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El Papa pide independencia para Namibia y patria para los palestinos

Juan Arias

Juan Pablo II, en un discurso de innegable apertura internacional, pidió ayer ante el Cuerpo Diplomático acreditado en Ciudad del Vaticano una patria para el pueblo palestino, apoyó a los movimientos de independencia, nombrando concretamente a Namibia, condenó las injerencias extranjeras en los problemas internos de los diversos países y, al mismo tiempo, justificó la lucha interna de un Estado "contra los totalitarismos insoportables".

Pidió también una participación activa para los ciudadanos en materia política y afirmó que "no se puede perder ni un solo día" en el restablecimiento de las negociaciones entre las dos grandes superpotencias, al tiempo que subrayaba que quien desee quitarse de encima la responsabilidad de una negociación leal "será responsable mañana frente a la humanidad y ante la historia".

Confianza

Juan Pablo Il comenzó manifestando su satisfacción por el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y Estados Unidos después de 116 años de separación. En una referencia clara a Polonia, el Papa afirmó que se sentiría feliz si otros países que "se pueden considerar católicos" pudieran tener cuanto antes un embajador cerca del Vaticano. Recordó el Papa que en 1950 eran sólo 25 países los que mantenían relaciones diplomáticas con la Santa Sede y que hoy son ya más de 100. Esto se debe, según Juan Pablo II, a dos motivos: primero, la confianza que inspira la Santa Sede, incluso a aquellos países que no son católicos y a veces ni cristianos. Y segundo, el número creciente de naciones que han ido obteniendo su independencia, un proceso, dijo el Papa polaco, que ha permitido a muchos pueblos "acceder a la plena soberanía" y que la Santa Sede aplaude y estimula, con tal que dicho trabajo de descolonización se lleve a cabo "sin violencias y en el respeto de los derechos de todos".

Más delicado, afirmó el Papa, es el proceso interno de países ya independizados desde tiempo atrás, que sufren la contestación violenta de algunos grupos que desean la independencia. Y aquí los observadores vieron una alusión también al problema vasco en España. Juan Pablo II afirmó que el problema es "complejo", que cada caso es distinto y que hay que poder conjugar dos cosas: el derecho de los Estados a su soberanía ya adquirida, y el respeto "de las particularidades culturales, étnicas, religiosas y, en general, los derechos de las minorías". Mostró luego su deseo de que dichos problemas se rei;uelvan con el diálogo.

Por lo que se refiere a los problemas concretos de política internacional, el Papa dijo que la Santa Sede está preocupada sobre todo por lo que, sucede en Líbano, en América Central, en Afganistán, en Camboya, en Irán y en Irak. Recordó las tensiones actuales entre el Este y Occidente. Dijo que las tensiones son tales y es tan grande el volumen de las amenazas que los pueblos "se sienten inquietos y angustiados".

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Más adelante denunció un fondo "ideológico" de dicha tensión y abogó por una reducción inmediata de los armamentos nucleares y convencionales. Pero, según Juan Pablo II, para la Iglesia no se acaban los conflictos con las tensiones entre las dos grandes superpotencias.

¿Cómo hacer frente, se preguntó el papa Juan Pablo II, a todos estos graves problemas que sacuden el mundo en este momento? Su respuesta fue que sólo el "diálogo" puede hacer frente a dicha emergencia. Pero no un diálogo y un "negociado" como el que están llevando a cabo los bloques, ya que carece de un componente esencial a su juicio: "la confianza".

"La Iglesia", dijo, "no cree en la fatalidad de la historia" y está convencida de que los hombres, con la fuerza de la fe, "pueden cambiar todavía la trayectoria del mundo". Para concluir, Juan Pablo II, tras haber condenado duramente el terrorismo, pidió que la gente demuestre la misma sensibilidad frente a la tragedia humana de los secuestros que "frente a los millones de seres eliminados por el aborto, el hambre y las guerras".

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