Las rebajísimas
Un cartel decía: "Plata de ley rebajada". El cliente preguntó: "¿Qué han rebajado, la pureza del metal o el precio de la pieza?". Y la vendedora, con un bajón de párpado, repuso: "Hemos rebajado el precio de la plata por debajo del precio de la rebaja, ¿lo entiende?".
Era la locura, el delirio, el furor del 84. Los vendedores callejeros repartían, a diestra y siniestra, el conocido monstruo de la tele, rebajado en un 50%. Con alaridos de director general cesante en el Ente Público, uno de ellos gritaba así: "¡Se acaba, se agota el monstruo de la tele, el comegalletas Calviño, mi niño, a veinte duritos!".Los niños soltaban los duros y recibían a cambio el popular payaso con el que hacer títeres mientras los papás buceaban en este mar negro de las rebajas.
¡Cuánta oportunidad! ¡Qué reactivación de la economía mesetaria! ¡Qué pujante llegaba a sentirse así la familia media española aun con el bolsillo a un cuarto!
Casa Fauna le daba al zorro rebajado. De 300.000 pesetas un chaquetón canadiense descendía, en la calle de Preciados, a 240.000 gracias a enero. Pero también la señora que lo quisiera podía adquirirlo en cómodos plazos mensuales de 14.800 pesetas. "Usted nos trae la nómina y el DNI, o si no tiene nómina, una licencia fiscal, y la financiera hace lo demás", dijo, entre un enjambre de zorras siberianas, zorras de Virginia, zorras irlandesas, zorras australianas y de zorros patagónicos fueguinos (zorrino argentino), una dependienta sin más piel que la propia. Pero esta señorita de Fauna precisó algo: "En cómodos plazos le cargarán un interés del 24%. sobre el precio normal". Así que allí se quedó aullando la manada zorrera en espera del contado rabioso.
En la incontaminada calle del Carmen, que es totalmente peatonal, había músicos que saldaban sus melodías. Martín Luchía dio sacudidas de tiritona a su organillo electrónico. A falta de la clásica mona saltarina llevaba a un punk muy gracioso. El trío Esmeralda, con guitarrón, bandurria y cocotera-maraca, hacía un refrito de Bonet de San Pedro. Y más allá, un solitario flautista sacaba a Chopin de su máquina como carne picada de una trituradora.
Oleaje de señoras
La Meca del Pantalón ofrecía un 2 X 3. Usted pagaba dos pantalones y la meca le regalaba los calzoncillos, a elegir. En los panorámicos escaparates de Galerías, las modelos en paños menores habían sido decapitadas (ojos que no ven, corazón que no siente), y así el braguerío resultaba anónimo y acéfalo. Se regalaban las piezas, tal era el superbajón del precio: de 1.495 un sujetador que podía sujetar, aguantaba el tirón en 595 pesetas; la braga de 275 estaba a 195, y era capaz de seguir cubriendo la mal llamada vergüenza. Un conjunto progre, con adorno olímpico público de laurel, se exhibía por 595 pesetas, habiendo sido el precio normal del taparrabos un billete de a mil. Semejantes tentadoras cifras arrastraban a las jóvenes doncellas al interior del comercio.
Y aquí, un universo cuadrafónico invadía el alma del gentío. Por esos altavoces ocultos se oyó: "¡Atención, atención! En este momento ponemos a la venta 500 suéters de caballero, a 595 pesetas, en la quinta planta es nuestra oferta relámpago, a precios imbatibles. ¡Rebajas a lo grande!"
El público se apresuraba a subir a la citada planta, bien fuera en los ascensores, por escaleras mecánicas o a pie, con saltos de júbilo y ansiedad. No era para menos. Rodeado de clientes que se despojaban de la chaqueta como si fueran a lincharle, el encargado de la oferta relámpago, un tal señor Ortero, soltaba rayos y truenos: "¡Calma, calma, caballeros, que hay para todos!". Pero ¿y si no había? "¡Por favor, este amarillo guárdemelo!", decía, suplicante, un joven comprador; "no me lo venda a nadie".
Más abajo, en la planta a ras de suelo, otra vendedora llamada Carretero explicaba a un inglés que aquel trajecito de sevillana por 4.500 pesetas no incluía la pandereta ni la peineta, "esto es de adorno mister Pero el míster dijo que en la rebaja se rebaja todo o no se rebaja nada, y que por lo menos se llevaba el par de castagnetes. Muy cerca, la promotora de "Ideas Geniales para el Hogar" machacaba ajos enteros en un aparato mecánico alemán, y la buena mujer sorbía el moquillo que, en cierto modo, rebaja parecía también.
