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Tribuna
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Ladrones

Rosa Montero

Unos rateros destriparon ayer la casa de una amiga mía. Dicen las comadres que éste es percance que ahora abunda, y por ello las autoridades acaban de reforzar el servicio de vigilancia urbana. Las ciudades se visten de caqui y los pasos perdidos de la noche ad quieren un taconear reglamenta no. Policías y ladrones. Siempre me ha parecido un juego triste. Pero el miedo existe. El robo de mi amiga es el segundo. Ya habían entrado antes, hace tres días. Rompieron la luna del balcón y, con ella, la confianza en el propio refugio, la inviolabilidad de su rincón. El espejismo de la seguridad quedó hecho trizas entre las esquirlas del cristal. Ahora mi amiga no quiere dormir más en su casa y anda, como alma en pena inmobiliaria, buscando un piso al que mudarse. No conozco sentimiento más devastador que el del miedo: nos tiraniza, nos envilece. Hitler nació del miedo a la inflación, a la revolución y al hambre. El miedo encarcela y achica la condición humana. Y, sin embargo, existe. Oh, sí, son unos canallas. Los rateros, los chorizos. Tipos sin escrúpulos y de tendencias brutales, idóneos para la descarga de nuestros odios, para la catalización de los terrores. Como si el atracador fuera una irrupción de la perversidad, un accidente ajeno y extraordinario. Y, sin embargo, ¿no vivimos en una sociedad que se rige por el miedo? Tememos el paro, tememos a nuestros jefes, tememos al banquero a quien debemos un crédito de interés sangrante. El pavor al ladrón no es más que un chisporroteo entre otros sustos.No voy a hablar de la crisis, ni de la incultura, ni de la tentación al consumo, ni del tópico buen delincuente. Los delincuentes son hijos malvados de una sociedad malévola. Mi amiga vive en una casa propiedad de una gran inmobiliaria. Es un primero, pero la compañía, para aprovechar más el espacio edificable y poder alquilar cuatro malditos pisos más, ha construido el portal bajo tierra, de modo que el primero queda al ras de la calle. Sin persianas en el balcón, porque la compañía debió considerar que eran muy caras. Más que un piso, es una tentación para ladrones; pero cobran por él 30.000 pesetas mensuales. Son gente sin escrúpulos, sí, pero todos. Sólo que unos huyen de la policía y otros la pagan.

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