El Congreso de Bruselas
Los días 22 a 24 del actual mes de marzo se reunirá en la capital de Bélgica un congreso del Movimiento Europeo que puede revestir trascendencia y significar una ocasión señalada en la lenta y trabajosa marcha hacia la unificación política de Europa. Se espera que puedan concurrir a esa convocatoria hasta 1.400 delegados de diversos estamentos del continente. Parlamentos, sindicatos, asociaciones, ligas, organismos regionales y locales, y un cúmulo de tendencias que coinciden en el común propósito de relanzar el proceso iniciado en el Congreso de La Haya de 1948.El Movimiento Europeo fue el organizador de aquel histórico acto del que salieron, en los años de la posguerra conflictiva en una Europa destruida, las primeras instituciones del europeísmo. El mismo Movimiento recoge hoy, al cabo de 36 años, el hilo inicial de aquellas jornadas para ambientar con el aliento de la opinión pública un proyecto de unión europea que hace pocas semanas ha sido aprobado por mayoría de votos, en sesión del Parlamento Europeo, en Estrasburgo.
El proyecto, que lleva el nombre de su inspirador, el senador italiano Altiero Spinelli, propone, un nuevo esquema de estructura, de la Comunidad que supondría una radical mutación de las normas de funcionamiento vigentes hasta la fecha. Concreta un poder de gobierno ejecutivo; confiero un rango de control efectivo al Parlamento, y pone en marcha un dispositivo de tal naturaleza que los diez -o los doce- han de ceder á los nivele! decisorios de la supranacionalidad una parte sustancial de algunas prerrogativas de soberanía. No es fácil, ni resultará rápido, un cambio de tan decisiva importancia, que significa una novación sustancial del Tratado de Roma.
Escasa fe
Los votos contrarios al proyecto, de un buen número de diputados actuales del Parlamento Europeo, anunciaron ya las resistencias enconadas que se opondrán a su paso, pues hay parlamentarios europeos de los diez que no ocultan su escasa fe y su visceral escepticismo ante el porvenir de la Comunidad. Ello es lógico y refleja el pluralismo democrático de la sociedad política occidental. Sin embargo, hay razones para suponer que la crisis interna de la CEE, reflejada en la cumbre de Atenas, ha pulsado el botón de alarma, obligando a los Gobiernos comunitarios a resolver sus múltiples y agrias diferencias.
Mitterrand, en su mandato. de seis meses de presidencia, ha tomado el asunto en sus manos con ánimo de plantear un manojo de soluciones técnicas a los enconados problemas que han llevado al impasse actual. Con rara franqueza, más de un jefe de Gobierno comunitario ha declarado que, sino se acordaba ahora una salida viable a la bloqueada situación, el entero, proceso unificador, europeo, iniciado en 1948, se hallaría en trance de perecer.
Solamente desde una v oluntad política firme y,de largo vuelo pueden articularse soluciones técnicas estables para que sean cumplidas. Mientras lo instrumental se mantenga en el acotado terreno sectorial de la economía, se tratará de buscar parches y remiendos que dejarán ver su flaqueza e inutilidad al poco tiempo. Si el conjunto de las normas que se aprueben se hallan encuadradas en un propóáito de auténtica reforma de la Comunidad su eficacia se revelará rápidamente. En caso contrario, "la querella de los tenderos" irá degenerando en polémica de intereses nacionalistas alimentada por el fuego de los proteccionismos más descarados. El espíritu europeí sta del Tratado de Roma se iría entonces esfumando, hasta quedar en puro recuerdo.
Malentendidos atlánticos
Hay otros factores que completan el panorama internacionál en el que se plantea este relanzamiento europeo. Uno de ellos es el ininterrumpido funcionamiento del tratado franco-alemán de enero de 1963, que la clarividenciadel general De Gaulle hizo posible y el europeísmo radical de Kontad Adenauer completó. Creyeron algunos comentaristas en el momento de la firma que aquello era una simple operacion -espectacular, destinada a contrapesar en la opinión occidental el portazo que dio el presidente francés al Reino Unido, que esparaba su turno para acceder a la Europa de los seis. Pero había mucho más en ese acercamiento institucionalizado de Bonn y de París.
