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La chapuza nacional

No se puede creer. No se puede creer que un piloto dos veces campeón del mundo, oficial de un equipo de fábrica pluricampeón mundial, esté a punto de perder la vida y, casi con toda seguridad, haya terminado sus días como motocilista por tener un accidente de tráfico urbano, con la moto con la que corre las carreras del mundial, a más de 160 kilómetros por hora.Sin embargo, es cierto. Lamentablemente cierto, porque Ricardo Tormo es uno de los más grandes pilotos de la historia del motociclismo español a nivel internacional.

Tenía que ocurrir tarde o temprano. Es bien cierto que el circuito permanente de Calafat, donde debería haberse realizado la prueba de la moto, estaba cerrado. Es bien cierto, también, que el propio Tormo había solicitado la posibilidad de realizar allí unas pruebas durante estos días, con vistas a la puesta a punto de su máquina de cara al inminente Gran Premio de España, y que no pudo ser precisamente por estar cerrado el circuito permanente catalán. Pero no es menos cierto que las pruebas en el improvisado circuito del polígono industrial próximo a la fábrica era práctica habitual del equipo Derbi desde hace muchísimos años.

Tiempo atrás, Paco Tombas mandaba a sus pilotos a probar las motos de carreras a la larga recta de la carretera comarcal de Mollet a Montmeló. Después, cuando la autopista Barcelona-La Jonquera aún no había sido terminada, el equipo campeón del mundo utilizaba algunos tramos ya terminados, aunque no entregados, para probar sus motos de carreras. Luego llegó el circuito actual, el del accidente de Ricardo Tormo, usado por Tombas y sus Derbi como habitual pista de pruebas.

Precisamente en uno de estos extraños sistemas de ensayos sufrió un grave accidente el propio Paco Tombas, aunque sin las gravísimas consecuencias del actual (estuvo cinco días inconsciente). También lo tuvo Domingo Pares, piloto y mecánico del equipo. Lo de Ricardo Tormo no es nuevo.

Una moto de Gran Premio es una máquina sofisticadísima. Su motor, pese a lo reducido de esos 80 centímetros cúbicos de su cilindrada, es capaz de girar a 14.000 revoluciones por minuto. La potencia, comparativamente a la de un motor de un coche de Fórmula 1, es prácticamente del doble. En algo que es, poco más que una diminuta bicicleta con el motor de un ciclomotor, los pilotos alcanzan velocidades superiores a 200 kilómetros por hora a base de echarle mucho valor y de contar con una técnica muy especial. Valor y técnica que, a lo largo de su carrera, Ricardo Tormo ha demostrado tener a raudales.

Probar una máquina de estas características en cualquier sitio que no sea un circuito permanente habilitado para ello, ya sea en la recta de una carretera comarcal o en la de un polígono industrial, es, cuando menos, una chapuza. Una chapuza que está a punto de convertirse en una tragedia deportiva y humana, y que, desde el punto de vista jurídico, puede traer complicaciones. Rodar por una calle -con expresa limitación de 50 kilómetros por hora- a más de 160 kilómetros por hora, con una moto de Gran Premio que carece de documentación, matrícula, permiso de circulación, certificado de homologación de industria, luces, intermitentes y un sinfin de exigencias más tiene difícil defensa cuando se sufre un accidente.

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