La lluvia que cayó copiosamente anoche obligo a suspender las verbenas previstas en el parque del Oeste y las Vistillas
La tradición se ha cumplido. San Isidro trajo el agua a Madrid. Desde la mañana de ayer, la lluvia cayó copiosamente sobre la ciudad y obligó a suspender las verbenas que anoche debían celebrarse en el parque del Oeste y las Vistillas. Sin embargo, antes de que las nubes descargaran, en la noche del sábado al domingo, y en los escenarios citados, unos 100.000 madrileños, participaron en las primeras celebraciones callejeras. La verbena del parque del Oeste fue la más concurrida.
Cuando la música cesa, entre actuación y actuación, el sonido del paseo de Camoens, en el parque del Oeste, es el zumbido de los generadores de electricidad y, sobre todo, el crujido de miles de vasos de plástico, latas de refrescos y cristales de botellas de cerveza, pisados por la asistencia, que no resiste la tentación de jugar al fútbol con los restos.La fiesta en el paseo de Camoens, una larga y ancha avenida flanqueada por acacias e iluminada por arcos trenzados de bombillas multicolores, ha comenzado a las nueve de la tarde y ha conocido su apogeo entre la medianoche y las tres de la madrugada, hora de su final. Ya en el domingo, y durante una hora, Pistones han cantado sus temas pop, protagonizados por pistoleros que llegan a la ciudad y fugitivos perseguidos sin piedad por la justicia, y han galvanizado a un público entre el que abundan muchachos de clases populares con ropa vaquera y zapatillas deportivas, que no en vano la verbena es gratuita.
A lo lejos se divisa un globo zeppelin luminoso, con la leyenda San Isidro 84; en él cielo hay una luna casi llena, y, desde el comienzo de la avenida, el escenario se ve como un gran rectángulo rojizo con luces parpadeantes arriba. Una inmensa columna humana llena el paseo desde un kilómetro antes del entablado, y baila jotas y sevillanas, salta como si quisiera alcanzar las orlas eléctricas o ejecuta los pasos: rítmicos del rock. Cuando, ya casi al cierre de la fiesta, la Orquesta Versalles ataca el clásico Rock around the Clock, de Bill Haley, hasta un cuarentón calvo, con aspecto de trabajador rudo, se lanza a girar el cuerpo como una peonza.
Los comienzos del paseo están flanqueados por puestos de churros, chocolate, pinchitos y salchichas que desprenden vaharadas de olor a fritanga. Allí, un chaval con pelo mohicano, cazadora claveteada de cuero, pantalón rojo y guantes con pinchos terroríficos dice a unos tunos: "Darme un pavillo y tal". Ante la callada como respuesta, dispara: "¡Qué bordes sois!"
Aire de festivales 'hippies'
Una chica de apenas 15 años, pelo al cepillo, gafitas redondas de concha, dientes conejiles, una mano en el bolsillo, la otra barriendo el aire, detiene a los que llevan botellas de cerveza. "¿Me das un trago de birra?", pregunta. Lo obtiene en muchas ocasiones, y siempre responde: "Felices Pascuas y feliz San Isidro".El césped situado a los flancos del paseo tiene el aíre de los viejos festivales hippies. Para combatir el frío, un hombre con el pelo como un rastafari jamaicano tia encendido bajo un abeto una fogata, alrededor de la cual una pareja se besa con pasión, dos o tres melenudos duermen la mona, otros lían canutos, uno hace como que tocara una trompeta, sin emitir sonido alguno, y los más miran el fuego con ojos extasiados y tan rojos como las llamas.
Se acerca un individuo vacilante, con una botella de celebra barata en la mano. Dice, con acento matón: "¿Quién se ha encontrado una chupa de cuero?". El rastafari levanta los ojos, mira el pelo de estopa del recién llegado, la cazadora de plástico azul, los pantalones de pana negra y el aire de tener una bultaco arriba, y suelta: "Mucho macarra por aquí". Los dos sonríen con beatitud, y aquí no ha pasado nada.
Un patilludo, que se ha pasado toda la velada anunciando con un megáfono las cervezas que transporta en un cochecito infantil, es interpelado por un cliente.
-¡Vaya negocio, tronco!
-No creas, colega. Ha sido una noche muy chunga.
Y no se lo cree ni él.
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