Se trataba de enterrar para siempre la histórica enemistad que en tantas ocasiones había ensangrentado las fronteras del Rin. La construcción europea tuvo desde entonces un doble sillar, en el que fue posible apoyar el edificio proyectado. Los 20 años transcurridos han demostrado que por encima, y al margen de ideologías y partidismos, los jefes del Ejecutivo de la V República francesa y de la República Federal de Alemania mantienen intacto ese dispositivo, llámense Giscard y Helmut Schmidt, o apellidense Mitterrand y Helmut Kohl.
Estados Unidos -Nortearnérica también está interesada en el asunto- conoce el proyecto de ese relanzamiento que permitiría acentuar la identidad europea y seguir adelante con la edificación, hoy detenida. Son demasiado visibles los malentendidos atlánticos para qué no se veacon.,satisfácción -en ambas orillas- el deseo de ordenar las voces europeas en materias tan esenciales como son la defensa y la seguridad, en las que ninguna frivolidad deja de suponer un riesgo acrecentado.
La unidad de criterios entre los diez se ha revelado como una necesidad constante ante el interminable serial de acontecimientos, graves que se desarrollan y día en el mundo, y que afectan directa o indirectamente a los intereses vitales de Europa. La unificación política del occidente europeo viene impuesta, asimismo, por esa tensión creciente. A ello se une la exigencia, cotidiana de tomar medidas solidarias en las naciones de Europa frente a problemas de viva actualidad, como son por ejemplo, los alarmantes coeficientes del paro y la presencia continuada del terrorismo.
La negociación final de España con la Comunidad se inscribe en ese mismo calendario por pura coincidencia histórica. La ampliación de la Comunidad, es decir, el ingreso de España y Portugal, es uno de los puntos neurálgicos a discutir en las próximas reuniones de la cumbre de los líderes políticos de Occidente. Será probablemente un compromiso de fechas-límite lo que ha de acompañar a la propuesta de negociación. Será una dura y compleja brega. Pero el proceso de adhesión se halla ya, a mi parecer, en fase irreversible. Y sería altamente conveniente y útil para el interés nacional evitar las fisuras de última hora en el clima de unanimidad que en tomo a este tema se había logrado en España desde el comienzo de la era constituciorial.
Elecciones
Si esos plazos de adhesión tienen un punto final a comienzos de 1986, nuestra presencia en el Parlamento Europeo será entonces una necesidad urgente para defender allí con tesón cuantos temas lleve consigo el desarrollo del acuerdo y sus incidencias. ¿Qué se tiene pensado sobre esas elecciones europeas que por vez primera se celebrarán en España? No están muy lejanas, en la hipótesis probable de que la entrada se obtenga. ¿No sería conveniente ir preparando todo lo que esa eventual consulta ha de requerir en su día en punto a procedimiento, sistema de distritos o listas, teniendo en cuenta la importancia numérica de los diputados proporcionales a nuestra población? La actividad de esos parlamentarios en el hemiciclo de Estrasburgo puede ser un factor de envergadura en nuestra política exterior. Y también cabe señalar que.en 1986 termine nuestra legislatura y habrá elecciones generales.
De este proyectado relanza miento,se tratará como tema monográfico en el próximo Congreso de Bruselas. Su presidente, el ex ministro italiano Giuseppe Potrilli, espera invitar a esa asamblea a diversas personalidades de la política continental para que:expongan allí sus opiniones con más,libertad que en las reuniones institucionales. Siempre es conveniente organizar estos encuentros abiertos e informales que facilitan el libérrimo diálogo de tendencias encontradas. La Europa política debe surgir de la discusión crítica y de la controversia racional, ingredientes decisivos de su trayectoria histórica a lo largo de la Edad Moderna.
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