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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La polémica fútbol-RTVE

SI NO fuera porque sus protagonistas, en forma de personas físicas, son demasiado conocidos como coétaneos, la controversia entre la Federación Española de Fútbol y, la dirección de RTVE parecería tan incongruente que, por momentos, se alcanzaría la sensación de estar asistiendo a una disputa anacrónica en la que, sobre todo, ha caducado el sentido. ¿Cómo es posible entender, a la altura de esta época, cuando los medios técnicos y económicos multiplican las ofertas audiovisuales por todo el mundo, que TVE, como un arbitrario chamán, se erija en árbitro absoluto de lo que se tiene derecho a ver y a no ver por el televisor? ¿Se trata de una nueva Inquisición disfrazada de servicio esencial? Algo de esta sensación extrema se recibe cuando, en medio de una polvareda de pedradas argumentales, invocaciones a los espíritus de la ley, a cláusulas de exclusividad o de penalización, alusiones a posiciones traidoras, desleales o villanas, la polémica roza una atmósfera cuasimedieval, grotesca y hasta hilarante. A fuerza de ridículo, ni siquiera es preciso dramatizar. Simplemente: ¿por qué los aficionados canarios, por ejemplo, no pudieron ver, siendo fácilmente hacedero de todo punto, el partido Tenerife-Las Palmas? Pues sólo porque un marco legal tejido entre la Federación de Fútbol y RTVE impide esta satisfacción y muchas otras satisfacciones de esta naturaleza razonable.Transmitir un partido de primera división del tipo del Salamanca-Sevilla, que se emitió para todo el país, costó a Televisión Española 19 millones de pesetas. No parece que RTVE estime esta cifra tan descabellada como para haberse negado a ella. Podría incluso creerse que RTVE es especialmente sensible al deporte, y particularmente al fútbol. Pero siendo así, ¿no resulta un desmesurado sinsentido que RTVE no transmita finales de torneos internacionales de tenis o de golf, carreras de motos o de Fórmula 1, y tantos otros acontecimientos deportivos -fútbol internacional incluido- que vía Eurovisión no costarían siquiera dos millones de pesetas cada uno, cantidad amortizable con sólo un par de anuncios?

Preguntarse, pues, ante detalles de este género y en esta reyerta entre una RTVE de política absurda y una asociación de clubes lastrados y mediatizados por sus déficit, de qué parte está la razón sería cerrar los ojos a la naturaleza de los contratantes y al impulso que guía sus posiciones en la negociación y establecimiento de los espectáculos en canales estatales o autonómicos.

La Federación Española de Fútbol, gracias especialmente a su vicepresidente, Josep Lluis Núñez, consiguió hace dos años que RTVE le abonara más de 500 millones de pesetas por los partidos televisados en esa temporada. La cifra que recibiría este año la Federación, de no haber mediado los conocidos percances, habría sido de 618 millones, pero de ellos la cantidad desembolsada por RTVE descendería a 368 millones, por el patrocinio complementario de CEPSA, que aporta 250. Con todo, RTVE, que programa, se supone, para agradar a su público espectador, sólo elige la mitad de los 18 partidos que transmite, siendo los otros nueve, generalmente soporíferos o de menguado interés, para complacer a la Federación y apoyar económicamente a sus clubes de fútbol. El telespectador paga así, soportando una mediocre transmisión deportiva, la persistencia, supuestamente deseable, de la mala administración de los clubes. Es decir; o bien alguien ha hecho creer a RTVE que los espectadores españoles se amotinarían hasta la exasperación si no les suministrara este fútbol nacional, o bien RTVE disfruta, por sadismo o por incompetencia, ofreciendo estos productos deportivos reconocidos de antemano como poco interesántes, al menos en una mitad, mientras se cierra -inexplicablemente- a procurar la transmisión de los choques de rivalidad regional o los grandes acontecimientos deportivos mundiales, de interés máximo y garantizado.

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Ante la retahíla de alegatos de uno y otro que se han sucedido en estos días, y siempre basados menos en el interés del público que en las particulares metas políticas y económicas de los distintos organismos, aparentemente desentendidos además de la actual realidad en los medios de comunicación de masas, la respuesta ciudadana es, sobre todo, la fatiga. Desde luego resulta muy engorroso, se sea aficionado al deporte o no, descubrirse víctima de una situación legal que permite estas disputas y restricciones, finalmente tan contrarias al ejercicio de la libertad de elección y tan inconsecuentes con el surtido de objetos y opciones que ofrece una sociedad moderna. No importa, por tanto, quién en esta anacrónica y fastidiosa disputa entre medios futbolísticos y televisivos españoles tiene razón según esa norma y según un determinado contrato preexistente. Es la norma y todos los textos con su referencia los que, por inconsecuentes con el tiempo, por reaccionarios frente a la libertad que propicia la técnica, deben considerarse descalificados y ser urgentemente reemplazados. Para acabar con tantas manipulaciones en la televisión y en el fútbol, hechas siempre, eso sí, con cargo al contribuyente.

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