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ANTIGUEDADES

La edad de oro del mueble

Los artesanos brillaron en los reinados de Carlos III y Carlos IV

La crisis económica repercute en el mercado de antigüedades de una forma muy peculiar. Sólo escasea en este mercado el dinero sobrante, que en época de vacas gordas se canaliza hacia el lujo y la ostentación de forma indiscriminada. Sin embargo, en época de crisis como la actual, crece la -oferta de dinero para piezas que respondan a criterios muy selectivos de autenticidad, calidad y estado de conservación.En el mueble antiguo, por ejemplo, no sobra dinero para las piezas del siglo XIX, que se importan masivamente en los últimos años desde el Reino Unido y que, en su mayoría, escasamente traspasan ese límite de 100 años exigido a su fecha de producción para que merezca el nombre de antigüedad.

En este campo, el criterio de selección se ha hecho notar en la enorme revalorización experimentada por las piezas del siglo XVIII, que, muy justamente, se ha dado en llamar la edad de oro del mueble. Esta tendencia que ahora se nota en el mercado español se inició ya en los mercados internacionales a partir de 1975. En la temporada pasada, muchas piezas francesas e inglesas aparecieron en las subastas de Londres, Nueva York, Ginebra y París, con precios superiores a los tres millones de pesetas, y Sotheby's consiguió el récord de precio jamás pagado por un mueble al vender una cómoda lacada y dorada Luis XVI por el equivalente a unos 125 millones' de pesetas.

Ciertamente, no se ha calificado como la edad de oro del mueble a la época comprendida entre 1725 y 1835 de una forma caprichosa. Durante esa centuria la artesanía del mueble alcanza su mayor esplendor, al coincidir en el punto más alto de calidad, tanto el diseño de cada pieza como sus técnicas de fabricación, suntuosidad y variedad de los materiales empleados. Es la época del estilo rococó francés y del genial diseñador inglés Thomas Chippendale.

Pero el mueble dieciochesco preferido del coleccionista moderno es el de línea neoclásica, que responde a un diseño más sobrio y elegante, paralelo al de la arquitectura de la segunda mitad del siglo. Es el mueble Luis XVI francés y los Sheraton y Heplewhite ingleses, que aparecen raras veces en el mercado español. Algo más fácil resulta encontrar el mueble español Carlos IV, réplica del mueble francés, inspirado en diseños de Gasparini y Ventura Rodríguez, que. se encuentra principalmente en Barcelona y Madrid. España, en el siglo XVIII ya no contaba con una clase dominante con capacidad económica suficiente para alimentar una artesanía suntuaria y de cierto relieve. Por eso, sólo la corte y, en menor medida, la aristocracia catalana, daban trabajo a arquitectos, pintores y mueblístas.

A España llega el estilo neoclásico de la mano de Carlos III, que viene de Nápoles muy influenciado por los descubrimientos de Pompeya. A él se deben las primeras piezas del nuevo estilo imperante. Pero será Carlos IV el que desarrollará el estilo neoclásico y los talleres de la Casa Real, hasta tal punto que él mismo llegó a trabajar personalmente en los talleres reales de El Escorial.

Las características del estilo Carlos IV son las siguientes: simetría y aversión a las curvas, una ornamentación fina y clasicista, con marqueterías geométricas, que suelen llevar en el centro composiciones florales. Aplicaciones de bronces de baquetones con lazos y galerías catadas en las mesas, cómodas y burós. Tapicerías muy rígidas, que siguen la línea del mueble exageradamente dibujadas. Muebles dorados y pintados en colores claros, decorados con bastones y estrías.

En Cataluña y Mallorca se produce una artesanía del mueble cuyo interés radica en su mayor independencia de los cánones franceses y una mayor influencia de los italianos. Si bien carece de la exquisita perfección de línea y acabado propios del mueble cortesano, posee el encanto de lo genuino y popular.

INVERSION SEGURA

No hay nada extraño en esta preferencia actual por lo más caro, coincidente con una época de crisis económica. Si el mueble del siglo XVIII alcanza ahora en el mercado suficiente demanda como para que sus precios lleguen a superar los de un bargueño español del siglo XVI (siempre superior al millón de pesetas) es porque se compra según criterios de inversión y de permanencia de los valores auténticos por encima de las modas.

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