Teología de la liberación, liberación de la teología
Se puede hablar de teología sin pudor, claro está. Incluso, incluso, de redención y hasta, con un poco de audacia, decir liberación. Lo que resulta obsceno, impuro; lo que no se puede nombrar sin suspicacia ante ciertos oídos más o menos piadosos es esa teología de la liberación. Eso ya suena mal, y sospechoso de contaminaciones ideológicas. Por supuesto, de izquierdas.No sé si Jesucristo fue de izquierdas y socialista, comunista o anarquista. Lo que sí que no fue en modo alguno es ni burgués, conservador, ni defensor ni partidario del capitalismo. Me parece. Digo yo. O sea, que...
O sea, que en modo alguno Jesucristo limitaba su predicación al reino o al reinado socialista en esta tierra, desde luego; ni solamente al bien del cuerpo; como tampoco se conformaba con mejoras sociales, cambiando la estructura, sino que quiso también cambiar los corazones. La predicación de Jesús de Nazaret anuncia. el Reino de Dios entre los hombres, esclavos unos de otros, y cada uno esclavo de su propio egoismo, para liberarlos a todos en todo, totalmente y para siempre
Una liberación del corazón, pero que se refleja en la libertad social; una liberación para la eternidad, pero que debe comenzar ya ahora; una liberación, en último término, para el cielo, pero que ha de incoarse ya aquí, en la tierra.
No se puede mutilar el Evangelio sin traicionar a Jesucristo. EI multiplicó los panes para el cuerpo, y nos multiplicó también el pan de la Eucaristía; curó los cuerpos y perdonó los corazones; dio luz a los ciegos en los ojos corporales e iluminó al mismo tiempo los ojos de la fe. Y si bien Él no lo hizo todo por sí mismo en el orden material, tampoco lo hizo todo en el plano pastoral, dejando a la Iglesia sus tareas, su ejemplo y sus poderes. Así lo entendió la primitiva comunidad, según vemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles y en las cartas apostólicas. Aquella Iglesia hacía grandes signos de caridad, curando a los enfermos y compartiendo comunitariamente sus bienes, y al mismo tiempo anunciaba la liberación del pecado y de la muerte, por la muerte y la resurrección del Señor liberador.
¿Es una mera coincidencia histórica o, más bien, es un signo de los tiempos el que la teología de la liberación haya nacido justamente en el continente donde existen, simultáneamente, más cristianos y más oprimidos? En toda América muchos pueblos han sufrido y sufren opresiones económicas, culturales y sociales; han sido expoliados de sus tierras, de sus costumbres y hasta de su dignidad, y son explotados, represaliados, torturados y asesinados salvajemente por Gobiernos marionetas de las multinacionales y del capitalismo internacional, norteamericano principalmente.
Es precisamente en aquella Iglesia latinoamericana, virgen y mártir, fuerte, nueva, pletórica de savia cristiana recién brotada, donde ha germinado la teología
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de la liberación, en un esfuerzo simultáneo de los teólogos especializados y. del pueblo sencillo, de los obispos y los seglares catequistas, de las religiosas valientes y de los curas, perpetuos candidatos al martirio por la emboscada, el secuestro o la tortura.
La teología de la liberación ha nacido de las entrañas del Evangelio, actualizado para nuestro tiempo por el Concilio Vaticano II, el Sínodo de los Obispos y las asambleas del CELAM en Medellín y Puebla, vivido todo ello desde la experiencia de una Iglesia que sufre con su pueblo una opresión tan cruel como la de los israelitas en Egipto, en tiempos de Moisés. La teología de la liberación no hace más que actualizar y encarnar el mensaje liberador de Cristo y los profetas para aquellos pueblos esclavos de Latinoamérica e invitarlos a liberarse con el Éxodo hacia una patria mejor, no cambiando de tierra, sino cambiando de instituciones, para que sean más acordes con la dignidad del hombre, en cuanto hijo de Dios, y más conformes a los principios del Evangelio, que es anuncio de libertad, de justicia, de solidaridad y de fraternidad.
Aunque la fe no cambia, sí cambian permanentemente las circunstancias en las que debe ser vivida por cada hombre y cada generación. De acuerdo con la ley de la Encarnación -"el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros"-, eligiendo una época, una tierra y una cultura determinadas, -a las que "se adaptó en todo menos en el pecado", Jesús de Nazaret fue un judío cabal, con su lengua, sus costumbres, sentimientos, tradiciones y esperanzas. Su Iglesia en Él y Él en su Iglesia deben continuar ese proceso de germinación, de inculturación, de permanente encarnación de Dios entre los hombres de cada época, en cada circunstancia y situación. Y es tarea simultánea de la acción pastoral y del pensamiento teológico ir buscando el modo y la manera de tal adaptación constantemente. Obispos y teólogos, con el pueblo de Dios, caminamos por la historia con la luz dé la fe, con la llama encendida del cirio pascual, del Señor resucitado, y aunque la luz sea la misma, los paisajes siempre son diferentes y nuevos.
Así ha sido siempre, desde la teología de los primeros santos padres, más influidos por la cultura y el pensamiento helénicos, pasando por el agustinismo, o el tomismoo el ockanimismo posteriores, la escuela salmantina, la neoescolástica, etcétera. Ahora bien, teniendo en cuenta que la teología debe hacer de mediadora entre la fe intemporal y una cultura temporal y local, podría darse el caso de que la teología viviera desfasada, con retraso, y no sirviera ya para la Iglesia de aquel tiempo. Desde el Renacimiento, pasando por la Ilustración, la teología ha respondido, siempre con cierto retraso cronológico, a las demandas, necesidades e interrogantes de una burguesía europea, liberal, ilustrada y capitalisa. Y si bien la sociedad burguesa fue un avance social muy importante respecto a las estructuras anteriores del feudalismo, hoy supone ya una rémora y un freno para resolver la crisis histórica que estamos experimentando ante un mundo nuevo que quiere nacer y no sabemos exactamente cómo. Por tanto, la teología, la eclesiología, la ética, la espiritualidad y la pastoral, que vienen lastradas desde la burguesía y que en su tiempo prestaron un servicio de media ción, hoy suponen más bien un lastre, un estorbo y hasta una cárcel, un secuestro del Evengelio, de Cristo y de la Iglesia.
La teología de la liberación, por el contrario, responde precisamente a la situación por donde pasa la mayor parte de los hombres de hoy, que añoran una sociedad socialista, una, sociedad sin clases, una sociedad donde el hombre valga por lo que es y no por lo que tiene; donde no se fomente la competividad, sino la solidaridad; donde todos seamos fundamentalmente iguales y tengamos las mismas posibilidades de realizamos según las propias capacidades de cada uno.
Si antes Europa evangelizó a América, ahora América está evangelizando a Europa. Y no es precisamente ésta la que hoy tiene derecho a escandalizarse de algún que otro defecto o exageración parcial, de alguna que otra impureza que pueda mezclarse ocasionalmente en el mensaje que recibe, si recuerda con cuánta ganga, con cuánta ambigüedad y contrasignos Europa llevó ayer el Evangelio al continente americano, juntando la cruz y la espada, bendiciones y cañones, el mensaje de las bienaventuranzas con la rapiña insaciable, los santos y los aventureros, los defensores de los indios y los invasores genocidas.
Si la teología burguesa, de origen y talante predominantemente europeos, ha secuestrado a Cristo, a la Iglesia y a la misma teología, la teología de la liberación podría ser, así, la liberación de la teología y la recuperación, para los pobres, de Cristo y de la Iglesia.
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