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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Muerte y resurrección de la 'generación del 27'

LA CAIDA de Jorge Guillén adelgaza aún más lo que queda de la antigua arboleda poética de 1927, que se ve sin sustitución. La poesía española no ha cesado de dar nombres; pero un bloque tan coherente, tan homogéneo dentro de su diversidad, no parece repetible ni en trance de reproducirse. No es algo de que asombrarse demasiado: las civilizaciones no duplican estas galaxias en un mismo siglo. Y la cultura no se produce artificial o políticamente: no se crean invernaderos para cultivar artistas.¿Qué condiciones se dieron en España para aquella eclosión lírica? Parece, en primer lugar, que se vivía en un país previo a los grandes dictados totalitarios -nuestra cronología propia iba y va con retraso sobre la de Europa-, y las censuras, prohibiciones, persecuciones o restricciones eran de artesanía, tenían más de absurdo y de arbitrario que de científico y terrorista. Dentro de la dictadura (1923-1930), la poesía parecía más bien desdeñable al dictador: algo curioso y divertido que no podía provocar revoluciones. Se expulsaba a Unamuno o se reprendía a Valle-Inclán, pero los poetas no parecían demasiado peligrosos. En segundo lugar, existió como gran aglutinante la iniciativa privada de la Institución Libre de Enseñanza y sus ramificaciones -la importantísima residencia, la Junta de Ampliación de Estudios...-, que favoreció a toda esta generación. Hubo un enjambre de publicaciones, también de carácter privado, de la que podría ponerse como ejemplo insigne la Revista de Occidente, que no sólo recogían a esos poetas, sino que les ponían en contacto con otras formas del pensamiento y la expresión, y con las culturas extranjeras inmediatas. Porque la generación del 27 no fue nunca nacionalista -y éste es el tercer factor-, aunque tuvo un continuo espíritu cívico -sería el cuarto-; es decir, que fue abierta a todo, capaz de recibir las grandes corrientes europeas y los nuevos verbos americanos, mientras al mismo tiempo adquiria y practicaba una función de compromiso con la vida cotidiana, con su sociedad y con su pueblo, de muy distintas maneras -hay incluso abismos de afiliación entre sus comporientes-, pero con una participación constante. Ni siquiera los que tenían más conciencia o más vocación minoritaria escaparon de este compromiso y de sus consecuencias.

Simultáneamente había una necesidad popular de cultura, que comprendía la poesía: los ateneos libertarios, las casas del pueblo -también de tan distinta afiliación- hicieron comprender a por lo menos una parte de lo que entonces se llamaba proletariado, y que es un concepto y una manera de enfrentarse con la vida que hoy ha desaparecido en Europa, que educación y cultura eran imprescindibles en la lucha de clases o por lo menos en la lucha diaria por la vida. Hubo una sed de cultura que hizo que por lo menos un par de aquellos poetas -Alberti, Lorca- fueran recitados de memoria en la República y en la guerra civil. La República misma, con su dirección intelectual, hizo de gran caja de resonancia del pensamiento de entonces. Tolerancia, iniciativa privada, cosmopolitismo, civismo, necesidad popular y, en último término, calor oficial republicano serían los enunciados de por qué fue posible la generación del 27. Más allá de las anécdotas -la antología de Gerardo Diego, la resurrección de Góngora...-, aunque quizá más acá de un largo espíritu continuador y no fácilmente interrumpido a lo largo de los siglos y del perfeccionamiento de la palabra castellana como insigne herramienta.

Los condicionarnientos generales del intelectual de hoy son distintos: no ha terminado el estrago de la guerra civil (en el sentido de retraer los compromisos cívicos); apenas existen publicaciones literarias que tengan la fuerza que tuvieron aquellas; el carácter de la sociedad es mucho más móvil, más impreciso, menos continuista; el idioma en que se escribió aquella poesía está continuamente desgastado y su riqueza lírica se pierde. La vocación oficial de cultura está muy enmarcada por éxitos inmediatos, mezclados con rememoraciones del pasado, pero apenas tiene campo privado al que alentar. No es un momento fácil; pero esa misma palabra indica que es transitorio. Hay indicios de reconstrucción cultural, de desarrollo intelectual, que tendrán que manifestarse. Cabe pensar qué hubiese sucedido si la gran generación poética de la República y su entorno de pensamiento y narración hubieran podido proseguir aumentando el carácter de continuidad y el enlace con siglos anteriores. La misma recuperación que se hace ahora de la generación del 27 es un indicio de que se establece un puente sobre el largo vacío y se trata de reanudar esa continuidad.

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