Y entre voces y apretones se vieron carteles que decían: "Plata de ley rebajada". ¿Se rebajaba el precio o la pureza del metal? La señorita Jordán estaba a punto para despejar dudas: "Se rebaja el precio por debajo del bajón de las rebajas, que es un l0%".
Ahogados en un oleaje de señoras comprando puntillas de bolillo muy rebajadas, cintas de terciopelo cupido y cojines (el par) a 995 pesetas, algún atemorizado curioso deseaba información sobre la nueva tarjeta revolvente. "Ah, la revolvente es novedad", dijo el señor Antón en la segunda planta, "y significa que le cargaremos un interés del 2,25% sobre el saldo aplazado de sus compras, que deseamos sean abundantes". De manera que revolvente significaba fraccionado y con interés, y no quería decir que la tarjeta de plástico lo fuera de un material reversible. Nunca se pone el sol sin aprender algo nuevo en nuestros dominios.
Sepu, en Gran Vía, dio cita a lo más llano del pueblo. Con carita de sueño, la dependienta de los camisones ofrecía variedad a 995 pesetas. Detrás de esta señorita que recibía el primer aluvión de la calle, estaba otra, un tanto calva, vendiendo pelucas de fabricación nacional, totalmente acrílicas y no inflamables, por el precio de un moño, 2.790 pesetas. "Son tamañito único, las hace la reputada firma Polka".
En estos almacenes la megafonía era simple y directa. Cada 20 segundos, un altísimo Gran Hermano decía: "Rompemos todos los precios de todos los artículos, rompemos los precios en Sepu, viaje a Disney World". Y a los 20 segundos, otra vez rompían los precios de todos los artículos, y así hasta que no quedaran artículos sin romper. Dijo una dependienta de la sección del champú: "¡Jolín, nos tienen fritas con esa paliza y con el viajecito a ver a Popeye; jolín, menos mal que te desconectas y ya no lo oyes!".
¿No era este un maravilloso viaje de fantasía por el mundo del ratón Mickey y del perro Pluto y de los Siete Enanitos? ¿Qué falta hacía ser agraciado en el sorteo si compraba usted cien duros en las rebajas para ir a Miami? Aquí, sólo en la sección del champú ya te rompían los nervios y te lavaban el cerebro al huevo.
Pero pocos placeres serían comparables al de la rebaja de tallas especiales en El Corte Inglés. Gordísimas damas a las que un 62 se les queda como babero de recién nacido revolvían en la mesa de la oportunidad para llevarse por 7.000 pesetas lo que a peso costaba 14.000. "Mire, no le de más vueltas, usted se le lleva y que su señora madre se le pruebe en casa, y ya verá cómo esto engaña, parece chico y es inmenso" dijo, animosa, la vendedora Chelo. Siendo, como eran, todas las obesas iguales, había unas más iguales que otras en esta bulliciosa granja del mamífero superior. Una señora decía: "Mucho Corte Inglés, mucho Corte Inglés, pero ya podían sacar más tallas grandecitas en oferta, ¿eh?".
Prohibido enfadarse
En las cajas centrales de estos almacenes se aleccionaba a su personal por escrito. El cartel decía: "¡Levante su ánimo! ¡Está prohibido enfadarse de las 0 a las 24 horas!".
Ciertas compradoras eran abordadas a su paso por la planta de cosméticos. Tersas jóvenes especializadas en los afeites y el lápiz de carmín decían esto: "Aproveche la rebaja del 10% y adquiera el producto para su reparación de células dañadas, señora; aproveche la oportunidad y regenere esas células".
Con admirable habilidad, las expertas lanzaban al párpado o a la nariz una gota grasienta de producto parisiense extraída de un diminuto frasco cuyo precio era 4.600 pesetas. "No se mueva, no, hemos de hacer penetrar la gotita por los poros, suavemente, hasta regenerar...".
Regeneradas o no, las clientas agradecieron esa caricia cosmética y gratuita, y unas volvían como autómatas a las escaleras mecánicas (siempre se olvida algo) y otras ganaban la calle luego de perder, por adelantado, la paga de febrero.
Pero ¿no valía acaso la pena? ¿No formaba esto parte de un programa económico mundial que, si fallara, todo se iría al traste? Nadie deseaba la hecatombe. Lo sensato era cooperar, comprar, absorber hasta el último retal de las rebajas.
Las señoras, y también los caballeros, abandonaron el gran almacén por la plaza de Celenque. Allí mismo, rebajada al último escalón social, una niña lisiada y con las piernas como astillas recordaba, con su cartel, que aún existe la otra gran oportunidad. En el cartel decía: "Me den algo, no tengo nada por huérfána".
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