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Una imagen lamentable de la fiesta

Plaza de Valencia. 16 de marzo. Tercera corrida fallera.Tres toros de Antonio Arribas y tres de Torrealta; todos inválidos y boyantes.

Nido de la Capea. Tres pinchazos y descabello (silencio). Pinchazo y estocada trasera (petición y vuelta). Julio Robles. Estocada corta caída (oreja). Estocada corta caída (silencio). José Antonio Campazano. Pinchazo, estocada -aviso- y descabello (petición y vuelta). Estocada (oreja).

Estaban las cámaras de televisión en la plaza de Valencia y ofrecían en directo una imagen lamentable de la fiesta. También ofrecían el triunfo de José Antonio Campuzano, lo cual es positivo -principalmente para el propio José Antonio Campuzan- pero el jaleo que rubricaba derechazos y naturales instrumentados, como quien lava, a un moribundo espécimen, seguramente, no podía compensar la siniestra argumentación del espectáculo.

Esa argumentación consistía en hacer toreo sin toro; pintoresco planteamiento. Algo así como paella de marisco sin marisco. La corrida, que ya salió remendada en su justa mitad como consecuencia del reconocimiento veterinario, donde se rechazaron tres reses de Arribas, resultó floja, cuando no absolutamente inválida.

Hubo toros a los, que no podían ni picar, y les simulaban la suerte de varas. Varios de ellos se pegaban contundentes costaladas de puro tullidos. Y todos embestían entregaditos, arando la arena con los hocicos, sin molestar al personal de seda y alamares.

Entretanto, la banda atacaba las más escogidas piezas de su variado repertorio, cual si en la arena repartieran gloria bendita, y se producían los tópicos incidentes que son propios de la España de pandereta. Así, el "espontáneo", individuo desarrapado que pega tres mantazos y luego se postra de rodillas ante la autoridad competente, en vergonzante súplica de perdón.

Era como para caérsenos la cara de vergüenza a todos, exceptuados taurinos, naturalmente, pues tal es la fiesta que quieren: vengan tópicos, vengan líos; aquél que se quería tirar al ruedo para lucir un sombrerazo que le calaba hasta el bigote; otro que llegó a pisar la arena y la correteaba, revoloteándole la chaqueta y perdiendo los tirantes, para abrazar al torero. Y los toros, rodando desfallecidos. Y los toreros, cortando orejas. Y el público, qué más dará.

En estas corridas de toro sin toro, planteadas desde el triunfalismo, los toreros ya tienen las orejas y rabos ganados cuando hacen el paseíllo y luego confirman la propiedad de los trofeos, o la pierden, según estén. Con tal criterio enjuiciada la fiesta, los tres espadas de ayer, que en total cortaron dos orejas cuando al empezar llevaban de crédito doce y seis rabos, estuvieron muy deficientes.

Niño de la Capea, más deficiente que ninguno, porque no cortó nada. Y además, porque continúa escayolado, igual que en temporadas anteriores, y de tan incómoda guisa ejecuta las suertes. Hubo mérito en algunos de los pasajes de sus faenas, principalmente la del cuarto inválido, el cual salió del encuentro con los caballos sin que le partieran un pelo, porque en otro caso le habrían partido el tan malito estaba desde que saltó al redondel.

En esos pasajes apuntados, Niño de la Capea ligaba pases; el molinete con el natural y el redondo, éstos con el de pecho, los de pecho entre sí. Siempre escayolado, pero los ligaba, y tamaños alardes enardecieron a parte del público. Sin embargo, a continuación, volvía a repetir tirones, muletazos violentos, casi todos iniciados a son de zapatilla (quiere decirse que chasqueaba zapatillazos contra la arena para provocar el cite).

Julio Robles deleitó a profanos e iniciados con dos series de naturales al segundo inválido. Pases largos, hondos, templados, lentos, a ritmo de la embestida que, a su vez, era cadenciosa. En el quinto, en cambio, no se pudo aclopar, o no creyó necesario el esfuerzo para conseguirlo, porque ya tenía la oreja del anterior en el esportón, y parece de buen conformar.

Con mayor oficio e ilusiones, muy puesto, bastante asolerado su toreo, José Antonio Campuzano alcanzó más altas calidades artísticas y rotundas exhibiciones de valor, ante los moribundos funos. Al tercero, lo recibió con tres largas cambiadas de rodillas, ahí queda eso; lanceó por verónicas, rogerinas y chicuelinas -Robles también dio de éstas-; realizó interminables y bien ligadas faenas, que estructuraba mediante numerosas series de naturales y redondos, instrumentados dentro de la ortodoxia pura. La faena que le hizo al sexto aún fue más larga y acabada que la del tercero; también es cierto que ese toro tenía una invalidez perniciosa y el público protestó por ello, pero importaba poco, pues si daba la imagen lamentable de la fiesta, sirvió para consumar el triunfalismo que quieren los taurinos.

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