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Jugar

A pie de escalera mecánica puede empezar a crecer el veneno, cuando los niños todavía se desenroscan la bufanda, se arrancan el gorro, resoplan, recién metidos en la artificiosidad del calor inesperado. Antes de que abran la boca para pedir, viciosos de spots publicitarios, antes de que les empiecen a moquear de las narices muñecas que lo saben hacer todo y máquinas que sólo saben conectar por botones con la nada, es posible que el germen de la travesura se decida a germinar en un cerebro adulto, en un cuerpo más o menos domesticado por la intemperie, en alguien que, previamente a llegar a la sexta planta - "visite nuestra magnífica exposición de juguetes"-, comprenda lo que la vida puede hacer con uno si no se le opone resistencia.No llegaremos nunca en el febercar al imperio cobra, niño, que esas cosas ni siquiera existen en el cinexín, y ándate con ojo porque ni minene ni tunene de marcosa están preparados para este viaje, y hasta a los airgamboys se les quedaría el rictus convulso si tan sólo llegaran a vislumbrar que en esas cabecitas no hay sitio para clics ni mimosines, que esas cabecitas son capaces de inventar un mapamundi de cartón en el que, por ejemplo, los colores estén distribuidos de forma que a ningún país le falte el verde de la fertilidad ni le quepa el borrón de tinta del miedo.

Entonces es posible que ese alguien se note la piel de trapo y el vientre de serrín, la nariz un pedazo de cuero reluciente, los ojos, dos guijarros; o que se sienta una pieza de madera un poco astillada en los cantos, pintada de añil, una pieza que si la colocas entre otras acaba por ser un castillo o una estación de ferrocarril; o una canica pequeña y tan perfecta que no parece pertenecer a nadie. Los niños, asombrados, comprobarán que quien les lleva de la mano es alguien tan bajito como ellos, y no un simple cheque al portador.

Y lo más que puede pasar, al día siguiente, es que los periódicos recojan la noticia de un adulto que se tiró a cuatro patas al salir de la escalera mecánica de un gran almacén, y se puso a jadear como una locomotora, uuuuffff, chif-chaf, chif-chaf, y así hasta llegar a la puerta, seguido por un tren de niños que de repente volvieron a jugar.

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