Un nuevo rumbo para los liberales
El liberalismo debe dejar de ser una ideología de salón para pasar a serlo de acción, en opinión del autor de este artículo. Para ello hay que aprender a ser críticos, agresivos y revolucionarios.
En un momento en que la bipolarización política parece determinar unas circunstancias excepcionalmente favorables para el desarrollo e implantación de una opción de signo liberal en la sociedad española, las expectativas del liberalismo siguen siendo inciertas, en el mejor de los casos, y se corre el grave peligro de perder el tren de la oportunidad. Por una parte, la división ha hecho mella en nosotros y se ha iniciado una carrera en la que cada uno tira por su lado egoístamente intentando llevarse la mejor parte del pastel del poder: una Unión Liberal convertida en rémora de la conservadora Alianza Popular; un Partido Demócrata Liberal a punto de embarcarse en una operación Roca-reformista, cuyo éxito parece dudoso teniendo como compañero de a bordo una Convergència en la que el talante liberal brilla muchas veces por su ausencia, y un Partido de Acción Liberal que débilmente intenta asomar las orejas y que por ahora no se casa porque a lo mejor tampoco nadie quiere bailar con la más fea, son buena muestra de ello. Por otro lado, a pesar de que los principios liberales son los pilares sobre los que se han edificado las democracias occidentales (incluida, por supuesto, la española) y han sido en parte asumidos tanto por la izquierda como por la derecha, el liberalismo sigue siendo un desconocido para la gran mayoría de gente. A mi parecer, todo ello es consecuencia de una serie de defectos, que prefiero suponer adquiridos y no congénitos, que al ser incompatibles con la misma esencia del pensamiento liberal hacen que éste pierda su fuerza y que se camine por un rumbo equivocado.En primer lugar, se debe evitar caer en manos de los profesionales de la política, no en el sentido de que no deba existir una profesionalidad por parte de aquellos que dirigen a los liberales, sino en el de los que utilizan la política como medio para satisfacer sus ambiciones personales, y alejarse de la típica imagen que dan los que se mueven en este medio. Los personalismos sólo pueden provocar luchas intestinas, que rueden cabezas inútilmente y que aparezca la división, y son lo contrario de los liderazgos en el sentido estricto de la palabra, que al ser algo otorgado por los demás en base al reconocimiento a un trabajo, una capacidad y a la defensa de unas ideas, y no producto de pactos o forcejeos, son capaces de aglutinar y de dirigir. Por otra parte, el ciudadano está poco menos que harto de los políticos que se llenan la boca de palabras sin un significado coherente, de los que se alían hasta con el diablo, de los tránsfugas perpetuos. El dirigente liberal tiene que ser diferente, porque el liberalismo lo es también, y capaz de crear un estilo nuevo, llano, accesible, en el que las palabras no sigan tortuosos senderos intentando evadir realidades.
Arreglar el mundo
El liberalismo debe dejar de ser una ideología de salón para pasar a serio de acción. El liberal está habituado a intentar arreglar el mundo en las tertulias, cuando lo necesario es una militancia activa, comprometida en la defensa de sus ideales. Asimismo, se debe aprovechar la gran ventaja de partida de ser no una ideología basada en dogmas monolíticos, sino una actitud, y, por tanto, más flexible y dinámica que cualquier otra opción. Es necesario, pues, esquivar el estancamiento, hallar nuevas y originales soluciones mirando siempre hacia el futuro, aprender a ser críticos, agresivos y revolucionarios, porque ello forma parte de la idiosincrasia liberal y de su razón de ser. Ello supone superar la folklórica imagen de la defensa de un deteiftninado modelo económico, ahondando en otros campos en la búsqueda de nuevos horizontes. Todo lo anterior debe conducir al abandono de planteamientos de opciones elitistas, de minorías, y llevar a la implantación de nuestras ideas dentro de la gran masa social, creando una fuerza,con una sólida y amplia base.
No he pretendido, aunque a algunos les pueda parecer así, ofrecer una visión pesimista del liberalismo. Al contrario, estas líneas han sido escritas bajo el convencimiento de las grandes posibilidades que ofrece y de la imperiosa necesidad de su presencia en la sociedad. Pero para que el liberal pueda llevar a cabo su misión, debe ser -sin abandonar, por supuesto, el terreno de la praxis- imaginativo y creador. En ello estamos.
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