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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
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Población y reservas alimenticias

En otra ocasión apareció en estas páginas (EL PAIS, 20-2-1983) un trabajo mío sobre la forma en que se han venido deteriorando la atmósfera, la tierra y las aguas de nuestro planeta a causa de la actividad humana. Este deterioro afecta negativamente a la calidad de vida, provocando enfermedades, pérdidas económicas en propiedades y bienes, y degradación de los valores estéticos de nuestro entorno. Por vía directa e indirecta, esta degradación del entorno afecta también a la capacidad del mundo para mantener a su creciente población, cuyas necesidades de alimento crecen, en igual medida.Los problemas de un crecimiento desenfrenado de la población mundial fueron ya vaticinados hace cerca de 200 años por el economista británico Thomas Albert Malthus. Malthus creía en la bondad del hombre y en su progresión hacia una sociedad ideal, pero también estaba convencido de que dicha progresión sería imposible ante el rápido crecimiento de la población humana. En el mundo pragmático de nuestros días, el concepto de una sociedad ideal puede resultar controvertido, pero lo que está fuera de toda duda es que las cifras de población continúan aumentando y que ello pone en peligro la capacidad del planeta para vestir, alojar y alimentar adecuadamente a sus pobladores.

Se calcula que hubieron de transcurrir al menos 2,5 millones de años para que la población mundial alcanzara la cifra de mil millones de personas, lo que sucedió en 1800. Posteriormente, en sólo 130 años, dicha cifra se incrementó en otros mil millones. Hoy bastan 12 años para añadir mil millones más a la actual población mundial, de 4.500 millones de personas. Dicho de otro modo, hicieron falta 150 años para que se doblase la población mundial de 1750, que era de 750 millones de personas; sin embargo, bastarán 40 años para que se duplique la actual.

Este lapso de tiempo necesario para que se duplique la población presenta diferencias muy marcadas según se considere o no la situación de desarrollo socioeconómico de las distintas naciones. En los denominados países desarrollados, el tiempo necesario para doblar la población pasó de 58 años en 1950-1955 a 112 años en 1975-1980. Por el contrario, en los países menos desarrollados, el intervalo de tiempo correspondiente descendió de 38 años en 1950-1955 a 34 años en 1975-1980. Es decir, que, a escala global, la población de las porciones menos desarrolladas del planeta aumenta a un ritmo casi cuatro veces más rápido que el de las naciones desarrolladas. Más concretamente, con las actuales tasas de crecimiento, Europa necesitará 187 años para doblar su población, y América del Norte, 95 años, mientras que Asia sólo precisará 37 años; América Latina, 30; y África, 24.

Natalidad y mortalidad

Mientras que África e Iberoamérica están relativamente poco pobladas, dada la extensión de sus respectivas zonas geográficas, no sucede lo mismo en Asia. La población actual de Asia es de unos 2.600 millones de habitantes, y, a menos que se produzca un cambio en su tasa de crecimiento, alcanzará los 5.300 millones de habitantes antes del año 2020. Esto representa un aumento de 99 a 198 personas por kilómetro cuadrado, comparado con unos 13 en América del Norte. También significa que habrá muchas más bocas que alimentar, tema que tocaremos más adelante.

Las poblaciones crecen porque las tasas de natalidad aumentan o las de mortalidad disminuyen. Aunque las tasas de natalidad son todavía dos o tres veces superiores en los países en vías de desarrollo que en los desarrollados, lo cierto es que han descendido en unos y en otros o se han mantenido constantemente en un bajo nivel en estos últimos. El impacto de las medidas de planificación familiar adoptadas por organismos internacionales, gobiernos, fundaciones y organizaciones privadas ha determinado en gran parte ese descenso en las tasas de natalidad. La amplia disponibilidad de medios anticonceptivos baratos, como la píldora, los dispositivos intrauterinos y la esterilización, han determinado un fuerte aumento de la contracepción, mientras que el aborto legalizado en países como Japón y Suecia ha producido una espectacular reducción de sus tasas de natalidad.

