_
_
_
_
El Estado libanés se desmorona

Beirut pasó la noche en el sótano

Las bombas suelen anunciarse, pero el proyectil de mortero que alcanzó el tercer piso del Ministerio de Información libanés, donde está el centro de prensa, sorprendió a los 40 empleados y periodistas que decidieron pernoctar en el edificio al no poder regresar a sus casas a través de unas calles en las que no cesaba el crepitar de las armas.

Minutos antes de las 22.30 horas, las emisoras de radio habían anunciado la conclusión de un nuevo alto el fuego y en el exterior no se oían ya explosiones cercanas. Para apaciguar los últimos temores de los moradores forzados, los responsables del centro repetían hasta la saciedad que el ministro de Información y portavoz del Gobierno, Roger Chikani, había llegado a un acuerdo con Nabih Berri, el jefe de la poderosa milicia chiita Amal, para que el ministerio, custodiado por una pequeña guarnición de soldados, quedase al margen de los enfrentamientos.Tranquilizados y vencidos por el sueño y el desgaste nervioso, periodistas y empleados, atrapados en el ministerio tras el brusco estallido a mediodía de los combates en el centro de la ciudad, se atrevieron, por fin, a abandonar las escaleras y pasillos para tumbarse en los cómodos divanes instalados a lo largo de las ventanas de la sala principal.

Periodistas y reporteros gráficos habían renunciado casi todos a desplazarse por las arterias de la capital porque en más de una ocasión soldados nerviosos les habían amenazado con sus armas si no respetaban el toque de queda decretado a mediodía del lunes por el Ejército.

A las 22.30 horas del lunes, y en tan sólo una fracción de segundo, los cristales saltaron hechos añicos y decenas de pequeños trozos de metralla cruzaron la habitación a gran velocidad en medio de los gritos aterrorizados de las personas allí congregadas, que, o se habían tirado al suelo o se arriesgaban a correr escalera abajo hacia el sótano.

Sólo Wolfgang, corresponsal del diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung, permanecía inmóvil en su puesto intentado inútilmente proseguir la conversación, que minutos antes había iniciado por el único teléfono que aún funcionaba en el centro, con unos compatriotas suyos residentes en Beirut que le debían creer muerto tras haber oído la explosión.

"Todos al sótano, rápido", gritaron algunos cabecillas improvisados mientras la mayoría de las mujeres lloraban y la comitiva iniciaba entre lágrimas y lamentos su bajada hacia los garajes y la imprenta subterránea, refugios seguros si otros proyectiles golpeaban nuevamente las paredes del ministerio.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Inexplicable y afortunadamente no hubo ni una sola víctima que lamentar, y, todo lo más, trozos de cristal proyectados por el estallido arañaron alguna que otra mano y el soplo de la deflagración provocó también pasajeros dolores de cabeza.

Al iniciar la bajada hacia el sótano, los nuevos refugiados dejaron detrás de sí una habitación desolada, sin cristales en las ventanas, con las cortinas rotas y los periódicos y bloques de apuntes diseminados sobre la moqueta junto con parte de la comida acumulada por la pequeña cafetería para poder alimentar a los corresponsales si se prolongaban los combates.

En el segundo sótano del ministerio, las mujeres libanesas se sentaron en las escasas sillas disponibles mientras los más cansados se esforzaban en improvisar un lecho al lado de las impresoras de offset juntando cartones y bolsas de papel, y uno de los enviados especiales de la Radiotelevisión Italiana, Pietro Buttita, marcaba una y otra vez números de teléfono para tratar de enlazar con su Embajada y el contingente militar italiano y desmentirles uno de los numerosos rumores que se propagaron esa noche por la ciudad: el de su supuesta detención, junto con el corresponsal de este periódico, por el Ejército libanés.

Eran ya cerca: de la una de la madrugada cuando las alentadoras noticias procedentes de la superficie sobre una disminución de la intensidad de los combates y el ofrecimiento de Alí, un camarero chiita del bar de la prensa, para servirnos de guía, nos incitó a cinco periodistas a intentar desplazarnos hasta el cercano hotel Cavalier para pasar la noche algo más cómodamente.

Nunca 500 metros, recorridos a toda prisa pero parándonos en las esquinas para asegurarnos, antes de cruzar, de que nadie nos iba a disparar, me habían parecido tan largos. Pero el trayecto se desarrolló sin percances y ni siquiera tuvimos que recurrir a los buenos oficios de Alí cuando pasamos al lado de un puesto de control de la milicia drusa. "Ahora que estamos en el poder", decía divertido nuestro acompañante chiita, "protegeremos a los extranjeros".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_