El español no tiene quien le escriba
EL CORREO se va quedando del lado de allá de la revolución electrónica: disminuyen continuamente las cartas personales, mientras aumenta la comunicación electrónica (véase EL PAIS del 7 de mayo). El español nunca fue muy aficionado a escribir. Aparte del miedo a la gramática, tenido de muy antiguo, estuvo siempre el miedo a la huella indeleble, al compromiso: la palabra vuela, lo escrito permanece y puede testificar. Un español siempre tiene miedo a verse envuelto en papeles, a ser empapelado: a que le muestren una prueba de sí mismo en un momento que conviene olvidar. Luego está la pereza que se inclina hacia la poca educación. Se ha dicho muchas veces que éste es el país donde un mayor número de cartas queda sin contestar, y un mayor número de citas, sin cumplirse (incluso este impulso negativo está oficializado por el silencio administrativo ominoso). Hoy se acentúa la tendencia general hacia el descompromiso. A todo esto se suma la antigüedad del correo. Se está percibiendo en toda Europa, y en algunos países se aplican incentivos para quienes escriban cartas. Aquí parece que sucede todo lo contrario.El correo no hace mayor esfuerzo para salir de su condición decirnonónica. De su época heroica, cargada de leyendas. Vuelos de noche, navíos desafiantes, carteros soportando nieves o estíos y abandonando fiestas, trepando por caminos imposibles. Imágenes de calendario. La carta era un material sagrado, inviolable, personal, urgente. Cae ahora con otras sacralizaciones. El heroismo gremial no es de este tiempo, ni el sacrificio, por los otros. Algo habremos hecho los otros para que se nos sacrifiquen cada vez menos cosas; pero antes el sacrificio compensaba por sí mismo, por el sentido de misión o de servicio. Los servicios postales occidentales han hecho lo posible por añadir maquinarias y velocidad a su trabajo, pero se les va de las manos. No salen de la era de la artesanía, mientras el rayo ha ido siendo cada vez más doméstico y más servicial en la transmisión de la palabra. Y aún a los correos burocratizados y estatales les salen competidores en su propio terreno. Los mensajeros, los nuevos corsarios, los servicios privados y caros -pero hoy se despilfarra- que van de puerta a puerta.
Puede que la artesanía postal no tenga ya remedio y haya venido definitivamente a menos. No parece que los servicios de Correos deban abandonarse a ese fatalismo y dejar la partida o quedarse como un residuo del antiguo mundo, como la alfarería o el encaje de bolillos. Tendrán que incrementar la maquinaria, aferrarse a la velocidad mecánica; pero también tendrían que estimular entre los suyos el viejo espíritu de servicio, el sentido misterioso y sagrado de la carta personal por la que una persona se confía a otra por medio de algo que ha tenido siempre un carácter de mito: el Correo.
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