La búsqueda del equilibrio hidráulico / 2
La parte de agua caída del cielo que fluye por la superficie española es de 100.000 millones de metros cúbicos anuales. Para una población de 40 millones de habitantes, España puede contar con 2.500 metros cúbicos por habitante y año, por lo que no se puede decir que el nuestro sea un país seco. Pero de esos 100.000 millones, la mayor parte pertenecen a las cuencas del norte, mientras que las del este y sur sólo se llevan 15.000 millones, y otro tanto las cuencas del Tajo y Guadiana. Se trata, por tanto, de un problema de distribución, ya que las cuencas de¡ Júcar, Segura, Guadalquivir y Sur están muy próximas a agotarse.Un conjunto de cifras de carácter grueso establecerá el marco cuantitativo y comparativo de esta exposición. Se puede cifrar la escorrentía de nuestro país, como medida de cálculo, en un caudal de 100.000 millones de metros cúbicos de agua al año. Tal vez sea necesario esclarecer el concepto de escorrentía: es aquella parte del agua caída, del cielo que fluye por las corrientes superficiales, pues el terreno, al no ser homogéneo, puede comportarse como una pizarra o como una esponja; pero del volumen de agua precipitada en un solar -y con independencia del aprovechamiento de las aguas subterráneas renovables, al que la Administración debe prestar a partir de ahora una primordial atención-, la planificación hidráulica ha de gobernar en esencia la escorrentía, que es su fracción más mensurable, económica y regulable.
Para una población próxima a los 40 millones de habitantes, la escorrentía anual de nuestro país ofrece la posibilidad de una dotación igualitaria de unos 2.500 metros cúbicos por habitante y año, una cifra que permite afirmar que el nuestro no es un país seco -más por poco poblado que por húmedo- si se considera que la media mundial de la demanda se establece en 600 metros cúbicos por habitante y año, esto es, cuatro veces menos de la posible dotación española, y si, de acuerdo a los cánones internacionales, se estima que un consumo de 1.000 metros cúbicos anuales por habitante, una vez tomadas en cuenta todas las necesidades industriales y agrícolas, constituye un índice del pleno desarrollo. Para hacerse cargo hasta qué punto esa posibilidad de dotación hidráulica puede ser más que suficiente, debe pensarse en la magnitud del mismo índice para otros países próximos y cuyo modelo cívico está en la mente de todos; así, frente a los posibles 2.500 metros cúbicos por habitante y año de que podrían disfrutar los españoles, la dotación del Reino Unido no pasará de 2.000; la de Alemania Occidental, de 1.200, y la de Holanda, de 700.
Con excepción de la URSS, los países escandinavos y los alpinos, España se sitúa en este aspecto por encima de toda Europa. A esta primera condición meramente cuantitativa se viene a sumar otra, no menos favorable, pero que rara vez se tiene en cuenta en los estudios estadísticos.
Dejando de lado, por el momento, las de la cornisa cantábrica, las mayores y más constantes precipitaciones se producen en nuestra península en tierras altas -en el entorno de la cota 1.000- y casi deshabitadas, y en las que gracias a una revuelta orográfica resulta relativamente sencilla la construcción de embalses y la regulación completa de cuencas enteras, una condición imprescindible para el aprovechamiento integral de la escorrentía, imposible de llevar a cabo en las llanuras del plateau europeo, las riberas bálticas o la baja Andalucía; una favorable condición que tiene su complementaria contrapartida en la dificultad y carestía de ejecución de los vasos que comuniquen las cuencas separadas por esa enrevesada orografía.
Como una compensación a los graves estragos geológicos y climatológicos provocados por la cordillera cántabro-pirenaica, al sur de ésta se sitúa lo que cabe llamar el plexo hidráulico de nuestra península. Haciendo una vez más uso de los números gruesos, cabe decir que de aquellos 100.000 millones que constituyen nuestra escorrentía media, 70.000 fluyen por las cuencas del Norte, Duero, Ebro y Pirineo oriental; 15.000, por el Tajo y Guadiana; 10.000, por el Guadalquivir, y 5.000, por el Levante. Para comprender con un solo hecho lo que tal desequilibrio significa, basta recordar la expresiva inecuación de Lorenzo Pardo: "El litoral entre el sur del Ebro y la sierra de Gata rinde menos agua al mar en su conjunto que el río Nalón".
De esos 100.000 millones de metros cúbicos que corren por nuestros ríos se puede decir que un poco menos de la mitad, unos 45.000, son disponibles para el consumo, pues tal es el volumen útil de nuestros embalses más o menos en la fecha de hoy. La demanda de nuestro país en la hora actual, y con una población cercana a los 40 millones de habitantes, se puede situar en unos 30.000 millones de metros cúbicos al año -25.000 para el mantenimiento del regadío de tres millones de hectáreas, y 5.000 para el abastecimiento doméstico e industrial a las poblaciones-, lo que para un balance global de la Península supone unas disponibilidades superiores a las necesarias en un 50%. Respecto al futuro, el inventario de recursos hidráulicos estima que. la regulación global por cuencas puede incrementar el volumen disponible en unos 15.000 millones de metros cúbicos anuales, llevando la regulación hasta el 60% de la escorrentía y el volumen de nuestros embalses hasta alcanzar el techo de los 60.000 millones.
Desequilibrio congénito
El mismo inventario estima el techo de la población española en 60 millones de habitantes, y el agotamiento del potencial agrícola de nuestro suelo, con el regadío de cinco millones de hectáreas; ambas circunstancias elevarían la demanda a unos 45.000 millones de metros cúbicos, esto es, el 75% del volumen máximo regulable. Sin embargo, aun cuando el balance global pueda parecer tranquilizador, siempre que el Estado acompañe la creciente demanda con la creación de nuevos embalses, las necesidades de buena parte del país distan mucho de estar técnicamente cubiertas a causa de¡ desequilibrio hidráulico congénito de la Península. En la actualidad -y con excepción de la estrecha desembocadura del Ebro-, todas las cuencas que rinden sus aguas al litoral entre la frontera francesa del Mediterráneo y la portuguesa del Guadiana son deficitarias; sus recursos naturales se pueden cifrar en 20.000 millones (siempre de metros cúbicos por año); sus disponibilidades, reguladas en 10.000, y su demanda, en 13.000, con un evidente déficit de 3.000. Pero no es sólo eso; las posibilidades de regulación en las cuencas del Júcar, Segura, Sur y Guadalquivir están muy próximas a quedar agotadas, y son precisamente los terrenos de la banda tributaria de ese litoral los más aptos para el fomento de futuros regadíos y los más indicados para una agricultura selectiva.
La urgente necesidad de llevar a esa banda agua caída en otras zonas de la Península entra por los ojos, sin más explicaciones, tanto más si se piensa que el balance hidráulico del conjunto de la Península arroja un superávit de 24.000 millones en virtud, en gran medida, de los recursos de¡ anteriormente mencionado plexo del Noroeste.
escritor, novelista -Volverás a Región, Herrumbrosas lanzas-, es ingeniero de Caminos, Canales y Puertos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.