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La reconversión de la industria de armamentos

Las autoras de este artículo consideran que es necesario estudiar las experiencias de reconversión de la industria de productos de guerra en industria de bienes civiles que se han llevado a cabo en otros países. Resumen aquí la de los trabajadores de la mayor empresa de la industria aeroespacial del Reino Unido, Lucas Aerospace, y el apoyo social que recibió este proyecto.

Algunos consideramos que las utopías se hacen realidades cuando los seres humanos, individual y colectivamente, evolucionan hacia la solución de los conflictos; cediendo un poco y respetando la identidad del otro, quizá podríamos desarrollar mejor nuestras capacidades para enriquecernos mutuamente. Con la tenacidad de Capricornio y el tan pocas veces utilizado sentido común, los trabajadores de Lucas Aerospace, la mayor empresa de la industria aeroespacial del Reino Unido, desarrollaron un plan alternativo para evitar los conflictos sociales que su reconversión les suponía.En 1970 se inicia en el Reino Unido un duro período de reconversión industrial, cuyo desahogo fue la ampliación del paro, pecado estructural de este tipo de sociedad, como lo llama un famoso economista. La Corporación de Racionalización Industrial no tuvo en cuenta el coste social que aquello suponía, según expresa Mike Cooley en su libro Architect or Bee?, sobre la experiencia que vivieron en Lucas Aerospace, en la que él mismo trabajaba como ingeniero.

Cuando tuvieron noticias de que la racionalización iba a llegar a su compañía, los trabajadores formaron un comité combinado de todas las empresas Lucas, que reunía a todos los delegados sindicales, desde los ingenieros más cualificados hasta los mozos de almacén. Aceptaban y valoraban el avance de la tecnología, pero no estaban de acuerdo con la utilización que se hacía de ella.

Contradicciones sociales

Durante un largo período se resistieron con huelgas y manifestaciones, hasta llegar a un punto en el que fueron conscientes de que la moral del trabajador se debilita cuando ve que no se quiere producir lo que él fabrica. Así evolucionaron hasta la idea de llevar a cabo una campaña en la que prevaleciese "el derecho a trabajar en productos socialmente útiles".

Señalaron algunas de las contradicciones que observaban en la sociedad al producirse un vacío tan enorme entre aquello que la tecnología más sofisticada proporciona y lo que realmente podría hacer en beneficio de ella. El desperdicio del don más precioso que tiene una sociedad: entusiasmo, destreza y creatividad de su gente. Que mientras se disponía de miles de ingenieros, electricistas, operarios de la construcción sin trabajo, hacía falta, sin embargo, transportes baratos, eficaces y seguros o viviendas y escuelas con mínimas condiciones de habitabilidad. Y el mito de que la tecnología avanzada libraría a los seres humanos del trabajo aburrido para ocuparse del más creativo resultaba ser todo lo contrario. Veían al trabajador involucrado dentro de un doble juego, que se enfrentaba a su propia identidad: por una parte, era considerado como trabajador que fabricaba productos de utilidad relativa y, por otra, como consumidor obligado a hacer uso de ellos. Junto a este enfrentamiento dual se hallaba otra contradicción, la hostilidad de la sociedad hacia cierto tipo de ciencia y tecnología, considerada como polucionadora del medio ambiente, sin entender que, como técnicos, ellos eran simples mensajeros de grandes empresas multinacionales, interesadas exclusivamente en sus óptimos beneficios.

El comité decidió preguntar a los trabajadores lo que ellos pensaban que debían fabricar. En cuatro semanas respondieron nada menos que con 150 ideas de productos que se podían hacer con sus conocimientos y medios. Se había elaborado un cuestionario de forma que cada cual pensara en sí mismo, en su destreza, medios de trabajo y ambiente; en que lo que hacía durante el día fuera aceptado en su medio y que pensaran en los productos por su valor de uso, no sólo por su valor de cambio. Las 150 propuestas clasificadas por sectores (oceanografía, energía, transporte, salud) se incorporaron a un plan colectivo con todos los cálculos y diseños.

Seleccionaron los productos con objeto de que se pudieran fabricar a corto y largo plazo; unos, para usar en su país, y otros, para países en vías de desarrollo; unos, provechosos en criterios de economía de mercado, y otros, sin ser lucrativos, socialmente muy útiles. En 1976 se presentó a la dirección el plan colectivo para su negociación y a los tres meses fue rechazado de plano, con el argumento de que el comité combinado no era un organismo oficialmente representativo, que los aviones civiles -el carísimo Concorde- y los bombarderos eran productos socialmente útiles y que no tenían derecho a decir a la dirección qué es lo que debían producir. La respuesta del Gobierno, entonces laborista, y la de algunos sindicatos fue también frustrante. Lo rechazaron con argumentos que escondían razones de poder, pero en cambio contaron con el apoyo de los que sí aceptaron el reto: universidades, municipios, cooperativas de trabajadores, comunidades de vecinos, asociaciones pacifistas y técnicos alternativos.

Experiencia gratificante

Con la Universidad North-East London Politeclínic formaron un Centro de Alternativas Industriales (CAITS). Muchos sindicatos y movimientos sociales están tomando como referencia y adaptando a su contexto dicha experiencia, que Mike George, director del proyecto, explicaba a la revista Win en estos términos: "El futuro de la política industrial debe estar basado en los intereses e iniciativas de los que están más directamente afectados por ella, la fuerza de trabajo y sus comunidades".

El comité combinado pudo salvar miles de puestos de trabajo, a pesar de que despidieron también a miles de trabajadores, entre ellos a Mike Cooley, fundamental promotor del proyecto, que actualmente está contratado, con otros muchos, por el Consejo Municipal del Gran Londres, donde desarrollan su plan. Cooley declaraba a Nuclear Times que "para los científicos y técnicos más cualificados es un desafío diseñar productos que les lleven a desarrollar su capacidad técnica, con la enorme gratificación que le supone trabajar en productos útiles en lugar de en los socialmente destructivos".

La experiencia de los trabajadores de la Lucas está ilustrada por ejemplos de todo tipo que intentaron llevar a la práctica. Uno de ellos fue el aparato llamado Hobcart. En una visita a un centro de niños con espina bífida comprobaron aterrorizados que el único medio que utilizaban para impulsar su cuerpo por sí mismos era arrastrándose. Idearon un aparato que les permitía moverse en posición vertical. La cara de satisfacción de los niños al utilizarlo en las pruebas compensó a los diseñadores como nada de lo que habían hecho en su vida profesional. La asociación australiana de dicha enfermedad solicitó 2.000 de esos aparatos, que no llegaron a fabricarse ante el rechazo del plan.

Como método de trabajo, y si reaccionamos con sentido común ante la crisis, esta experiencia puede servir a quienes tienen que resolver el conflicto de la reconversión industrial en nuestro país (trabajadores, Gobierno y empresarios). Para ello hay que superar el bloqueo que en el Reino Unido hicieron los poderes fácticos al plan. Los expertos de todas las tendencias coinciden en que una de las claves del éxito en cualquier reconversión es el acuerdo con las fuerzas de trabajo.

Lo que nos está pasando en España con tantísimos desastres naturales, sequías, incendios, inundaciones, accidentes aéreos, etcétera, es como una guerra de la naturaleza, pero como también es sabia y hay que adaptarse a ella, probablemente nos está diciendo que en esa reconversión necesaria incluyamos al antes Ministerio de la Guerra y ahora de Defensa para que se transforme en Ministerio de Protección Civil.

es penodista y es ATS y licenciada en Ciencias Políticas. Ambas pertenecen a la Asociación Mujeres por la Paz.

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