Pero, dado que la población mundial sigue aumentando a pesar del descenso de dichas tasas, el factor principal de ese aumento ha de buscarse en el descenso de las tasas de mortalidad. Así es, en efecto, y ello obedece a los espectaculares avances registrados en materia de higiene pública, sanidad y nutrición. La interacción de estos elementos ha elevado la esperanza de vida, que en 1900 era de 47 años, a alrededor de 70 años actualmente en la mayoría de los países desarrollados. Las tasas de mortalidad, por su parte, han descendido del 35% al 9% desde 1775 en los países desarrollados, y del 38% al 12% en los países en vías de desarrollo durante el mismo período. La mortalidad infantil, es decir, los fallecimientos debidos a cualquier causa antes de que el niño cumpla un año de edad, se ha reducido espectacularmente en los países desarrollados, aunque sigue siendo elevada en la mayoría de los subdesarrollados. En 1982 sólo se producían cinco fallecimientos anuales por cada 1.000 niños en Islandia y 11 en España, pero 150 en Nepal, 205 en Afganistán y 212 en el Estado democrático de Camboya, en el sureste asiático.

Hambre y desnutrición

A medida que mejore la higiene, la sanidad y la nutrición en los países en vías de desarrollo, se irán produciendo sustanciales disminuciones en las tasas de mortalidad, especialmente en la infantil. No obstante, si continúan las elevadas tasas de natalidad en tales situaciones, la población total aumentará desenfrenadamente. Los datos históricos son algo consoladores, en cuanto revelan una tendencia al descenso de las tasas de natalidad cuando disminuyen las de mortalidad. No obstante, sería preciso que las tasas actuales se redujeran a la mitad para que se alcanzase el bajo o nulo índice de crecimiento de los países desarrollados.

De todos modos, aunque en el año 2000 sólo hubiese el doble de bocas que alimentar, la situación alimenticia actual del mundo deja ya mucho que desear. En 1980, el especialista norteamericano en nutrición Jean Mayer calculaba que alrededor de una décima parte de la población mundial, es decir, unos 400 millones de personas, vivían al borde del hambre, y 500 millones padecían de desnutrición. Esta última se produce cuando no hay suficiente alimento, cuando existe déficit de alguna de las sustancias nutritivas esenciales (proteínas, calcio, vitamina C, etcétera) o cuando aparece una enfermedad genética o ambiental que interiorice los procesos de la digestión, la asimilación o el metabolismo. El exceso de alimento o de una determinada sustancia nutritiva se considera también como causa de desnutrición, y esto es algo que ocurre sobre todo en las prósperas culturas occidentales.

El alcance y la demografia del hambre y,de la desnutrición sugieren que su solución reside en un aumento de la producción de alimentos, un reparto más equitativo de los mismos o ambas cosas a la vez. Las perspectivas de aumentar la producción de alimentos son contradictorias. Para los optimistas, la tecnología aportará una especie de inagotable cuerno de la abundancia. Los pesimistas predicen un aumento insuficiente de la producción de alimentos para la creciente demanda. Los realistas se sitúan entre ambos extremos. Resulta obligado, pues, hacer un examen de las realidades y posibilidades existentes.

Alrededor de la mitad de la superficie terrestre (13.000 millones de hectáreas) es utilizable para pastos o cosechas, aproximadamente el 50%. La otra mi

Población y reservas alimenticias

tad es inaprovechable, ya que está formada por desiertos, montañas, tundras y suelos improductivos. De los terrenos de cultivo y de pastos sólo se explota en estos momentos aproximadamente la mitad (3.000 millones de hectáreas). Gran parte de la tierra cultivable se utiliza para obtener cosechas no comestibles, como algodón, tabaco, caucho y café, o para producir piensos para ganado y aves de corral. Aproximadamente entre la mitad y las dos terceras partes de toda la tierra cultivable en explotación está en barbecho o se utiliza para pastos. El 20% de las cosechas anuales resultan destruidas por plagas. Por último, el rendimiento agrícola es muy bajo en gran parte del mundo: seis toneladas métricas por hectárea en las explotaciones agrícolas del medio Oeste en EE UU, comparado con una tonelada métrica por hectárea en zonas tan densamente pobladas como India y Pakistán.Se calcula que la tasa actual de crecimiento de la producción agrícola en muchos países desarrollados es del 2% aproximadamente. Para hacer frente a las necesidades de las poblaciones de los países en vías de desarrollo, esa producción deberá aumentar entre el 3% y el 4,5%, y eso sólo puede lograrse mediante un mayor empleo de la irrigación, los fertilizantes y las tecnologías agrícolas occidentales, tales como el control de las inundaciones, la nivelación de los. suelos y la mecanización especializada. También es prometedor el potencial que entraña la manipulación genética. Es posible incrementar los rendimientos de las cosechas de arroz y de trigo introduciendo genéticamente rasgos de otros cereales más eficientes en la fotosíntesis o con capacidad para convertir el nitrógeno de la atmósfera en nitrato, con la consiguiente reducción en las necesidades de fertilizantes nitrogenados. Estas intervenciones o manipulaciones, evidentemente, también producirán aumentos sustanciales en los precios.

