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Menos ruido, más nueces

Entre los receptores de información, y, lo somos por lo menos todos los seres vivos, los hay -los habemos- de todos los tipos imaginables; pero quizá pudiera hablarse, con cierta razón, de dos tipos fundamentales o quizá fundamentarios: aquellos que se enteran mejor cuando ven las cosas (o las imágenes de las cosas) y otros que perciben mejor aquello que escuchan. Grandes ojos hay, como Pablo Picasso, por ejemplo, y grandes oídos, como Juan Sebastián Bach, por no salirnos ahora del terreno propio del arte, el cual es, entre otras cosas, un modo específico de recibir y transmitir la realidad. También hay los que no se enteran si no tocan las cosas (tocar las llagas de Jesús parece que le fue necesario, según la mitología cristiana, a cierto hombre, Tomás, si mal no recuerdo); y en cuanto a mi perro, por lo que veo, necesita oler los objetos de los que quiere enterarse. No nos vamos a enrollar ahora sobre las generalidades de este tema; pero, para enterarse de un vino, gustarlo parece lo más importante, aunque también sea necesario verlo y olerlo. También hay que estar preparados contra toda compartimentación, si no es de un modo irónico y metodológico; y así hablo yo ahora de esos dos tipos: el visual y el acústico. Nunca me olvido de una opinión que para mí fue muy reveladora: la que me dijo en cierta ocasión Cristóbal Halffter con estas, para mí, luminosas palabras (pues las palabras no sólo se van o se oyen, sino que además brillan): "La música hay que verla", fueron las de mi admirado amigo. ¿Hablar ahora de la E blanca, etcétera, en el Soneto de las vocales, de Rimbaud? No, porque yo me he puesto a escribir hoy para decir algo muy concreto sobre una empresa pretendidamente comunicante e informante: la de Radio Nacional de España en estos tiempos. Cuestión de oír, en este caso, y de escuchar. Me encuentro yo entre las grandes orejas a este respecto, y ello me justifica como emisor ahora de algunas opiniones sobre este asunto, más que nada motivadas por el hecho de que se viene diciendo que la radio está atravesando por un gran momento y que gozamos de una especie de océano informativo que nos pone al tanto, en cada momento, de todo cuanto sucede en este bajo mundo, y hasta en el otro, a poco que te apures. Mi opinión es muy contraria a que la radio del Estado esté obteniendo tales efectos en su trabajo informativo. La verdad es que los informativos de Radio Nacional de España (y no hablo de los otros porque mi gran oreja no llega a tanto) contienen mucho más de ruido que de información, y no hablo ahora más que de un problema de estilo, aunque quizá pueda pensarse en que desde más altas instancias se haya indicado la conveniencia de hacer ruido; pero, en verdad, yo soy muy ciego y muy sordo a la idea -tan generalizada, sin embargo, y que me parece muchas veces un tanto paranoica- de que -todo se halla superiormente planificado. No. Será posible; pero yo no llego a eso en esta reflexión. Tan sólo escucho -gran oreja- y lo oigo...En este gran volumen de palabras y de músicas interruptoras, ¿de qué me entero? Desde luego, me parece que me hablan muy deprisa. ¿Por qué? ¿Tan poco tiempo tienen para hablarme? Me cuentan lo que dicen contarme como si me escupieran palabras que se amontonan unas sobre las otras. Esto me parecería como un mal necesario si el tiempo dedicado a la información fuera tan pequeño que hubiera que embutir en muy poco tiempo una gran cantidad de noticias. Pero no es así, porque en este informativo que ahora escucho me dicen muchas veces a gran velocidad la misma cosa, y al final me queda la impresión de haber escuchado algo sobre algo, de un modo a la par reiterativo e insuficiente: a lo más, me quedo con que algo ha debido pasar en Huelva o cosa parecida, pero ¿qué habrá pasado? Espero, como en esas carreras de autos en una pista cerrada, a que vuelva a pasar ese dato, porque es seguro que pasará alguna otra vez, dada la reiteración obsesiva de estos sedicentes informativos; pero, ay, vuelve a pasar la cosa a una celeridad de vértigo, mezclada con una grabación de alguien que opina sobre ello, grabación a su vez interrumpida, sincopada, por una indeseada música que no sé si tiene algo que ver con esta noticia o con la próxima. El espacio y el tiempo están llenos de ruidos, y sólo hallo un vago fantasma de una información que se afecta ofrecerme, pero que en realidad se me hurta. Decía antes que iba a tratar un problema de estilo, y me pregunto ahora si la ya vieja estética del collage, empleada desde hace alguños años en la radiodifusión, no tendrá su parte de responsabilidad en este emborronamiento de los mensajes.

Porque, señor, si hay unas noticias y hay un tiempo para darlas, lo mejor parece reclamar un tiempo para cada noticia, y decirlas de manera audible y al ritmo de un habla humana no acelerada, y sin interrupciones, cortes destructores del mensaje, Pasa a la página 10 Viene de la página 9 ilustraciones musicales, a su vez interrumpidas, de manera que ni se escucha el mensaje, ni se escucha música, ni se entiende al final algo que merezca la pena como arte; y, desde luego, lo que se oye es detestable como información. Esto que digo es particularmente obvio en el informativo que se da en Radio Nacional de España a las dos de la tarde; informativo en el que además se ha introducido la abominable costumbre de suprimir las partículas que son, digamos, la sal de la sintaxis. A mal periódico gringo suenan esos lamentables titulares.

Celeridad innecesaria; reiteración que no añade información; fragmentación mediante la cual muchas veces se corta el período, referente a una información, mientras otras se ligan, sin solución de continuidad, como perteneciendo a la misma información, noticias diferentes; elipsis de artículos y otras partículas que, por otra parte, ocuparían muy poco tiempo en su dicción, son varias de las particularidades de ese ruido que oímos y que se nos sirve como información, de manera que ni siquiera nos enteramos de cuál es el mensaje que se nos trata de inyectar, o, digamos, de las mentiras o verdades a medias que se trataría de darnos como verdades. ¿O será que se trata precisamente de eso: de servirnos un ruido tal que parezca una información abundante, ágil y moderna? (Posmoderna he querido decir.)

No es que uno vaya ahora a pedir peras al olmo; pero, por lo menos, sería interesante que los informantes de la radiodifusión oficial realizaran el siguiente programa mínimo: hablar despacio; no fraccionar arbitrariamente la secuencia de cada mensaje; establecer la discontinuidad precisamente entre el final de uno y el comienzo del siguiente; no embutir músicas que, a su vez, son interrumpidas de manera que ni se oye información ni se oye música; no decirlos muchas veces mal, sino una sola bien, y ello en el tiempo necesario para que se produzca una debida percepción en un ciudadano medio... Lo que con un programa así llegue a nosotros será una información más o menos objetable o discutible; pero en verdad creo que nos merecemos, si no algo más, que se nos permita reflexionar sobre lo que una información puede contener de intoxicación interesada de los hechos. Todo antes que el mero ruido, digo yo.

Ángel Fernández Santos, que es un observador muy inteligente -y, por cierto, uno de los mejores críticos teatrales de las últimas décadas-, ha llamado alguna vez la atención, creo que en estas mismas páginas, sobre problemas análogos al que yo acabo de plantear ahora. El asunto merece mucho la pena porque, hoy por hoy, es mucha la gente que es toda oídos, o sea que lleva la radio como una prótesis incorporada a su anatomía, y que no se merece tantísimo ruido como la golpea y, en definitiva, la ensordece.

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