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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Unas elecciones con clave 'pujolista'

A PESAR de que la campaña electoral catalana se iniciará oficialmente el próximo día 6 de abril, el debate sobre Cataluña realizado en La clave que hace una semana reunió a los principales candidatos equivalía al inicio de la carrera para ocupar la presidencia de la Generalitat. Fue un encuentro tan rodeado de prevenciones anteriores y de complicadas lecturas posteriores, que otro debate parecido, programado para esta misma semana por el canal autonómico catalán TV 3, ha sido sospechosamente aplazado después de que Jordi Pujol mostrara pocas ganas de repetir la sesión, y las acusaciones formuladas en el sentido de que con el aplazamiento se le ha querido ahorrar un desgaste como el de La clave han recibido una torpe réplica.La emisión reflejó en cierta medida el talante y las características de la actual política catalana. Por un lado, fue más una yuxtaposición de monólogos que un debate propiamente dicho o un intercambio de puntos de vista, y ésa ha sido también una de las características de la actuación pública que ha vivido Cataluña en los últimos cuatro años. Pujol y Convergència han estado dictando sus puntos de vista como si gozaran de un respaldo mayoritario del que en la práctica -las cifras de las anteriores elecciones autonómicas lo demuestran- carecen, y no han tenido la flexibilidad o la humildad de recabar asistencias salvo en los momentos en que por problemas de estricta matemática parlamentaria se han visto obligados a hacer concesiones puntuales a los diputados de la UCD en desbandada o a los de Alianza Popular, formación siempre vacilante en Cataluña. Pero los monólogos de La clave no sólo reflejaron esa manera individual y poco participativa de administrar el poder de que han hecho gala los convergentes, sino que también dieron pistas sobre la falta de coordinación y claridad de ideas que tiene la oposición, que, con los socialistas a la cabeza, ha dedicado estos cuatro años más a lamerse las heridas de su propia derrota en las anteriores autonómicas que a preparar concienzudamente su alternativa.

El debate de La clave tuvo escasa consistencia ideológica y en él abundaron también las muestras de escasa habilidad para interpelar al adversario de forma correcta, sin caer en la fácil tentación de interrumpir al interlocutor que consume su turno. El comunista Antoni Gutiérrez Díaz, por ejemplo, recurrió en 26 ocasiones a esa práctica, y en otras 15 veces la utilizó el propio Jordi Pujol. Eso, quiérase o no reconocer, es un reflejo de crispación, y responde al hecho de que en los últimos cuatro años han pasado muchas cosas en Cataluña. La política de búsqueda de asistencias puntuales que ha realizado Jordi Pujol durante cuatro años para mantenerse al frente de un Gobierno sin apoyo mayoritario en el Parlamento catalán ha teñido de cierto electoralismo al conjunto de la legislatura, hasta el punto de que todas las elecciones celebradas desde las anteriores autonómicas de 1980 -es decir, las generales de 1982 y las municipales de 1983- se han vivido por muchos catalanes como meros sondeos de opinión respecto a la convocatoria de ahora.

Pero la crispación responde también a otras causas. Por lo que afecta a los comunistas, el cisma entre el PSUC y el PCC fue una mera anticipación de lo que después ocurriría en toda España al entrar en crisis, por la filosofía del voto útil, todo lo que se halla a la izquierda de los socialistas. Por el centro y la derecha, el desgaste sufrido por Esquerra Republicana, con el obsesivo apoyo de Heribert Barrera a Jordi Pujol a cambio de la prebenda personal de la presidencia del Parlamento catalán, ha conducido a este partido a una delicada situación interior que hace pender sobre él la posibilidad de que las urnas lo envíen esta vez a una histórica situación extraparlamentaria. Simultáneamente, la crisis de UCD ha hecho desaparecer del escenario político a otra fuerza que en la práctica ha respaldado a Pujol en los momentos en que ha necesitado asistencias. Con todo ello, Convergència i Unió llega a los comicios autonómicos sabiendo que ahora más que nunca depende de sus propios votos, pues de lo contrario su única opción a seguir gobernando en la Generalitat pasaría por un acuerdo programático con Alianza Popular -pacto que sería visto como contra natura por todos los nacionalistas catalanes-, o de ese más difícil todavía que podría llegar a ser un intento de acuerdo con los socialistas.

Por ese conjunto de elementos que no eran visibles tras las bambalinas de La clave, las inmediatas elecciones, además de presentarse inciertas, propensas al monólogo y tensas, se ofrecen al elector como bastante alejadas del tradicional esquema de división entre derechas o izquierdas, e incluso del de nacionalistas y españolistas. Todo da a entender que, con la afluencia de votantes como principal protagonista, se van a convertir en un referéndum sobre algo tan abstracto como es el pujolismo, que en definitiva es más una manera de concebir Cataluña como una mística que un programa, una promesa de eficacia administrativa o un modelo de convivencia. Paralelamente, el desgaste del mensaje socialista por su protagonismo en la vida del Estado, y las extraordinarias limitaciones de que han hecho gala los miembros de este partido en su función opositora en Cataluña, hacen que la principal arma electoral de Raimon Obiols y del PSC sea, en realidad, el antipujolismo. El antipujolismo puede constituir otra manera de ser catalán; pero a la hora de ofrecer al electorado una forma más abierta de gobernar Cataluña, como los socialistas pretenden vender en los eslóganes preelectorales, parece una grave contradicción la idea de combatir la intransigencia con la simple oferta de un solo argumento. En este sentido, ante la falta de verdadero debate político y la ausencia de argumentaciones, el programa de La clave constituyó en realidad una nueva ocasión perdida de hablar de los problemas y las necesidades reales.

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