La belleza de la sinrazón
El culto al cuerpo se hace puro frenesí en Río de Janeiro durante el Carnaval
Río de Janeiro no se limita a ser tan sólo el escenario de los carnavales más famosos del mundo. Parece haber sido construida a propósito para la locura, la explosión permanente. Carente de la más mínima lógica que suele regir en cualquier ciudad, está literalmente empotrada entre la selva y el mar, entre las montañas y la bahía que los portugueses creyeron río.No hay idea preconcebida que resista la contemplación de Río. Los folletos al uso salvan la situación hablándonos del enclave privilegiado, frase que hace agua ante la realidad. Las montañas que llegan hasta las mismas playas perdieron en un momento infijable de su formación cualquier desarrollo habitual y se hicieron retorcidas y absurdas. No hay belleza comparable porque los parámetros clásicos quedaron rotos ante la sola idea de construir en ese lugar una ciudad. Ni punto de referencia en la metrópolis que la fundó. Nada es igual a nada en Río; ni tan siquiera las postales que lanzan su imagen al mundo entero la reflejan, carentes de dimensiones, ajustadas a unos límites rectangulares convencionales, presos de su geometría. Las arenas blanquísimas de las playas llegan hasta las avenidas; las plantas tropicales, al asfalto; las laderas empinadas de morros y picachos cortan bruscamente las calles; una laguna de agua progresivamente salada concentra los barrios más lujosos de la ciudad. Río convive con la naturaleza en estado salvaje a trancas y barrancas, como conviven las residencias más lujosas con las favelas. Porque la miseria en esta ciudad sin reglas no ha sido empujada a los suburbios, sino que habita mal que bien las laderas de las montañas, vive en plena vertical, vigilando la ciudad retorcida a sus pies.
Lapa, Gloria, Flamengo, Botafogo, los barrios que se suceden y comprimen en la bahía, aparecen más que nunca incrustados desde lo alto del Corcovado, a 710 metros. Es lo primero que se debe hacer en la ciudad para empezar a comprender su extraña topografía, su belleza falta de razón. El Pan de Azúcar, esa otra extraña montaña que cierra, la bahía, recordando la forma de: los moldes de azúcar que se preparaban en los grandes ingenios, separa la costa, que se abre ya en mar abierto en la famosa Copacabana y, más al sur, en Ipanema y Leblon.
ContempIar Río
Lo más acertado será acceder al Corcovado por el camino más largo, el que atraviesa la Floresta de Tijuca. Alejándose de la bahía, el recorrido atraviesa las playas de lujo hasta dar con la Pedra dois Irmaos, que cierra Leblon, uno de los barrios más elegantes y, caros del Río actual. Junto a él., pegada a la ladera del monte, la gigantesca favela de Vidigal, 25.000 habitantes trepados en la miseria. Y sindar pausa ni respiro hoteles exclusivos, playas que quieren ser privadas. La Pedra da Gávea, de donde se lanzan los, famosos hombres-pájaro, fantásticas residencias semiocultas entre una vegetación desbordante. Y la Barra de Tijuca, 25 kilómetros de playa blanquísima. Apartados ya de la ciudad, habrá, que volver a ella por el interior, atravesando el parque hizo repoblar en 1861 el mayor Gomes Archer, 100 kilómetros cuadrados de reserva forestal en la, que conviven más de 10.000 especies diferentes. Para llegar por, fin al Corcovado, en medio de Río, invadiendo, imposibilitando su extensión, contagiando la ciudad de ese aspecto indomesticado, selvático, que Río indudablemente tiene.Y al atardecer, antes de que el sol se vaya., hay que subir al Pan de Azúcar. La postal se vuelve del revés y se acentúan aún más sus dimensiones. Más que nunca la ciudad se hace irreal, el sueño realizado de un loco, la convivencia reñida de naturaleza y civilización, la obra de unos dioses que hubieran impuesto su capricho.
Dos paseos diferentes
Durante el día, en pleno horario laboral, habrá que acercarse al centro, un centro que apenas visitan los turistas. Las calles que atraviesan la avenida del Río Branco se hacen hormiguero incansable, mercado ambulante, desfile de razas, griterío ensordecedor. Es el Río cotidiano para los cariocas, levantado en grandes bloques de arquitectura espacial mezclada con los restos de la ciudad de fin de siglo. Y para tomar fuerzas -los jugos de frutas, magníficos, se llaman vitaminas-, una parada en la Confeitaria Colombo (Rua Gongalves Dias, 32), un bellísimo local de principios de siglo.Los sábados y domingos por la mañana habrá que recorrer -los cariocas lo hacen una y otra vez- Copacabana e Ipanema. Desde que aparece el sol, las playas se llenan de gentes que caminan, corren, hacen gimnasia con tanta dedicación como si cumplieran una tarea de gobierno. El ocio parece convertirse en una costumbre largamente adquirida. Niños, jóvenes, ancianos, todos participan en ese cuidado del cuerpo que se ha convertido en uno de los tópicos de Río. El océano, en cambio, es peligroso y pocos son los que se atreven con él. La mayoría lo bordea paseando, y de cuando en cuando se mojan en la orilla con las últimas, rotas, olas. Es un espectáculo que nadie se puede perder.
A manera de recordatorio.
- Río es también una ciudad colonial. Para los amantes del barroco, algunas visitas: el monasterio de San Benito, con una decoración realmente espléndida en madera esculpida; el convento de San Antonio y San Francisco de la Penitencia. Preciosa también Nuestra Señora de Gloria, sobre la bahía.- Para los aficionados a la arquitectura moderna, Río es una joya, como la plaza en la que se encuentra la catedral.
- Las piedras preciosas y semipreciosas, como ya todo el mundo sabe, se encuentran a precios más bajos en todo Brasil. Para evitar cualquier decepción futura, lo mejor será acudir a algún establecimiento de prestigio que garantice la piedra a comprar. Anisterdam. Sauer o Roditi son de los más conocidos.
- Los robos son demasiado habituales en Río. Bastará con tomar la precaución de no salir a la calle sino con el dinero necesario, y a la playa, con ninguno. Por otra parte, no conviene exagerar; en otros terrenos, Río es una ciudad nada peligrosa.
- Existe mercado negro. Los mismos camareros y en las tiendas le hablarán de ello. Una recomendación: cambie poco a poco sus dólares -la moneda con la que tiene que viajar- y podrá rentabilizar más su dinero ante las oscilaciones del cambio.
Especial Carnaval. Todos los hoteles están llenos durante estos días -primera semana de marzo- en Río. Si no ha reservado su habitación con un año de antelación, lo mejor será apuntarse a un viaje organizado. Normalmente incluyen entradas a los desfiles de las escuelas de samba e incluso algunas excursiones y visitas a la ciudad. Y conviene ir preparado; el cansanclo es una palabra inexistente en estos días. Dormir, también.
El viaje. Distintos mayoristas organizan viajes para asistir al Carnaval. Los precios rondan las 176.000 pesetas e incluyen vuelo ida'y vuelta y alojamiento con desayuno. Las entradas a los desfiles, optativas, cuestan 29.700 pesetas. Y los organizadorés son: Tourmundial, Mundicolor, Ébano, Viajes Pisuerga y Politour.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.