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El mito y sus dominios

Boas, un antropólogo de sin igual perspicacia y que es menos conocido de lo que debiera, demostró de modo irrefutable que en comunidades que había estudiado al microscopio los mitos dependían de ritos ideados y realizados antes. En otras palabras: el mito era una explicación de una acción ritual anterior. Boas no fue nunca partidario de sacar consecuencias generales de un hecho bien observado. Pero no cabe duda de que cuando los hechos se observan bien se puede generalizar sobre ellos mejor que cuando se observan con poca precisión. Pienso en este caso que podrían encontrarse en pueblos distintos muchos ejemplos de mistificaciones fundadas en rituales e incluso en la existencia de objetos que el hombre hizo con una idea y sobre los que luego se crean explicaciones míticas. El mito vasco de Olentzaro es de los primeros. Sobre la gárgola aislada que existe en una de las iglesias de Laguardia de Álava se ha forjado toda una historia de la petrificación de cierta muchacha debida a maldición materna, que sorprendería al escultor gótico que la labró. El mito es la explicación tardía o próxima de una cosa que ha ocurrido. No busca la causa de la cosa en sí. Y a veces pienso que la mitad de la Historia es mito en este sentido. Es un relato que satisface al que lo crea y a gran parte de los que oyen la creación. Les explica el pasado a su gusto y medida. No les da razón de lo que el pasado fue en realidad. Si esto puede pasar y pasa con la historia erudita, hecha por los historiadores, ¿qué no ocurrirá con la que se acepta por gentes con ideología, mondas y lirondas?Lo primero que necesitan es reconocerse a sí mismas en el pasado. Esta voluntad de reconocerse ha sido común también a una serie de novelistas populares que han escrito relatos sobre egipcios, griegos, romanos o héroes medievales, a los que a veces nos retratan como si fueran el primer elegante que podemos encontrar en un círculo cercano. Los servidores de estos novelistas han sido esos arqueólogos que parecen extasiarse ante la idea de que los romanos también tenían cucharillas, cacerolas y otros artefactos: "Como nosotros". El hombre del pasado ha sido como yo, a mi imagen y semejanza. Si no, no me interesa. Pensamiento común. Pensamiento legítimo hasta cierto punto, porque hay que aceptar que si en Pompeya hallamos un trebejo que se parece a otro que hay en la cocina de casa en algo nos parecemos a un pompeyano. Pero lo que creo que es un exceso es llevar este pensamiento al punto al que ahora se lleva en muchos textos y en cantidad de peroraciones políticas. El hombre se explica siempre por sí mismo: porque es hombre y no dinosaurio. Pero las actuaciones del hombre también quieren explicarse siempre por una razón o causa única que a uno le mueve. Ahí tengo mis dudas.

Si se trata de un asunto erótico, acepto que una mujer guapa del tiempo de Ramsés II podía producir en un joven contemporáneo suyo (también en un viejo, ¿por qué no?) los mismos sentimientos que produce una mujer guapa hoy. Pero cuando el historiador grave y profundo encuentra que el establecimiento y funcionamiento de la Inquisición se debió a causas económicas, suficientes para explicar desde las quemas de brujas a las corozas, sambenitos, estatutos de limpieza, etcétera, ya digo ¡tate! No, esto es demasiado fácil. También es demasiado fácil explicar la fuerza de una personalidad como la de santa Teresa por la histeria o algo parecido. En este tipo de explicaciones está ya el mito, ni más ni menos. El mito de nuestro tiempo, que una gran parte de la sociedad entiende o comprende, porque es socialista, "racionalista" (entre comillas), etcétera. ¿Y la otra parte? La otra... por algo será por lo que no acepta verdades tan claras: lo más probable es que se trate de pequeños burgueses que tienen un chalé en Cercedilla o algunas propiedades en La Puebla de Don Fadrique..., o gente vendida al capitalismo internacional o a la reacción. Éste es el complemento del mito: "Si no cree usted, ¡por algo será!".

Ya lo creo. ¡Y tan por algo! Porque no comulgo con ruedas de molino. Aunque creyéramos en infraestructuras, superestructuras y otras zarandajas arquitectónicas e ingenieriles como las que se emplean ahora al escribir historia científica, las cosas históricas no se presentan siempre tan claramente como se presenta al arqueólogo dichoso el peine en la casa pompeyana o el candil en una ruina más asequible. El que crea que por encontrar una razón económica a algo o una razón sexual a otro algo ya puede estar tranquilo desde el punto de vista intelectual o profesional de historiador, será un hombre feliz y seguro de sí mismo. Pero esto es no pasar del famoso puente de los asnos de las Matemáticas. ¡Ya, ya! ¡Razón económica! ¡Razón sexual! ¿Y qué más? Nada más: porque el mito moderno tiene que ser sencillo, moralizador, con su punto de estupidez y tautología pedagógica. Si no, no es mito.

Y hoy el mito domina por doquier. Mejor dicho, hay un sinfín de mitos que nos ponen ante el Bien y el Mal de formas bastante aburridas. Formas económicas y sexuales que se repiten demasiado: pero que llenan las necesidades de muchos. Hoy cualquier bachiller puede hablar del complejo de Edipo y hasta de media docena de complejos más y no saber una palabra de mitología griega. Hoy todos tenemos el secreto económico, la razón económica por la que pensamos bien o pensamos mal. En el fondo, aunque no creamos, si somos buenos seguiremos yendo al Cielo y si somos malos seguiremos yendo al Infierno. Todo es cuestión de creencia: de fe en un mito.

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