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Efemérides

Está una parte del país preocupada por la relativa cercanía de una ristra de efemérides que conmemorarán hechos capitales para la conformación de la conciencia histórica española. En 1986, primer cincuentenario del inicio de la guerra civil; en 1989, primer cincuentenario de la victoria franquista; en 1992, el 500º aniversario del llamado descubrimiento de América. La odisea colombina ya ha generado las primeras escaramuzas organizativas, y la sombra de Ramiro de Maeztu no cesa de crecer preparando el camino a un revival Reyes Católicos que puede hacer insoportable la atmósfera cultural y civil de este país a lo largo de los ocho años que nos separan de la efemérides colombina.La pasión suscitada por la inflación rememorativa de la guerra civil y su posguerra, a cargo de TVE, ha demostrado la mala educación de la derecha española, incapaz de la mínima generosidad a la hora de, que los vencidos recuperen parte de su memoria ocultada. Tras 40 años de monopolio del recuerdo, les ha sido insoportable un relativo exceso rememorativo antagónico protagonizado por algunos supervivientes. de aquel cautivo y desarmado Ejército rojo que iba a pagar muy cara su derrota. A partir de este clima de usura histórica, se puede presagiar una intransigente toma de posiciones en las proximidades de 1986 con tal de no perder la oportunidad de dar sentido a banderas y coartadas. Y es difícil concluir qué sería peor, si el replanteamiento de una guerra de trincheras tan verbal como cainista o la trivialización de un hecho histórico por la vía de un balsámico y acientífico todos fuimos responsables, todos nos equivocamos, etcétera. La guerra civil fue un relativamente inútil ajuste de cuentas clasista y cultural, y digo relativamente inútil porque, si bien permitió ganar tiempo a la reacción, la dinámica social y económica hizo inevitable e inexorable un proceso de cambio aún no ultimado. Y si bien es posible repartir causas de la guerra a tenor de las insuficiencias, irresponsabilidades e irracionalidades de uno y otro bando, el final de aquella guerra en una desdichada victoria sólo admite una lectura moral.

En torno a 1986 puede establecerse una alianza impía entre la corriente cultural ahistoricista que empieza a convertirse en una pesadilla advenediza de intelectuales poshistóricos y los supervivientes del bando vencedor, que, cada vez más, se refugian bajo las faldas de interpretaciones históricas objetivas que en tiempos de prepotencia política ellos mismos prohibieron. Por ejemplo, la versión de la spain civil war, made in Hugh Thomas, es un mal historificador menor que puede ser ahora reivindicado por los partidarios de la pasteurización del saber histórico. Si todavía 125 años después de la guerra de secesión norteamericana son mayoría los norteamericanos que se creen la beneficiante interpretación de que Lincoln se fue a la guerra para liberar a los negros, 40 años no es nada y febril la mirada pueden propiciar una acuñación de falsa moneda sobre el sentido de una guerra que, para algunos, sigue siendo una cruzada y, para otros, una corrida de toros en la que desempeñaron el incomodísimo papel de toro.

Nadie crea que 1992 va a ser una fecha desapasionada. Resucitará la versión de la empresa cristianizadora, y tal vez, bajo la influencia de la cultura épica audiovisual, prospere una interpretación menos alienada de la conquista vista como una empresa de titanes, capaces de bajarse todo el Amazonas a nado sin necesidad de leer el libro rojo de Mao o subirse el Aconcagua de rodillas sin otro alimento que cuero cocido. Sería injusto que, desarmados de mitos, toleráramos que 1992 fuera aprovechado por el enemigo exterior e interior para construirnos una imagen de pueblo ávido e insensible, que no dejó un indio vivo para evitar

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Efemérides

Viene de la página 9 que siguieran practicando el canibalismo o que les desplumó de todo el oro que tenían para impedir que se lo gastaran en tonterías. Los imperios, todos los imperios vivos y muertos, forman parte de, la historia de la crueldad y de la infamia, la ocasión 1992 debería aprovecharse entre nosotros para instalar una revisión crítica del imperialismo que no cayera en el error de suponer un sujeto histórico español colectivo que en 1492 empezó la conquista de América y 500 años después ha de seguir falsificando su justificación como una condición imprescindible para no perder la identidad histórica.A juzgar por las luces de retórica que siguen iluminando las manifestaciones verbales sobre la hispanidad, lo colombino, lo precolombino, lo poscolombino, 1992 puede ser una orgía de no decir para evitar decir lo que se tendría que decir. Sospecho que en la falsificación de la efemérides está tan interesado el nacionalismo español, de viejo y nuevo tipo, como un criollismo con falsa o mala conciencia que trata de perpetuar la culpa del conquistador para no tener que asumir los beneficios de clase que heredó de esa conquista o de sucesivas inmigraciones económicas que ya nada tuvieron que ver con la desmesurada avidez aurífera de los conquistadores. De la misma manera que un Bartolomé de las Casas ha sido utilizado para compensar todo lo que hizo la gestapo conquistadora, la maldad tiránica de los conquistadores españoles sigue siendo una cortina retórica detrás de la que se esconde una casta dirigente latinoamericana que vive espléndidamente gracias a que los españoles se llevaron por delante a la casta dirigente precolombina. Si de aquí a 1992 quedara tiempo para racionalizar lo ocurrido yextraer un proyecto de futuro, valdría la pena que el sentido de la efemérides no fuera ni triunfalista ni culpabilizador y apuntara hacia una corresponsabilidad en el progreso y la democracia, dentro y fuera de esa comunidad lingüística llamada hispanidad.

No se me oculta que en lontananza aparece un 1998 igualmente prometedor. Nada más y nada menos que la pérdida del imperio y la aparición de aquella generación de escritores posrománticos que acabó su camino de perfección en la certeza de que en el mundo había una conspiración de judíos, comunistas, masones y demás ralea. Pero no adelantemos acontecimientos y maravillémonos de que la historia se asocie con las magias del azar y en el breve trecho de una dodécada (1986-1998) podamos repasar todo lo que pudo haber sido y no fue sin movernos del Estado de las autonomías. Una de dos, o construimos una disneylandia conmemorativa a cargo del presupuesto, o aprovechamos la ocasión para asumir en serio nuestra historia y perfeccionar nuestra conducta individual y colectiva en el futuro. Tal vez sea muy duro asumir que Hernán Cortés, por ejemplo, era un pájaro de cuidado, pero quizá sea indispensable esta clarificación para evitar daños mayores y tan presentes como futuros; por ejemplo, creer que se puede ganar a Malta por 13 a 1 sin la ayuda del Espíritu Santo y convertir esta victoria en una demostración de que la raza ni se crea ni se destruye. Simplemente, se transforma.

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