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El oro no reluce en Andorra de Teruel

Milagros Pérez Oliva

Andorra de Teruel ha vivido todo un año bajo el síndrome de la lotería. Todo un año debatiéndos entre la desesperanza de quienes tuvieron la suerte en las manos y la dejaron escapar, la contumaz reserva de los nuevos millonarios y el ojo avizor de todos los demás, permanentemente pendientes de cómo se gastaban los millones. Pero el dinero apenas sí se ha mostrado en un centenar de coches de lujo y algún que otro apartamento en la costa, a pesar de que los 4.622 millones que dejó el gordo del Niño podrían empapelar de billetes todas las calles de esta árida población minera. Un año después de aquella torrencial lluvia de millones, sólo dos de los 700 picadores han dejado la mina; sólo uno de los nuevos millonarios ha echado los cimientos de una nueva casa. Nadie ha dado la vuelta al mundo, ningún crucero por el Mediterráneo, ningún viaje a las Bahamas. Nada de bonos del Estado, ni de deuda pública Tampoco puestos de trabajo. ¿Los millones?. Bien, gracias, en el banco.

Un año después, Andorra de Teruel sigue traumatizada por la lotería. Superado el impacto del primer momento, la población entera se ha entregado durante todo el año a dos entretenimientos igualmente apasionantes: escudriñar entre los más mínimos gestos de sus convecinos para descubrir a los nuevos supermillón arios, y rememorar una y otra vez el rosario de anécdotas de los que tuvieron la suerte en las manos y la dejaron escapar.El primero de estos entretenimientos no ha sido muy fructífero. Un año después, apenas si llegan a la veintena los identificados como millonarios de más de veinte kilos. Los banqueros y los munícipes echan cuentas y éstas no cuadran. Suman y vuelven a sumar, y faltan más de 1.000 millones. Alguien los tiene, de eso están seguros, porque lo que Hacienda selló, sellado está, y Hacienda selló exactamente 4.622 millones de pesetas.

Los nuevos millonarios, aragoneses de baldío, hombres de secano, han demostrado ser devotos de la virgen del puño y guardan herméticamente sus millones. Algunos reconocen que les ha tocado, pero si cobraron 20, dicen 10 y si pueden callana. Son hijos de una tierra tan áspera que hasta de la buena suerte tienen temor. Y la ocultan tanto como pueden, no vaya a ser que alguien de mala cabeza tenga la ocurrencia de secuestrarles o asaltarles entre los olivares, dicen.

Cien coches de envidia

Al asalto llegaron, por cierto, y algunos entre olivares, vendedores de todo lo vendible. Pero sólo ante los coches han sido débiles los nuevos millonarios. Coches de envidia. Más de 100 se han estrenado este año, de dos millones para arriba. Los vendedores de aspiradoras, en cambio, que acudieron muy optimistas, tuvieron que volverse por donde habían venido. En Andorra hay muy poca moqueta y en los nuevos suelos predomina el gres. Tampoco se han hecho grandes chalés, como pensaron los constructores. Ni uno sólo ha echado cimientos. Los constructores esperan pacientemente. Saben que una casa no se proyecta en un día y que en el ayuntamiento hay registradas hasta 140 solicitudes de obras importantes.En cambio, se han comprado muchos apartamentos en Peñíscola, Salou, y, Benidorm. Esta ha sido la principal inversión de quienes ganaron Únicamente cinco o diez millones. Ellos son, en realidad, los únicos que se han gastado el dinero. El coche, el apartamento y el vídeo. Éste sí que ha sido un boom.

Seis vídeoclubs tiene Andorra con sus 10.000 habitantes, cuatro de ellos abiertos este último año. Los seis con colas en la calle el sábado por la mañana.

En estas condiciones, el entretenimiento de identificar a los nuevos millonarios por el boato externo ha sido estéril. El único que ha hecho correr buena parte de los 100 millones que cobró es Agustín Sauras. El único que derribó la vieja casa donde tenía el bar Rosa Mari y está levantando una nueva , con restaurante en la planta baja, y viviendas para sus cuatro hijos, todos ellos mozos ya granados tan de derechas y nostálgicos de tiempos pasados como él. Ha comprado además un aparcamiento en Salou y está en tratos para hacerse con la gasolinera de El Regallo.

A quien más millonario hizo la lotería, sin embargo, fue a Amadeo Villaescusa, que compró décimos por valor de 400 millones. En cuanto cobró, cerró el viejo bar Avenida, se compró un Mercedes último modelo y puso el dinero a buen recaudo: a plazo fijo por un año y no en uno, sino en varios bancos de Zaragoza. Arnadeo Villaescusa ha pasado su primer año de millonario viéndolas venir, con su sempiterno puro habano en la boca, jugando al guiñote en los bares del pueblo.

Pasado el tiempo, se ha visto que la suerte estuvo repartida pero mal, porque a pocos les tocó mucho y a muchos muy poco. Y a quienes menos les tocó fue precisamente a los mineros de Endesa, a los picadores de carbón. Tan poco, que de 700, sólo dos han po dido dejar la mina. Antonio Alquézar, de 29 años, hijo único, se despidió de sus compañeros de la innominada porque sus 20 millones y 20 más de su padre viudo le da una renta mayor que un sueldo de director. A pesar de ello, los Villaescusa siguen viviendo en una modesta casa y pasan las maflanas cuidando el huerto del viejo mas familiar, al lado mismo de un paraje llamado El Violón, el más buñuelesco de los rincones que pueda encontrarse en Aragón.

El otro minero ausente, Francisco González de los Santos, un escuálido andaluz de Huelva, ha dejado la mina, pero no del todo. No acaba de fiarse. Cuando cobró los 20 millones del décimo, pidió un año de excedencia, para probar. Cumplido el año, la semana pasada regresó al pueblo, más lucido y mejor comido, sin aquellas melenas que le llegaban a mitad de la espalda, pero no para despedirse, sino para pedir otro año de excedencia. Por si acaso.

Pedro Fernández, que se pasó la vida en la mina, acababa de jubilarse cuando le cayeron 40 millones. Su aspecto apenas ha cambiado. Vive con la misma austeridad de siempre y se pasa las tardes en el bar, con los viejos del pueblo, escindido entre la generosidad y la racanería, pues tan pronto invita a toda la concurrencia, como se escabulle a la hora de pagar su propia consumición. "Me renta más de lo que sé gastar", dice cuando se siente generoso.

El barrenista Miguel Consuegra cobró 20 millones, pero sigue trabajando, aunque ya no en la mina, sino de vigilante. Otro picador, Amador Heredia, ha decidido seguir en la mina los tres años que le quedan para jubilarse, a pesar de que también cobró 20 millones. En cambio, Jesús Álvarez, llamado el gallego a pesar de ser de Ponferrada, sí que pidió el finiquito. Era el encargado de la sección del carbón en la central térmica cuando le cayeron los 60 millones. Él sí que se ha comprado un magnífico chalé de 20 millones, pero en Mallorca, que tiene un clima más apacible que el bajo Aragón. Allí piensa invertir el resto del dinero.

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