Cuando llegó 'La Codorniz'
La Codorniz, de Tono y Mihura, fue una batalla. Cuando apareció -y ese es el momento que se rememora hoy en La noche del cine español- los señores mayores se quedaron atónitos ante lo que les parecía, sencilla y llanamente, una estupidez. Naturalmente, no podían comprender que lo que se manejaba allí, se revelaba, se destrozaba, era su propia estupidez. Entendámonos: los señores mayores podían ser considerablemente inteligentes, pero estaban metidos en una situación estúpida, o gastada: de tópicos, de frases hechas, de convenciones. Esas situaciones se desgastan sin que sus coristas (los arrastrados por ella) lleguen a darse cuenta, y, desde luego, nadie está dispuesto a reconocerse a sí mismo como tonto, a menos que lo emplee como sinónimo de bueno. A veces una corriente literaria de humor rompe esos esquemas. Años antes de La Codorniz, la revista Gutiérrez rompió los tópicos de su época (dirigida por K-Hito, que ha muerto hace unos días sin apenas comentarios); años después, ese papel depurador lo tomaría Hermano Lobo. La importancia de estos alegres y divertidos purgantes de su época está en aparecer en el momento oportuno.
La Codorniz no venía de la nada. Su antecedente español inmediato fue La Ametralladora, revista de guerra en la que Tono y Mihura -tan buenas personas ellos, tan nada bélicos: pero se repite que cada uno está metido en su propia situación- tenían la militancia de la época en un San Sebastián guerrero. Su antecedente literario estaba más lejano. Estaba en Italia, donde revistas como Settebello, escritores como Pitigrilli, Mosca o el conservador Guareschi (que después sería militante anticomunista) hacían un humor de evasión,de fuente superrealista, de inversión de la realidad y denuncia, claro, de la estupidez. La evasión en un tiempo de fascismo termina siendo un compromiso político. Ciertas similitudes de tiempo y de censura, de ambiente de estereotipo y lugar común, hacíanque ese humor de fuente italiano pudiera prender en España y convertirse en una pequeña revolución. La Codorniz, y este es un dato importante, la hicieron los vencedores de la guerra: una constelación de escritores y dibujantes que habían ayudado -aunque algunos sólo lo hicieran con La Ametralladora y con otras publicaciones- a instalar una época cuya ética y cuya estética luego les parecería enteramente ridícula. No la barrían en profundidad, sino en la superficie, que es una manera de llegar a la profundidad cuando no hay otros accesos. La similitud con el fenómeno italiano era evidente.
Como pasa siempre, esos fenómenos queman su propio terreno. Cuando la materia criticable termina por desaparecer, o por recluirse, la crítica no tiene lugar. La Codorniz inventó una manera de ver la vida cotidiana, un lenguaje, una burla que traspasó a la calle: cuando fue popular, La Codorniz no tuvo lugar de ser, y todas sus prolongaciones no fueron más que agonías, y en otras manos ya desgraciadas. Es una frecuente manera amarga de ganar.
El nacimiento de La Codorniz alterna esta noche con el homenaje a quien era, sin saberlo, codornicesca (palabra que se acuñó y todavía anda suelta): la actriz Guadalupe Muñoz Sampedro. Esa superrealista por naturaleza: por su propio despiste, por su manera de flotar por la vida, de ser caricatura brillante. El cine no fue su medio, aunque su condición cómica quede patente: el cine la fija, como hace siempre, y la gracia de Guadalupe Muñoz Sampedro (Guadita) estaba en su espontaneidad, en su repentización: el teatro la mantenía siempre en esa especie de estado de alucinación que era su mejor gracia. Alma de Dios, de Arniches -que en tiempos interpretó otra gran cómica, Loreto Prado-, no va a dar probablemente esa medida. Pero en cierta forma dará -puede ser- la de la época misma en que La Codorniz hacía su revolución.
La noche del cine español se emite esta noche a las 20.35 horas por la segunda cadena.
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