Violencia, pero discriminada
Un partido de fútbol inglés no tiene porqué acabar siempre en gresca. El Arsenal-Stoke City del pasado sábado, por ejemplo. El autor comprobó que la propaganda de la violencia a veces no se cumple. En cualquier caso, precisamente ayer, el Consejo de Europa, por medio del Comité de Ministros de los 21, propuso que se adopten medidas más severas y preventivas contra los hinchas, que se aprobarán a mediados de mayo en una reunión en Malta.
Esta vez estamos en Londres y el público que he venido a observar, a estudiar, a describir, es el famoso público británico, aquel cuya anunciada llegada produce escalofríos en los responsables de la seguridad ciudadana de París, de Amsterdam, de Francfort o de Ginebra. El "¡que vienen los bárbaros!" ha sido reemplazado últimamente por el "¡que vienen los ingleses!", los bebedores, destructores, feroces ingleses.Yo he venido a verlos en su salsa, con la agridulce sensación que la posibilidad de peligro nos ofrece a todos. Y desde que me acerco al campo del Arsenal las gentes y signos dan pistas esperanzadoras a mi curiosidad morbosa. Hay, evidentemente, muchos guardias, especialmente a caballo, porque según me dijeron los agentes montados controlan mejor la muchedumbre, no porque los británicos les tengan más miedo así; es que mientras no les importa ver a un guardia derribado sobre el asfalto, lamentarían mucho herir inadvertidamente a un caballo. No olvidemos que la Sociedad Protectora de Animales de aquí se creó en el siglo XIX antes que la Sociedad Protectora de la Infancia, aquella que Dickens describía trágicamente. Ahora veo otro letrero animador. Una taquilla especial para visiting team supporters, es decir, para los seguidores del equipo forastero, y recuerdo lo que en larga conversación me informó el señor Smith, encargado en el Ministerio de Ambiente del problema de la violencia en el fútbol: "lo primero que hacemos es separar a los presuntos enemigos". Y, efectivamente, igual que tienen una taquilla aparte, veo al ocupar mi sitio que hay una sección especial, rigurosamente vallada, a ambos lados para enjaular a los posibles enemigos de la paz pública. A lo largo de ese enrejado hay más policías y abajo unas parejas se pasarán el partido caminando por las afueras del terreno de juego. todo parece preparado para la gran batalla que sin duda se realizará momentos más tarde. Y de pronto...
"Oiga, ¿dónde está el foso?".
"¿Qué foso?", pregunta mi vecino.
"El que debe rodear el campo. Como no hay valla protectora...".
" ¿Para qué va a haber un foso ni una valla protectora?".
"Para proteger al árbitro y a los jugadores, ¡narices!", digo, utilizando la irritación que debería ser patrimonio de mis anfitriones. "¿O es que aquí no se ataca al árbitro y a los jugadores contrarios".
"¿Por qué van a hacer eso? El árbitro es sagrado, y los jugadores del otro bando, igual".
"Pero la famosa violencia inglesa, entonces...".
"Ah, sí, es tremenda. Pero se dirige de público a público, contra los seguidores del otro equipo solamente".
Y como los seguidores del otro equipo, en este caso el Stoke, han venido en mínimas cantidades, mi gozo ha caído en el pozo de costumbre. Porque, como de costumbre, es el comportamiento de un público que silba, un poco por obligación y sin énfasis, igual que en España, al equipo rival al salir al campo, mientras aplaude vigorosamente la aparición de los suyos; que da los "¡ah!" de esperanza al avanzar su equipo y los "¡ah!" de desilusión al salir el balón por encima del larguero. Es decir, todo como aquí, con pequeñas diferencias. Por ejemplo, el coro bastante entonado que a menudo surge de las gradas con cantos referidos a un jugador famoso (en este caso, Charles Nicholas), o la gran cantidad de ancianos que asisten al partido atentos y callados como si se tratara de un concierto..., o el elogio a las combinaciones de jugadas más que a los tiros a puerta...
Por lo demás, el partido transcurre con más pena que gloria, con triunfo local y, como dicen los cronistas, con el terreno en buen estado a pesar de la lluvia caída. Pero no he visto una sola pelea ni a nadie sangrando y llevado cariñosamente al hospital, como me había hecho esperar una propaganda evidentemente mentirosa.
En fin, un desastre.
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