Pero, incluso con estas inversiones de capital, las actuales tendencias en la utilización del suelo cultivable complican la situación. En Estados Unidos, casi cuatro millones de hectáreas de tierra cultivable de primera clase se convirtieron en suelo no agrícola entre 1967 y 1977, y 65.000 kilómetros cuadrados (el 13% de la superficie terrestre de España) se han convertido en carreteras desde 1940. La erosión provocada por el agua y el viento hace desaparecer cada año miles de millones de toneladas de tierra fértil, mientras que la sustitución natural sólo alcanza a cubrir la mitad de lo que desaparece. En 1977, las Naciones Unidas calcularon que una quinta parte de la superficie cultivable terrestre se estaba degradando por la pérdida del humus superficial. La irrigación puede resultar un arma de doble filo. En áreas de elevada evaporación, la irrigación produce la salinización del suelo.

La modernización u occidentalización de la agricultura en los países en vías de desarrollo presenta el grave inconveniente de exigir una utilización intensiva de energía. En agricultura se utilizan importantes cantidades de energía (por ejemplo, en la fabricación de maquinaria y en su combustible, en la minería y en el transporte de fertilizantes), así como en el tratamiento (por ejemplo, la refrigeración) y envasado (fabricación de cartón) de los alimentos. En los países no industrializados, cada caloría de energía invertida en agricultura produce entre cinco y 50 calorías de alimento; en los industrializados, hace falta invertir entre cinco y 10 calorías para obtener una sola caloría de alimento. En Estados Unidos, en 1970, el rendimiento fue de 2,69 calorías de alimento por cada caloría invertida; en México, dicho rendimiento fue de 129 calorías utilizando métodos agrícolas tradicionales.

Hábitos afimentarios

La alteración de los hábitos alimenticios también puede resultar prometedora en lo que respecta a satisfacer las necesidades mundiales de alimentos. El experto en nutrición Jean Mayer ha calculado que la misma cantidad de alimento que nutre a 210 millones de estadounidenses podría bastar para alimentar a 1.500 millones de personas que siguieran la dieta media de los chinos. También pueden estudiarse fuentes alternativas de alimentos, como el eland (variedad de antílope africano), adaptado para pacer en tierras inadecuadas para la agricultura; el manati de agua dulce y la capibara suramericana, que se alimentan de plantas acuáticas. El aceite extraído de la soja, la semilla de algodón y el girasol, que ahora se utiliza como pienso y como fertilizante, constituye una fuente potencial de proteínas. Finalmente, también entraña un potencial considerable la utilización de microorganismos como alimento (microbios que crecen en el serrín, en el petróleo e incluso en el carbón).

A pesar de todo lo anterior, yo creo, como Malthus, que el inevitable crecimiento de la población mundial puede dar al traste con la capacidad de la Tierra para proporcional una cantidad de alimentos que evite el hambre y la desnutrición masivas, en una escala que superará con creces a la actual. La demanda superará a la oferta. Parece que aún se cree demasiado en el mito del cuerno de la abundancia, de una provisión ilimitada de alimentos, espacio y materiales para hacer frente a un crecimiento también ilimitado. Los recursos de la Tierra, sin embargo, son finitos. Deberá lograrse un equilibrio entre demanda y oferta, y una porción de esa oferta deberá ser reciclada si el hombre quiere sobrevivir como especie, ya que ninguna especie puede existir si vive por encima de sus recursos. Existe un último factor de limitación del crecimiento, un límite en el tamaño de la población que puede sostenerse con una provisión limitada de recursos. El tamaño de la población mundial deberá equilibrarse con los recursos disponibles. En este sentido, tendremos que decidir cuál es la calidad de vida que deseamos.

es profesor de Biología y vicepresidente de la Universidad Estatal de California-Los Ángeles.

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