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Los mismos hombres que custodiaron al Sha en Panamá vigilan a los 'etarras' deportados

Los mismos hombres que protegieron al sha de Irán durante su exilio panameño vigilan a los seis etarras deportados a este país por el Gobierno de Francia. El refugio que les ha destinado la Guardia Nacional, mientras se resuelve su salida definitiva a otra nación (el nombre de Cuba parece haberse añadido a los de Venezuela y Nicaragua), es el hotel Playa Corona, un espléndido mirador sobre el Pacífico, cien kilómetros al norte de la capital.En su día se barajó también como posible residencia transitoria del emperador Reza Pahlevi, aunque en última instancia fue desechado en favor de la isla Contadora, que ofrecía mejores condiciones de impermeabilidad, sobre todo de cara a los informadores.

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La pista de los seis activistas de ETA se había perdido desde que el pasado jueves fueran depositados en la terminal militar del aeropuerto panameño por un avión de la fuerza aérea francesa, destinado habitualmente al transporte de paracaidistas. A partir de ese momento sólo los servicios de seguridad conocían su paradero.

La idea de retenerlos en la isla de Coiba, una especie de Alcatraz panameño, fue desechada por razones de imagen exterior.

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Los miembros de ETA están alojados a 100 kilómetros de Panama

Viene de la primera páginaTras permanecer dos días en lugar desconocido, los seis vascos fueron trasladados el sábado al hotel Playa Corona, a 100 kilómetros al norte de la capital panameña, propiedad de un yugoslavo que abandonó su país después de la Segunda Guerra Mundial y que en su largo camino hacia las Américas vivió durante varios meses en Fuenterrabía, debidamente documentado por la policía franquista.

Desde que llegaron el sábado los seis deportados junto con su escolta de seguridad (más de 40 hombres que se turnan durante las 24 horas del día) se ha colocado el cartel de completo en el pequeño hotel, un típico establecimiento tropical de dos plantas, construido unos 30 metros por encima dé la playa, en la ladera de una montaña que desciende hasta el Pacífico.

6.000 pesetas por habitación

Los etarras se alojan en tres habitaciones dobles del segundo piso, cuyo precio comercial es de 38 dólares diarios (unas 6.000 pesetas), y sus custodios en las siete restantes. Cuando enfilamos, en compañía del delegado de la agencia Efe, el camino lateral que conduce desde la carretera panamericana hasta el hotel, única vía de acceso al mismo, observamos un primer dato extraño: la presencia de un guardia uniformado en el cruce. Era un síntoma de que estábamos en la buena pista. La primera persona que nos cruzamos a la llegada, tras observar el cartel de "hotel completo", es el propietario, quien nos confirma que en efecto los seis vascos se encuentran allí. "Llegaron ayer", dice refiriéndose al sábado.

A pesar de sus nuevos ocupantes, el local permanece abierto al público. Unas 40 personas se bañaban ayer en la playa. Varias familias cocinaban entre los árboles. Desde la ladera, los hombres del G-2 (servicio de inteligencia de la Guardia Nacional) seguían con prismáticos los movimientos de dos de los etarras (uno de ellos con el brazo derecho escayolado) que habían bajado a la playa a darse un chapuzón.

Bajo una choza de palmas, esa construcción playera típicamente tropical que ha invadido la Costa del Sol, un tercer etarra, vestido de short y botas militares, estaba escribiendo una carta. Nuestro acercamiento hasta él fue seguido con recelo por media docena de pares de ojos. Rápidamente los walki-talkies se pusieron en funcionamiento. Ni siquiera pudimos averiguar el nombre de nuestro interlocutor. Desde la presentación cortó cualquier posibilidad de diálogo con un terminante "no tenemos nada que decir", que repitió al menos en otras dos ocasiones y que se sobreentendía extensible a todo el grupo.

El subteniente Trejo (camiseta azul, pantalones militares de camuflaje que contrastaban con la indumentaria civil de los demás guardianes) nos diría, después de anotar nuestros nombres, que el coronel Díaz Herrera, jefe del Estado Mayor de la Guardia, había hablado con los deportados y les había hecho ver con claridad la conveniencia de no hacer declaraciones. Tal vez por ese consejo, acaso por decisión propia, fue imposible obtener respuesta alguna.

Únicamente el dueño del hotel contaría luego algunos detalles, pocos, que les había oído acerca de su traslado desde Francia, atados con cadenas al barrote del avión en el que se apoyan los paracaidistas antes de dar el salto. "La primera orden que oyeron al llegar a Panamá fue que los soltasen, lo que por lo visto espantó un poco a los franceses que los traían".

Durante casi una hora que permanecimos en el bar del hotel, tendido sobre el mar, por tres veces llamaron al teléfono (único del hotel) a Juan Antonio Múgica Arregui. La primera conversación fue en euskera. No menos de media docena de veces repitió que estaban "oso ondo" (muy bien), junto a la playa. Aun tuvo ocasión de contar que el dueño del hotel había vivido en Hondarrabi (Fuenterrabía).

La segunda llamada fue pospuesta para cinco minutos más tarde, probablemente debido a nuestra presencia y a que su interlocutor no sabía euskera, lo que le obligaba a hablar en castellano. En una conversación nerviosa con el subteniente Trejo hubo algún gesto hacia la mesa que ocupábamos. El tono más elevado de la música y la entrada en funcionamiento de la televisión resolvieron el problema sin que hiciera falta excusamos en un establecimiento que por lo demás permanece abierto al público y cuyo menú incluía ayer una atrayente corvina con alcaparras.

A partir de ese momento nos convertimos aparentemente en todo un problema de seguridad que decidimos resolver voluntariamente con nuestro regreso a la capital panameña. Múgica Arregui discutía con el subteniente en tono acalorado. De su conversación sólo pudimos entender las palabras "Gobierno español".

Antes de nuestra salida llegó al Playa Corona el teniente Gicson, jefe de seguridad del G-2 y máximo responsable de los hombres que tres años atrás cuidaron al sha de Irán con eficacia y que hoy vigilan y también protegen a los seis etarras. En su suerte actual han mejorado muchas cosas desde que estaban encadenados al avión de la Fuerza Aérea francesa.

Personal del hotel manifestó su creencia de que la estancia de los etarras en el mismo podía no ser tan breve como se pensó en un principio, dado que los servicios de seguridad así se lo habían dado a entender y se habían tenido que anular reservas de habitaciones.

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