_
_
_
_
Crítica:El cine en la pequeña pantalla
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un conde inglés nacido en Transilvania

El conde Drácula es un caballero de impecables modales a la inglesa, aunque algo en su distante majestad recuerda al imperio austrohúrigaro, del que procede.Así como, sólo ha habido un Tarzán genuino, el aristócrata de Transilvania ha tenido dos encarnaduras, tan distintas como válida cada una de ellas. El Drácula clásico fue un actor de origen húngaro radicado en el cine norteamericano. Bela Lugosi era más vampiro con los ojos que con los dientes, sexualmente tiraba a neutro, y su encanto maléfico daba cuerpo a un mal muy humano en su perfidia. Cuando el personaje de Bram Stoker se tropieza por primera vez con Van Helsing en el Drácula de James Whale, a fines de los años treinta, sostiene un duelo mental con su adversario, al que trata de dominar por la hipnosis hasta que reconoce su fracaso, admitiendo como un caballero que ha encontrado a un oponente de su talla. No desprecia al enemigo, lo combate, y su maldad es fuertemente alimenticia. Hay que chupar sangre para vivir, como correspondería a un vampiro de gustos burgueses.

Christoplier Lee -el Drácula del color, como Lugosi fue el del blanco y negro- viajó a fines de los años cincuenta desde su Transilvania natal a una Inglaterra de mansiones umbrías, y en el proceso ascendió en la escala social hasta convertirse en un gran señor. Un gentleman despreciativo, tras de sus modales glacialmente corteses, al que suele perderle finalmente su innato sentido de la superioridad. A su lado, Van Helsing-Peter Cushing no es más que un obrero de la cruzada mundial contra el vampiro, al que un golpe de suerte salva de ser exterminado, dándole la victoria en forma de una providencial estaca clavada en el corazón de su enemigo.

La perversión de Lee es profundamente demoníaca. El apetito sexual, recreado por el rojo color de la sangre, está presente en cada mordisco a las bellas catecúmenás del averno, y su composición del personaje tiene algo de Satán terrenal que apenas se rebaja a combatir al pigmeo humano que osa hacerle frente.

La diferencia fundamental entre el vampiro de la edad de oro y su versión moderadamente revisionista es la de que el primero es un solitario que lucha por sobrevivir, y el segundo parte a la conquista del mundo tratando de crear escuela. El húngaro hace de su castillo una morada casi inexpugnable, y el británico pugna constantemente por ampliar el círculo de conversos.

La presentación de Lee en su primera película vampírica, dirigida por Terence Young, ha tenido una inevitable secuela, en la que la imaginación de los modestos artesanos encargados de documentar las transfusiones de plasma ha ido en decaimiento. Una de las últimas piezas de la saga es la que hoy se proyecta, El poder de la sangre de Drácula, de padre insignemente desconocido, pero que respeta en el reparto la tétrica austeridad de Lee.

En ella, la necesidad de pujar cada vez más alto convierte al conde en un émulo de SPECTRA, la némesis de James Bond, y su deseo de apoderarse de la Tierra, especiado todo ello con una misa negra y otros satanismos que hacen demasiado explícita la conexión de Drácula con el más allá.

El lúgubre misterio del vampiro queda, por tanto, algo desdibujado, como si no fuera más que el jefe de una u otra banda de malhechores. Pese a todo, las fauces de Christopher Lee, con ese apunte de sonrisa que dibujan al morder, siguen siendo mucho más reconfortantes que el colmillar de cualquiera de las versiones de Tiburón.

El poder de la sangre de Drácula se emite a las 22.00 horas, por la segunda cadena.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_