil de coger del pesimismo de este hombre selecto, que se evade siempre en las aguas de lo práctico, de lo hacedero, que quizá no se consiente a sí mismo el dolorido sentir, aunque tenga a sus pies un perro, Iván, que ya sólo quiere, más o menos, ladrarle un poco a la muerte, por guardar las formas de perro, para luego morir tranquilo.
-Tú acabarás, Paco, escribiendo un gran ensayo técnico/literario sobre todo esto que estamos hablando, y en ese libro se resolverá el desgarramiento de los varios hombres que eres.
-Mira.Se levanta y me muestra, desde el despacho, una pila de carpetas: "Son notas para ese libro que dices. Lo has adivinado".
-Paco, vivimos juntos la aventura de las cartas de amor de Pablo Neruda, y no nos salió mal. ¿En qué aventura cultural estás metido ahora?
-Voy a inaugurar en el Banco una exposición sobre Luis Fernández, ya sabes, el gran pintor español perdido en París. Yo descubrí que, para los franceses, era tan importante como Picasso, Gris y Dalí, entre los pintores españoles. Un día era yo el único visitante de una exposición suya, y él estaba allí. Esto siempre es un poco violento. Se me acercó, me habló en francés, yo le contesté en español, me invitó a tomar un café en la calle y así lo conocí.
Le cuento a Paco que yo conocí a Luis Fernández en mi primer viaje a París, en los sesenta (era cuando íbamos todos), aunque nunca le vi personalmente. Murió en Francia, solitario, nunca ganó dinero con la pintura y fue un asceta de la línea, un místico de las cosas, en una ascendencia/ descendencia española que podría llevarnos muy lejos. Lo que tiene Paco Ordóñez es que es varios Pacos, y todos oportunos e idóneos para lo que pudiera encargárseles. Yo creo que no ha realizado su vocación central, la literatura, porque vive simultáneamente otras varias vocaciones concéntricas. Ha sido ministro de varias cosas y podría ser un gran ministro de Cultura con cualquier Gobierno suficientemente a la izquierda de la derecha. Ha hecho del Banco Exterior una teoría de embajadas monetarias y culturales de España en el mundo. Y ha hecho de la sede de Madrid un museo girante por el que han pasado Sempere, los abstractos líricos, las cartas de Neruda y, ahora, Luis Fernández, el más callado y valioso de los criptopintores españoles en París.
-Un día, Umbral, se lo dije a los del Banco: "El Banco son ustedes, el Banco no soy yo, porque yo me iré cualquier día o me echarán. No me identifiquen con el Banco, con la Empresa, con elPoder. Yo estoy de paso. El Banco, repito, son ustedes".La noche tarda en llegar a Puerta de Hierro, que está a poniente. El chalet de dos plantas es un grato laberinto amenizado por las pinturas de Mari Paz (unos tulipanes como peinados después del paso loco de Van Gogh). El viejo perro no renuncia a bajar y subir las escaleras, para despedirnos. Su larga vida le ha acostumbrado a quedar bien, aunque se encuentre mal. "A veces se pasa días enteros tumbado en el baño".
Llueve la misma lluvia de la tarde, como una función monótona que no terminase nunca. Se va uno pensando que, efectivamente, hay hombres equilibrados, como Fernández Ordóñez, y que son los mejores amigos que pueda encontrar un desequilibrado como yo (o sustentado en el arte de hacer equilibrios, que vienen a ser todo lo contrario). Pero quizá no son los mejores entrevistados. No les entra uno en la llaga porque no la tienen. Paco Ordóñez, que admira sin límites a Juan Ramón, vive bajo una foto de Machado. Pone el país patas arriba con el divorcio y el suyo es un matrimonio ejemplar de toda la vida. Hace exposiciones en el Banco y cita a Rilke en los discursos políticos. Va salvándose de una cosa en otras. Tiene, pues, toda la habilidad/labilidad de vivir, huyendo de no sé qué Yo por reunir todos sus yoes. Iván, el anciano pastor alemán negro, de pelo largo, me ladra amistosamente su despedida. Le acaricio por última vez. (Pero espero que no sea por última vez.)
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