La maldición del talento
ÁLVARO MUTIS
El talento ha hecho en estas repúblicas más estragos que la roya devoradora de los cafetales o la sigatoka asoladora de la caña de azúcar. Llego a pensar a veces si el tan traído y llevado sustantivo termina por ser aplicable exclusivamente en nuestro lastimado continente de los siete colores, como lo llamó alguna vez mi inefable compatriota Germán Arciniegas. Nunca se me ocurriría decir de un destacado político, artista o científico francés, chino, inglés o ruso que tiene mucho o poco talento. No es ésta medida que sirva para cosa distinta que hundir a alguien en las insípidas aguas de una nadería de símilor.Pues bien, en Hispanoamérica nos está matando el talento, y para medir el daño irreparable que esta plaga nos asesta sería preciso acudir a algunos ejemplos. Toda la hojarasca poética dejada por los seguidores de Rubén Darío en cada uno de nuestros países no vale uno solo de los versos del inmenso poeta de Nicaragua; ellos estaban dotados de un talento indudable y él era, sencillamente, un auténtico poeta. Simón Bolívar, tan mencionado últimamente en arengas oficiales y en soporíferos ensayos de encargo, carecía por completo de talento en el campo de batalla -lo vencieron siempre- y en política mostró tener la misma ausencia de tan sospechosa dote, pero fue, en cambio, el visionario genial de un futuro americano que sus herederos no quisieron ni supieron construir. Los países creados por Bolívar nacieron y han vivido de espaldas, cuando no traicionando, los ideales del caraqueño egregio. El Che Guevara, cuyo ejemplo llevó a la muerte anónima y estéril a centenares de miles de jóvenes que se lanzaron al monte tratando de repetir sus hazañas, estaba lleno de talento para proyectar su imagen en la blanda arcilla de una conciencia política en ciernes y carecía de toda condición o dote para forjar una lección política perdurable. Quien tenga alguna duda al respecto que lea el Diario de Guevara en Bolivia. No hay ejemplo más patético de ceguera y de aplicado talento suicida. Para volver a las letras, el mal llamado boom de la novela en América Latina es otra muestra elocuente del fuego de paja que origina el talento cuando se consume a la vera de una obra maestra, como Cien años de soledad.
Llega en estas latitudes el talento a producir fenómenos tan inusitados como grotescos. Un gran país del Cono Sur ha sido gobernado en dos ocasiones, en los últimos 30 años, por mujeres cuyos talentos en las tablas y en otros menesteres a ellas aledaños nadie ha puesto en duda, pero cuya desastrosa incursión en los intrincados laberintos del poder ha llevado al desastre y a la infamia a un pueblo que merecía una suerte más ilustre y menos triste. Cabe preguntar también qué talento siniestro ha acompañado al asesino de un obispo ejemplar por su espíritu de justicia y su bondad sin tregua para llegar a ser candidato a la presidencia de su país.
Los ejemplos podrían multiplicarse ad infinitum, pero la tarea, además de dolorosa, sería inútil. Más oportuno parece buscar las raíces, escudriñar en los orígenes de tan alarmante síntoma, que aqueja a un continente en donde la insensatez y la improvisación son norma, y la cordura y el examen laborioso, virtudes hace mucho tiempo desterradas de estos parajes.
Apunto, apenas a manera de hipótesis para someter a estudio por quienes tengan los conocimientos y la paciencia para hacerlo, una de las posibles causas de esta anómala floración de talentos tropicales y andinos. Sucede que al separarse, en mala hora y con desaforada violencia cainita, del milenario tronco hispánico, estas repúblicas tuvieron que inventarlo todo: desde sus instituciones políticas hasta sus mandatarios, desde sus límites geográficos hasta su agricultura, desde su orientación en la enseñanza hasta la creación de sus ejércitos. El intento era patéticamente desproporcionado con los elementos reales que estaban al alcance de los ignaros caudillos o los inocentes soñadores que se empeñaron en semejante tarea.
El resultado está a la vista: 150 años de guerras civiles ininterrumpidas, de golpes de Estado que se suceden con una demencia febril e incontrolable y, como consecuencia inmediata y fatal, una debilidad sin remedio frente a un vecino que, en ese siglo y medio, ha creado la más abrumadora suma de riqueza y de poder de que tenga noticia la historia moderna. Es por esto que el talento se ha convertido entre nosotros en una especie de solución desesperada y efímera, sucedáneo mezquino de una auténtica y perdurable tarea civilizadora.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.