Matrimonios civiles
LA CREACIÓN en Madrid de un llamado palacio para los matrimonios civiles resuelve sólo parcialmente un agravio social que todavía continúa infiriéndose en gran parte de España a las parejas que eligen esa vía de unión y que, según las estadísticas, se duplican cada año.Los juzgados municipales madrileños están aún peor dotados en locales, material y personal que los otros y solían relegar la celebración de matrimonios a cubículos, a veces incluso en pasillos, entre litigantes de reyertas y juicios de faltas que continuaban sus discusiones y sus querellas en torno a la trémula novia que no había querido renunciar al traje blanco y al ramo de azahar. Cierto que la elección de enlace civil supone por sí misma, aparte de los motivos de conciencia, una desdramatización del matrimonio, pero no de su solemnidad, de la importancia de la toma de estado, del suceso familiar. La cochambre antigua que la escasez de presupuestos municipales inflinge a sus juzgados, y que debe ser remediada aunque se extraigan de ellos las bodas, puesto que son lugares donde se ejerce la justicia y donde se certifica la ciudadanía, convertía estos actos en despreciables.
Desgraciadamente, no era sólo una cuestión de local: a veces los jueces hacían saber a la pareja, sus testigos, familiares e invitados que, para él, iban a comenzar una vida de concubinato, y que despreciaba las leyes que le obligaban a registrar semejante pecado. Ha habido uno que apenas celebrada la boda ordenaba el paso a los calabozos de contrayentes y padrinos porque los gritos de jolgorio propios de las bodas latinas los consideraba como perturbación del orden en un lugar público (en muchos juzgados hay letreros de "Se prohíbe el arroz"); otro, que ha estado reteniendo todos los matrimonios hasta su jubilación, porque quería retirarse con la conciencia tranquila de no haber contribuido a lo que para él era infamias y pecados...
Estas circunstancias que se pueden referir a Madrid en tiempo pasado, puesto que la inauguración por el ministro de Justicia del palacio de los matrimonios acaba con ellas -sobre todo si, como parece, va a servir también para unificar el calvario de la tramitación-, siguen existiendo en gran parte de España. El ministro Ledesma, que inauguró el nuevo local, explicó que así se eliminará la "excusa de la falta de medios presentada durante mucho tiempo para justificar el abandono en que ha estado la justicia". Desgraciadamente, la falta de medios sigue siendo algo más que una excusa en el ámbito nacional, que es el que compete al ministerio; y en este caso de los matrimonios civiles, como en algunos casos de divorcio, está duplicada por resistencias de funcionarios que confunden la intimidad de su conciencia con el ejercicio público de las leyes, que están por encima de ellos, o con el desprecio de quienes se acogen a esas mismas leyes que ellos no estiman.
Hay que suponer que el transcurso del tiempo y los hábitos, que ya han servido a Madrid para la instalación de este palacio donde el decoro ambiente estará en consonancia con la trascendencia de un acto cívico que no ha disminuido de valor intrínseco para quienes omiten de él la ceremonia canónica, vayan eliminando todas estas resistencias. Pero cualquier urgencia en multiplicar en España locales y facilidades como las que ofrece Madrid será poca. La multiplicación geométrica del número de matrimonios civiles en toda España, aun siendo su número todavía incomparablemente menor al de los matrimonios canónicos, indica que la sensibilidad de las jóvenes parejas va venciendo poco a poco todo tipo de coacciones sociales, familiares o burocráticas que pesan sobre sus propias conciencias, tan respetables al menos como las de los demás, y que se refieren, sobre todo, a su propia vida y no a la de los otros.
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